Más Allá del Juego

9 Una cena, nada más

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Maria

Al fin, decido ponerme el vestido negro que me sugiere mi amiga. Me maquillo discretamente, solo un delineado, sombreado suave y labial color frambuesa, dejo mi cabello suelto, alborotando mis rizos con mousse y crema para peinar. El aroma dulce de los productos me envuelve mientras me observo en el espejo. Me calzo las sandalias negras de tacón de 10 centímetros y la imagen que me devuelve el espejo de cuerpo completo me arranca una sonrisa satisfecha – el vestido se ajusta en los lugares correctos sin ser vulgar.

<<Nada mal para una mamá divorciada, ¿eh?>>

Le mando una foto a Marce, su respuesta llega casi al instante.

>Marcela>¡Wow! ¡Qué perris mi amigaaaaa!

>Maria>¿No es demasiado?

>Marcela>Para nada. Te ves muy guapa y sexy.

>Maria>Mañana te cuento que tal me fue.

>Marcela>Pásala bien. Deja que fluya … Besos

Agarro mi pequeño bolso del sillón, el perfume floral que me he puesto deja una estela sutil mientras salgo del departamento. Manejo despacio, disfrutando la brisa nocturna que entra por la ventanilla. Encuentro estacionamiento cerca de la entrada y, sin bajarme del coche, le aviso a Armando que ya llegué. Me indica que me acerque, él ya está ahí.

<<¡Ay, carajo!…que nervios>>

Mi pulso se acelera un poco al verlo. El pantalón beige casual y la camisa azul con los botones superiores desabrochados le sientan perfectamente a su cuerpo esbelto. Las mangas arremangadas dejan ver sus antebrazos bronceados. Su barba de un par de días, perfectamente delineada, le da un aire despreocupado pero elegante. Sus ojos oscuros me recorren de pies a cabeza y arquea las cejas, claramente complacido.

Me acerco y lo saludo con un beso en la mejilla. Su loción tiene un aroma amaderado que hace que quiera acercarme más.

—¡Wow Mari! Estás preciosa —su voz tiene un tono ronco que me eriza la piel.

—Gracias, tú también te ves muy guapo —Y vaya que sí está guapo.

—Bueno, pues… entremos.

Me da el paso y coloca su mano en mi espalda baja. El calor de su tacto traspasa la tela del vestido mientras hace una ligera presión. La hostess nos guía hacia una mesa al fondo de la planta baja. Como todo un caballero, me recorre la silla y la empuja hasta que estoy bien acomodada. Se sienta a mi derecha, tan cerca que puedo sentir el calor que irradia su cuerpo.

—Me alegra que estés aquí —Su sonrisa amplia ilumina sus ojos.

—A mí también. Gracias por la invitación —intento mantener mi voz casual.

—Gracias a ti por aceptarla —Toma mi mano que descansa sobre la mesa. Su pulgar acaricia suavemente mis nudillos mientras su mirada intensa hace que mi estómago dé un vuelco— La vamos a pasar muy bien.

En ese instante llega el mesero que nos va a atender

—Buenas noches señorita, señor Cantoral. Mi nombre es Daniel y voy a atenderles esta noche —su tono profesional y discreto encaja perfectamente con el ambiente.

—Muchas gracias, Daniel —respondemos al unísono, lo que me hace sonreír.

—¿Quieres tomar una copa, primero? —Armando mantiene su mano cerca de la mía sobre la mesa.

—Sí. Se me antoja una margarita tradicional —me observa con una sonrisa traviesa.

—Va a ser una margarita tradicional para la señorita, y para mí un whisky honey en las rocas, por favor.

—En seguida traigo sus bebidas.

Mientras Daniel se aleja, aprovecho para escanear el lugar. No pasa desapercibido que varias mujeres desvían discretamente (y algunas no tanto) su mirada hacia mi acompañante.

<<Y cómo no, si está como quiere el cabrón>>

El restaurante ocupa dos plantas y la decoración es un equilibrio sofisticado de madera oscura y luz tenue. Cada mesa tiene una lamparita con luz amarilla que crea burbujas de intimidad. Frente a nosotros, una escalera de madera lleva al segundo piso y los baños.

—¿Te gusta? —su voz suave me regresa al momento.

—Me gusta mucho. De verdad, el lugar es lindo.

—Y la comida es mejor, ya lo verás —hay un brillo especial en sus ojos cuando lo dice.

—¿Y cómo sabes? ¿No se supone que hoy es la apertura?

—Así es, pero yo, personalmente, supervisé cada uno de los platillos junto con el chef.

—¿Cómo?… ¿Eres dueño del lugar? —arqueo una ceja, sorprendida.

—Soy socio —su pecho se hincha levemente con orgullo—. Y la verdad es que me involucré mucho con todo el proyecto desde que inició. Tenía mucho tiempo que quería incursionar en el negocio de alimentos y bebidas y, por fin se dio la oportunidad.

—¡Ah pues, muchas felicidades!

Me inclino para abrazarlo, genuinamente feliz por su logro. Él me envuelve en sus brazos y aprovecha para rozar mis hombros desnudos con sus labios. Un escalofrío me recorre la espalda al sentir la textura de su barba contra mi piel y respirar su aroma embriagador.

<<Tranquila María, tranquila…>>

Daniel regresa con nuestras bebidas justo a tiempo, las coloca con precisión y se retira discretamente.

—Este es un buen motivo para brindar —levanto mi copa mientras el cristal resplandece bajo la luz tenue—. Salud por ti y por el éxito de tu nuevo proyecto.

Chocamos nuestras copas y el tintineo resuena suavemente. Su mirada intensa no abandona la mía mientras probamos nuestras bebidas.

—Bueno, después de presumir un poco, ahora quiero saber de ti. Quiero escucharte —hay algo en su tono que me hace sentir que realmente le interesa.

Las horas se deslizan entre conversaciones sobre nuestras vidas – mi divorcio, su soltería, nuestros gustos, planes, proyectos. La cena llega y se va, pero la plática fluye naturalmente. Me sorprendo al darme cuenta de lo cómoda que me siento. El zumbido de su celular interrumpe el momento.

—Disculpa, Mari. Tengo que tomar esta llamada, es un tema urgente.

—No te preocupes, aquí espero, tú atiéndela.

Mientras sube la escalera, le pido a Daniel un agua mineral con limón.

<<No más copas para ti, mamacita. Tienes que manejar>>

Aprovecho para admirar los detalles del lugar – desde la decoración hasta los uniformes del personal, todo habla de dedicación. Quince minutos después, Armando regresa.

—Disculpa la espera, era una llamada de negocios que llevaba esperando todo el día.

—No te preocupes. Ahora te toca a ti esperarme —le guiño un ojo—. Voy rápido a los servicios. No tardo.

Me levanto y él hace lo mismo, retirando mi silla. Subo al segundo piso y sigo las discretas señales en la pared hasta el baño de mujeres. Después hacer lo propio, después un retoque rápido de labial y lavarme las manos, abro la puerta y…

<<¡Mierda!>>

Recargado contra la pared del pasillo está él, su postura felina desbordando confianza. La camisa azul oscuro se estira sobre su pecho y el pantalón gris marca sus muslos de una forma ilegalmente tentadora. Un calor familiar se extiende por mi vientre mientras siento la boca repentinamente seca.

<<¿Por qué tiene que verse tan… comestible?>>

—¡Vaya, vaya, vaya! Pero mira a quién me vengo a encontrar aquí —su voz ronca me acaricia mientras su mirada ardiente recorre cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose en lugares que me ponen nerviosa.

—Mira que te esfuerzas, Rafa… No te basta con hacerme la vida imposible toda la semana en el colegio, esta vez tenías que cerrar con broche de oro. Te lo reconozco. Te superaste —intento que mi voz suene firme, pero el pulso me traiciona.

—Trato de mejorar cada día. Gracias por el cumplido —su sonrisa arrogante hace que me hierva la sangre… y otras cosas.

—¿Qué haces aquí? —entrecierro los ojos—. No creo que esperes a una chica, porque el baño de mujeres está vacío, a menos que la pobre haya decidido escapar por la ventana, y en ese caso la entendería.

Su risa grave resuena en el pasillo, el sonido vibra en mi piel.

—Te vi pasar y decidí venir a saludarte y a decirte que, hoy particularmente, te ves muy… guapa —sus ojos oscuros brillan con intensidad—. Pero me imagino que eso ya te lo dijo tu acompañante.

El cumplido inesperado me hace parpadear.

—¿Acaso estás siendo amable conmigo? —sonrío coqueta, sin poder evitarlo.

—La verdad es que, en tu caso, eso no se me da muy bien —da un paso hacia mí, su aroma masculino invadiendo mis sentidos—. Lo que se me da muy, pero muy bien, es provocarte y sacar tu lado arpía.

Su mirada alternando entre mis ojos y mis labios hace que mi piel arda.

—Te lo reconozco. Puedo ser gloriosamente odiosa contigo y no tienes idea de cuánto lo disfruto.

—Yo también lo disfruto —muerde su labio inferior con deliberada lentitud. El gesto envía una descarga eléctrica directa a mi entrepierna. El calor y la humedad se intensifican mientras mi respiración se acelera.

<<¡Puta madre! Y ni siquiera me ha tocado. ¿Qué carajo me pasa con este hombre?>>

Retrocedo un paso, intentando recuperar el control.

—Bueno Rafael, ha sido verdaderamente un placer saludarte —mi sarcasmo suena débil incluso para mí—. Me retiro, me están esperando.

<<Necesito salir de aquí ¡corriendo!>>

Extiendo mi mano derecha. Sus dedos largos y fuertes la envuelven con delicadeza mientras la lleva a sus labios. El beso en mis nudillos es deliberadamente lento, su barba raspando suavemente mi piel. Sus ojos, fijos en los míos, prometen peligro.

Sin soltar mi mano, me atrae hacia él con un tirón suave pero firme. Su otra mano se desliza por mi espalda hasta anclarme contra su cuerpo. Su aliento cálido acaricia mis labios, estamos tan cerca que podría contar sus pestañas. Mi cuerpo vibra en respuesta al calor que emana el suyo. Su aroma – cítricos, madera y …Rafael – me envuelve como una caricia física.

Poco a poco se inclina hacia mi mejilla. Su aliento cálido me hace temblar cuando susurra con una voz que es puro pecado:

—No tienes una idea de lo tentadora que luces esta noche… —hace una pausa que me hace temblar— Desde que te vi entrar, ese vestido me tiene volando la imaginación…

<<¡¿Qué carajo?!… ¿Me ha estado observando todo este tiempo?>>

Sus palabras me acarician como terciopelo oscuro, con esa voz de diablo, tentándome a probar lo prohibido. El aire se me escapa en un suspiro tembloroso que no puedo contener. Mis ojos traicioneros viajan de su mirada ardiente a sus labios entreabiertos. Sin darme cuenta, muerdo mi labio inferior, imaginando cómo sería… Me obligo a desviar la mirada y me libero de su agarre, aunque mi cuerpo protesta por la pérdida de contacto.

—Me tengo que ir —las palabras salen entrecortadas.

—Disfruta tu noche —su voz promete mil pecados.

Avanzo unos pasos pero me detengo, girándome con una idea maliciosa.

—¡Hasta luego Cooouuuch! —canturreo con voz melosa, imitando a Suemy pero elevando la seducción al máximo. Le regalo una sonrisa devastadora, un batir de pestañas y agito mi melena rizada. Me despido con un movimiento seductor de dedos antes de girar y caminar deliberadamente despacio hacia las escaleras, consciente de que sus ojos siguen cada movimiento de mis caderas.

Su sonrisa diabólica me dice que he logrado mi objetivo – dejarlo tan caliente y frustrado como él me ha dejado a mí.

<<Que sufra el cabrón>>

Llego a la mesa con Armando, disculpándome por la tardanza. Menciono vagamente haberme encontrado con un amigo. La plática continúa, pero mi mente ya está en otro lugar – reviviendo cada segundo del encuentro con Rafael. Me inquieta darme cuenta de cómo en solo unos minutos logró desmoronar las dos horas previas. Su presencia me dejó inquieta, excitada, anhelando más.

<<Concéntrate María, por favor…>>

Cerca de las 11, el cansancio me vence. Armando me acompaña al coche, caballeroso como siempre, abriendo mi puerta. Rechazo amablemente su oferta de escoltarme.

—Ha sido una noche muy agradable, Armando. Muchas gracias.

—Gracias a ti por aceptar —su sonrisa es cálida—. Me la he pasado muy bien, me gustaría repetir, pero ahora escoges tú el lugar.

—Solo debemos coordinar las agendas y claro. Quedamos para otro día.

—El día que tú digas está bien. — su voz, aunque me gusta, no tiene ese toque que me engancha.

Se acerca y me besa. Sus labios son suaves, el beso pausado y respetuoso. Sus manos firmes en mi cintura sugieren pasión contenida. Pero algo falta – la electricidad que sentí con el simple roce de los labios de Rafael en mis nudillos me provocó más que este beso completo.

<<¡Ay ni! Estoy en problemas…>>

La decisión es clara: no más salidas con este guapo. Es peligroso jugar con fuego cuando ya estás ardiendo por alguien más.

El beso termina y me dirijo a casa, el cansancio pesando en mis párpados.

La mañana siguiente, después de resistir quince minutos la tentación de seguir en cama, me arrastro a la ducha. Me visto ligera – el día promete ser un infierno de calor. Mientras sorbo mi café, reviso la lavandería y marco a Marce. Necesito desahogarme.

—¿Qué haces despierta a esta hora? Creí que no sabría de ti hasta la tarde. —la voz de Marce es casi un reproche

—Para nada. Tengo que trabajar, además no estoy desvelada.

—¿Cómo crees? ¿A qué hora terminaste la noche? —puedo detectar su decepción

—A las 11:30 estaba en mi casa.

—¡No jodas!

—Quiero chismear como Dios manda…

—Vente para mi casa, te invito a desayunar.

—Estoy ahí en 20 minutos.

<<¡Ay amiga, no tienes idea de lo que te voy a contar!>>

Doy el último sorbo a mi café y salgo hacia la casa de mi amiga. El aire de la mañana ya presagia el calor que hará más tarde. Quince minutos después, estoy en su puerta. Al entrar, encuentro a Andrés tendido en el sillón, absorto en su tablet. Su rostro se ilumina al escucharme, esperando ver a mis hijos, pero al notar que vengo sola, la decepción se dibuja en sus facciones antes de volver a sumergirse en su juego.

Marce y yo nos refugiamos en su cocina. El aroma del café recién hecho y fruta fresca inunda el ambiente mientras nos acomodamos en las sillas altas.

—Cuéntamelo todo. Desde el principio —sus ojos brillan con curiosidad mientras sostiene su taza humeante.

Le narro cada detalle: el restaurante, la plática con Armando y, por supuesto, el encuentro con Rafael. Sus ojos perspicaces no pierden detalle de mis gestos y expresiones.

—¿Y qué piensas hacer?

—¿Con qué?

—Obviamente con Armando —suspira con resignación—. Mira, a como veo las cosas, a ti el que te gusta en realidad es Rafa…

—¡Cero! —mi voz sale más aguda de lo normal.

—Claro que sí, sino no te afectaría como lo hace. Además, no entiendo por qué te causa conflicto aceptarlo. — da un sorbo a su taza.

—¿Cómo que por qué?… —me remuevo inquieta en la silla—. Sí, no te voy a negar que llama mi atención, pero también me cae mal. No hay momento que estemos cerca que no estemos en una lucha constante y eso es…

—Divertido —me interrumpe con una sonrisa conocedora—. Acéptalo: te divierte lo que dice, te divierte su sentido del humor ácido.

—Bueno, sí —jugueteo con mi taza—. No te voy a negar que sus respuestas me hacen reír, pero también me hacen encabronar y muy rápido. Además, su forma de hablar de “Yo digo y mando” me toca las pelotas…

—¡Pues claro! Estás acostumbrada a que la que toma las riendas eres tú y con este hombre no es así —su tono se vuelve más suave—. Y si mal no recuerdo, tú ya estabas harta de eso; según tú, querías encontrarte a una persona que tomara el control, que fuese él el de las riendas y ahora que se te ha presentado de frente, ahora ya no lo quieres, porque te cae mal.

Su respuesta me golpea como un balde de agua fría. Es exactamente eso: Rafael me quita el control y me aterra lo mucho que me gusta. Al ver mi silencio reflexivo, continúa:

—No sé cómo fue que se enteró de que ibas a estar en ese lugar, te aseguro que yo no le dije a Juan Carlos, pero si te vio pasar y fue a encontrarte es porque tiene interés en ti.

—No lo sé, no quiero hacerme ideas en la cabeza —murmuro, más para convencerme a mí misma.

—Está bien, no lo hagas, pero a mi parecer es así —hace una pausa para saborear un trozo de melón jugoso—. ¿Y con Armando qué prosigue?

—No lo sé —suspiro—. No quiero alimentar una falsa idea. Mira flaca, sí es muy guapo y todo, pero no me prende. Creo que podríamos ser muy buenos amigos, coincidimos en muchas cosas, pero por mi parte, nada más.

—Pues sincérate con él de una vez, para que no hagas perder el tiempo al hombre —Marce da un sorbo a su café, su mirada es directa.

—Es lo que voy a hacer, la próxima vez que salgamos hablaré con él.

—¿La próxima? ¿O sea que sí lo estás considerando? —arquea una ceja.

—Me dijo que la próxima vez yo escogería el lugar… —mi voz se apaga mientras picoteo la fruta del plato.

—¿Y tú? ¿Cómo vas con el morenazo? —sus ojos se iluminan al instante, una sonrisa boba aparece en su rostro.

—Vamos bien… muy bien. Hoy en la noche vamos a salir otra vez.

—¿Y Andrés? —pregunto extrañada.

—Su papá viene por él en un rato. Se va a quedar con él y mañana regresa en la tarde.

—¿Estás segura de que llega? —dudo que lo haga.

—Esta vez sí —su tono se endurece—. Tuvimos una llamada muy larga donde le canté hasta el precio. Le dije que se aplicara en sus funciones de padre porque ya había un candidato más que puesto para ocupar la vacante —una sonrisa maliciosa cruza su rostro—. Como era de esperarse, no le gustó ni un pelo. Así que por puro orgullo, va a venir y se va a portar como el papá ejemplar, que no es, por un fin de semana.

—Qué bueno, flaca. Que se haga responsable el imbécil —sonrío con malicia—. Así aprovechas para que te pases una nochecita dándole gusto al cuerpo con tu entrenador personal.

—¡Cállate! —sus mejillas se sonrojan—. Estoy muy nerviosa. Me invitó a cenar a su departamento, él va a cocinar —se abanica con la mano.

—¡Vaya! Qué sexy.

—Ya seeee. — se emociona. Sus ojos brillan más que siempre.

El café humea entre nuestras manos mientras compartimos miradas cómplices.

—¿Y tú qué vas a hacer en tu noche de sábado libre?— su voz, un tono cómplice.

—Me voy a comprar una botellita de vino, una botanita y me pienso instalar a ver películas en el sillón de mi casa. — me entusiasmo genuinamente con la idea.

—Deberías invitar a Rafael —sus ojos brillan con picardía—, ya para que se quiten las ganas y hagan las paces. —su sonrisa es maliciosa.

—¡Cállate, tonta!

—Yo digo que lo que ustedes traen arrastrando es una tensión sexual muy fuerte y una vez que se mitigue, va a reinar la paz.

—Ni loca le voy a llamar para que venga a hacerme compañía. Si lo que quiero es tranquilidad… — lo digo más para convencerme que para otra cosa.

—Yo digo que le llames para que te ponga de rodillas y después te ponga la arrastrada de tu vida —su voz baja a un susurro conspirador—, porque no me lo vas a negar, se ve que el hombre es fogoso. — su mirada tiene ese brillo malicioso que le conozco bastante bien.

Un escalofrío me recorre la espalda al recordar su mirada intensa.

—Ay sí, la verdad sí. Por eso me tiemblan las piernitas cuando lo tengo cerca.

—Ya ves… —sonríe triunfal—. Ustedes dos se traen ganas y muchas. — se mete un pedazo de manzana a la boca.

En ese momento el celular de Marce suena. Termino rápido mi desayuno y me despido – tengo que ir a mi oficina. Media hora después ya estoy en mi local, supervisando que todo marche bien.

A las 5 pm doy por terminado mi día de trabajo. De camino a mi departamento, paso por la vinatería. El pasillo de madera de los vinos me guía hasta mi favorito: un tinto de frutos rojos. Agrego un baguette, queso crema y aceitunas – esta noche me consentiré.

En casa, después de una ducha caliente que relaja mis músculos tensos, me unto crema por todo el cuerpo. Me pongo mi pijama corta, sin ropa interior, lista para mi cita con “El Padrino”. Apenas me acomodo en mi lugar favorito cuando suena el timbre.

<<¿Quién chingados será?>>

Por la mirilla veo a un repartidor joven. Abro, maldiciendo la interrupción.

—Hola, buenas tardes —su mirada se desvía brevemente hacia mi pecho sin brasier.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

—¿La señorita María Ortega? —sonrío ante el “señorita”.

—Sí, así es…

—Le traigo este paquete. — me lo entrega muy amable, pero sus hormonas de veinteañero lo traicionan, mandando la mirada a mi playerita de tirantes que muestra que no traigo puesto el bra.

Mi mandíbula casi cae al ver la caja de madera: una botella de vino y una tabla de quesos para una persona, todo elegantemente presentado bajo plástico transparente. Una tarjeta descansa encima.

—Disculpa, pero yo no ordené esto… Aunque me encantaría, creo que hay una confusión —mi corazón late un poco más rápido mientras él revisa sus datos.

—No. Está todo correcto, el regalo es para usted —me extiende la caja y la tomo, una sonrisa tonta dibujándose en mi rostro.

—¿Sabes quién lo envía? —pienso inmediatamente en Marce, la única que conocía mis planes.

—Lo desconozco, señorita. Solo tengo la dirección y el nombre.

—Pues muchas gracias… Espera —corro por una propina.

—A usted, que pase bonita noche —se va sonriendo, probablemente por el generoso billete.

Despego el sobre blanco y leo la tarjeta:

“Disfruta tu noche…”

Le doy varias vueltas buscando alguna firma o inicial, pero nada. Solo esas tres palabras. Pensando en Marce, le envío una foto.

>María> ¡Muchas gracias, Perrisss! Te luciste con la sorpresa

>Marcela> Nena, está hermoso ese detalle, pero yo no te mandé nada

>María> ¿Cómo crees? La única que sabía del plan de mi noche solitaria eras tú

>Marcela> Tal vez fue Armando

>María> No lo creo, él no sabe dónde vivo. A menos que me haya seguido ayer, y si es así, qué miedo

>Marcela> Ni idea. No le des tantas vueltas y disfruta esa tabla de quesos que ya se me antojó. Estoy esperando en la cocina de Juan Carlos a que esté listo lo que cocinó.

>María> ¡Qué bruta soy! Te estoy interrumpiendo en tu cita. Ya te dejo en paz, mañana platicamos. Besos y saludos al morenazo.

<<¿Quién habrá sido?>>

Los ojos me brillan mientras examino el contenido de la caja. Todo está dispuesto como una obra de arte: las aceitunas brillantes, el jamón serrano en delicadas lonchas, la variedad de quesos que prometen diferentes texturas y sabores, las fresas rojas e higos maduros… Un festín visual que hace que se me haga agua la boca.

<<Quien quiera que seas, sabes cómo conquistar a una mujer>>

Sin darle más vueltas, me acomodo en el sillón con mi tabla de quesos y mi copa de vino, lista para disfrutar mi noche de película con este detalle misterioso que ha mejorado considerablemente mis planes.

El domingo lo paso con Ana en el club de playa, tendida en una cama bajo el sol. Las cervezas heladas y el ceviche de camarón me saben a gloria mientras nos ponemos al día. Me cuenta de su trabajo, su novio, sus salidas – está viviendo a tope sus treinta. Hablamos de mis hijos, sus entrenamientos, mi rutina diaria… y ahí es cuando su gesto cambia.

—¿Cuándo te piensas dar un tiempo para ti? Entre el trabajo, el cuidado de los niños y la casa te estás acabando —el reproche en su voz es evidente.

—En eso estoy —le doy un trago a mi cerveza, evitando su mirada.

—Sabes que no me refiero a eso —frunce el ceño.

<<Aquí vamos otra vez…>>

Es la tercera persona que insiste en verme emparejada.

—Y sé a lo que te refieres y la respuesta sigue siendo: Déjame en paz. Me siento bien con mi soltería. — saboreo el amargo de la cerveza en mi boca.

—Estás muy joven, y por lo que veo, le estás dando duro a tus entrenamientos, la verdad es que te ves bastante bien —me examina con ojo crítico—. Disfruta la vida, sal, diviértete con tu amiga, conoce a alguien, deja que te pongan una cogida monumental ¡Por Dios! —mueve las manos exasperada.

—En eso te doy la razón: Una follada monumental no me vendría nada mal —río—. Pero tampoco voy a salir a buscarla y revolcarme con el primero que se me atraviese. —la miro por encima de mis lentes de sol.

—Pues yo te puedo presentar unos amigos, si quieres. —me dedica una de esas sonrisas traviesas.

—¿Unos pubertos de 20 y 30? No gracias. Si lo que quiero es que me enseñen, no terminar explicando para que son las cosas y cómo se usan…

Suelta una carcajada. Sabe que los más jóvenes que yo no son lo mío. A mi me gustan los maduritos, y si ya pintan algunas canitas, mejor.

De que Ana se empecina con algo, puede ser insoportable. Decido darle un hueso para que lo roa un rato y me deje respirar.

—Para que te quedes en paz, te platico que conocí a alguien, de hecho, salí a cenar el viernes con él. ¿Contenta? —sus ojos se abren como platos.

<<Aquí vamos con el interrogatorio>>

Antes de que empiece, le suelto los detalles de mi cena con Armando. No es que me emocione contarlo, solo quiero comprar algo de paz.

—¿Vas a salir de nuevo con él, verdad? —su tono destila expectación.

—Tal vez. Probablemente la semana que viene. —mi tono tiene la misma emoción que cuando anuncio que voy a ir al súper.

—No dejes pasar la oportunidad. Ahí está la follada monumental que estás pidiendo. — alza sus cejas con ese gesto travieso que la caracteriza.

<<Si supieras que esa follada me la imagino con otro…>>

La tarde se diluye entre chismes, cervezas y botanas. En casa, recibo a mis hijos que llegan con su papá. Sus caritas decaen cuando se despide – mañana parte a Cozumel y no lo verán en un mes. Para animarlos, los consiento con un baño relajante y su cena favorita que devoramos en la sala, acurrucados frente a una de sus películas preferidas.

Después de arropar a mis hijos, me quedo un momento sentada en el borde de la cama de Leo, acariciando su cabello. El fin de semana ha sido una montaña rusa de emociones: la cena con Armando, el encuentro con Rafael, el misterioso regalo…

<<Ya deja de pensar en eso, María>>

Me dirijo a mi habitación y me dejo caer en la cama. Mañana inicia otra semana, con sus rutinas y responsabilidades. Pero algo es diferente – hay una energía nueva, una expectativa que no estaba ahí antes. Cierro los ojos, y antes de dormirme, la imagen de una sonrisa arrogante y una mirada intensa se cuela en mis pensamientos.

<<Maldito Rafael…>>

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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