Más Allá del Juego

10 Encuentros casuales

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Maria

La rutina de la semana comienza como todas las demás. En pleno ciclo escolar, el despertador suena con ese pitido infernal que me arranca del sueño más dulce que he tenido en semanas.

<<¡Carajo!… 5 minutos más>>

Me arrastro fuera de la cama para comenzar la odisea de alistar a mis pequeños para el colegio. Después de la guerra diaria de “péinate bien”, “no te pusiste calcetines” y “¿dónde dejaste tu lonchera?”, finalmente llegamos al coche.

Llego a mi local con mi mejor cara de “todo está bajo control”, aunque por dentro solo ruego que el café me haga efecto pronto. La actitud ante todo, ¿no?

—¡Buenos días! —saludo a mi equipo, intentando contagiar un entusiasmo que todavía no siento.

—Buenos días, jefa —contestan todos al unísono, algunos con la misma cara de zombie que seguramente traigo yo.

Después de revisar pendientes y asegurarme que la operación va viento en popa, me refugio en mi oficina. No pasan ni cinco minutos cuando Laura aparece en el marco de la puerta, sosteniendo un café de mi cafetería favorita como si fuera el Santo Grial.

—Jefa, te acaba de llegar esto —dice, dejando el café en mi escritorio con una sonrisita que me dice que viene con chisme incluido.

—¿Quién lo trajo? —pregunto, mientras el aroma del café recién hecho me hace agua la boca.

—Llegó un repartidor preguntando por la “señorita” María —hace énfasis en el “señorita” mientras arquea una ceja—. Y dude en responder que aquí trabaja. Digo, el nombre corresponde, pero lo de señorita…

<<Pinche Laura, siempre tan linda ella>>

Esta flaca, además de ser mi mano derecha y encargada de operación, se ha convertido en una verdadera amiga. Todavía recuerdo el día que llegó a su entrevista de trabajo, empapada hasta los huesos por una tormenta tropical que azotaba el estado. Parecía que se había echado un clavado en la alberca con todo y ropa, pero ahí estaba, puntual y con una sonrisa. Esa actitud guerrera fue lo que me convenció de contratarla, aunque no tuviera experiencia en el ramo.

—Aunque te arda, así es —le respondo con una sonrisa maliciosa—. Después de tanto tiempo sin tener sexo, me considero una mujer virgen nuevamente.

Su risa burlona no se hace esperar.

—Le pregunté al repartidor pero me dijo que no sabía, que él solo entregaba —se acerca más a mi escritorio, bajando la voz como si me fuera a contar un secreto de estado—Mira, tiene algo escrito.

Giro el vaso entre mis manos y leo la misteriosa nota:

“Así como disfrutaste tu noche, ahora disfruta tu café”

<<¿Quién chingados está jugando al admirador secreto conmigo?>>

—¿De qué noche habla? —pregunta Laura con una sonrisa que haría sentir orgulloso al gato de Alicia. Le explico rápidamente sobre la tabla de quesos del sábado y ella asiente, confirmando mis sospechas—. Que miedo, si fuera tú, yo no me lo tomaba, capaz que le puso algo.

Por un momento la duda me corroe. Pero no, me niego a ser esa clase de mujer paranoica que ve complots hasta en el café.

—Ahorita lo pruebo, si ves que me empiezo a retorcer me pones un par de cachetadas —le digo a Laura mientras destapo el vaso. El aroma dulzón del café de olla me envuelve como un abrazo mañanero. Huele tan rico que casi perdono al misterioso remitente. Ella se da la vuelta y sale de mi oficina sin más ceremonia, como siempre hace.

<<Pinche Laura, ni “luego nos vemos” dice la majadera>>

Me recargo en mi silla, saboreando cada trago del café que, tengo que admitirlo, está buenísimo. De repente, como balde de agua fría, me llega el recuerdo de Rafael en el restaurante. “Disfruta tu noche”, me dijo con esa sonrisa que debería ser ilegal. Sacudo la cabeza tan fuerte que casi me desnuco.

<<No mames, María, ya estás alucinando. Aunque… ¿y si sí fue él? No, no, si fuera él, el veneno sería seguro>>

Me sumerjo en el trabajo hasta que llega la hora de recoger a los niños y llevarlos al entrenamiento. Llego al gimnasio con un cosquilleo en el estómago que me digo a mí misma es por el estrés. Busco disimuladamente entre los entrenadores, pero Rafael brilla por su ausencia. Me dirijo a las gradas donde Marce ya está esperándome, lista para nuestra rutina de “levanta-nalgas-urgente”.

Estoy en plena concentración, sintiendo el ardor en los muslos, cuando una voz grave me eriza hasta el último vello del cuerpo.

—Así te vas a joder las rodillas —el aliento de Rafael me roza la oreja y su loción me nubla el cerebro por unos segundos. No puedo evitar un respingo. A mi lado, Marce finge que no existe mientras reprime una sonrisa de pendeja.

—¿Disculpa? —volteo con mi mejor cara de indignación, aunque por dentro siento que me derrito.

—Digo que te vas a joder las rodillas con los desplantes que estás haciendo. Los estás haciendo mal —sus ojos negros me atraviesan y esa barba de candado me hace pensar cosas que no debería estar pensando en el gimnasio del colegio—. Te voy a enseñar cómo lo tienes que hacer.

<<Ay ese pinche tonito…>>

—O sea que, aparte de ser entrenador de natación, ¿ahora también eres entrenador fitness? —mi lengua escupe veneno automáticamente, como mecanismo de defensa.

—Para tu información, tengo una certificación en entrenamiento funcional y no solo eso —se acerca un poco más, y juro que el aire se vuelve más denso—, tengo certificaciones en otras áreas deportivas y soy muy bueno en todo lo que hago —enfatiza ese “todo” de una manera que me hace tragar saliva—. Así que, en vez de ponerte a la defensiva, deberías aprovechar y agradecer que me tienes como tu entrenador personal.

<<Maldito seas, Rafael, tú y tu cuerpo de tentación y tu… maldita arrogancia>>

Mi cerebro se queda en blanco. Tiene razón, y su cuerpo esculpido por los dioses es la mejor prueba de ello.

—Así que hazme caso y haz lo que te digo —su voz tiene ese tono de autoridad que me hace querer mandarlo al carajo.

Me quedo parada, manos en la cintura, hipnotizada por el espectáculo frente a mí. Rafael demuestra la posición correcta y yo solo puedo concentrarme en cómo se le marcan los músculos bajo ese short deportivo que debería ser ilegal. ¡Que piernas, carajo!

<<¡Que ganas de darle un buen apretón de nalga!>>

—¿Te quedó claro? —su voz me arranca de mis pensamientos pecaminosos.

—Sí, ya entendí —miento descaradamente.

—Hazlo. Quiero ver que lo hagas bien —ordena con ese tono que me hace hervir la sangre, mitad coraje y mitad… otra cosa.

<<¿Quién se cree este cabrón para hablarme así? >>

Marce, la muy traicionera, finge concentración con sus audífonos puestos. La conozco, seguro ni música está escuchando, solo quiere primera fila para el espectáculo.

Me posiciono como creo haberlo visto, pero evidentemente estaba más concentrada en otras… “delicias” que en la técnica. Rafael suspira y se acerca. Sus manos, grandes y firmes, toman mi pierna para corregir la postura, y juro que la temperatura del gimnasio sube diez grados.

—Así es como debes hacerlo. Ahora baja lentamente —su voz suena más ronca, ¿o son ideas mías?

—Ya no puedo bajar más. Duele —me quejo cuando siento su mano en mi espalda, empujando suavemente hacia abajo—. ¡Aaaauch!

—¿Quieres tener buenas nalgas o no? — su voz es ronca y lo suficientemente fuerte para escucharla sólo yo.

<<¡¿QUÉ?! ¿Acaba de decir lo que creo que dijo?… ¡Es un pinche patán!>>

Marce escoge ese momento para huir, ahogándose de risa la muy desgraciada. Mi cerebro hace cortocircuito y solo atino a responder:

—¡Claro que quiero! —Mi voz es determinante.

<<¡A huevo que si!>>

—Bueno, pues entonces haz lo que te digo y te aseguro que te transformaré ese trasero delicioso en un trasero todavía más exquisito. —Maldita voz de demonio tentador.

<<¡¿QUÉ COSA?!…QUÉ … que rico>>

Me quedo con la mandíbula por el suelo y el pulso acelerado. El calor me sube desde el cuello hasta las orejas, mitad por el ejercicio y mitad por las barbaridades que este patán me dispara sin anestesia. Lo peor es que cada palabra suya me enciende como cerillo en gasolina. Soy una enferma. Mentiría si digo que no me está encantando el jueguito.

—Eres un guarro —mascullo, intentando mantener algo de dignidad.

—No contradigo verdades. Ahora cambia de pierna —sonríe con esa mueca de “sé lo que te estoy haciendo” que me provoca instintos homicidas… y otros no tan violentos.

Los músculos me arden, pero hay otro tipo de fuego que me distrae más. La tensión entre nosotros es tan densa que se podría cortar con cuchillo.

—¿Estás diciendo que te gusta mi trasero? —las palabras se me escapan antes de poder mordérmelas.

Es que también me gusta tentar a la suerte y su sonrisa de medio lado y mirada maliciosa me hacen arrepentirme de haber pescado el anzuelo que me aventó. Bajo como me lo pidió y el baja a la altura de mi oído para decirme muy despacito y con voz ronca y seductora las palabras con las que te tienta un demonio.

—Estoy diciendo que tienes unas nalgas deliciosas que me invitan a morderlas y a ponerle un par de nalgadas a cada una hasta dejarlas del color que tienes en la cara en este momento…

<<¡PUTA MADRE! Esta respuesta no me la esperaba, pero fue perfecta>>

Pierdo el equilibrio y él me sostiene, sus manos firmes en mi cintura. Se incorpora con esa sonrisa se suficiencia que me hace querer arrancársela a besos ¡DIGO! A chingadazos… eso es ¡chingadazos!

—Veinte repeticiones por pierna —me guiña un ojo antes de girarse hacia la piscina, su caminar despreocupado gritando “misión cumplida”.

<<¡Hijo de…! Me dejó más prendida que árbol de navidad>>

Intento recomponerme, pero mi cuerpo está que arde. Hasta los pezones me duelen, traicioneros, marcándose bajo la lycra del top. Marce hace su aparición, con la expresión que ya me conozco de burla. Un “Te lo dije” gesticula con la boca.

Durante toda la rutina, siento la mirada de Rafael quemándome la piel. Cada vez que hago una mueca de dolor, su sonrisa diabólica se ensancha más.

<<Seguro el cabrón se está divirtiendo de lo lindo>>

Al terminar, me arrastro hacia los vestidores como puedo, mis piernas protestando con cada paso. Ya me imagino el infierno que será mañana.

Y no me equivoco. Los siguientes días son una tortura. Cada movimiento me hace recordar a la mamá de Rafael y también a la mamá de su mamá. Me repito como mantra que es el precio de la belleza mientras intento levantarme de la cama sin parecer una ancianita de noventa años.

Pero algo ha cambiado. Ahora llegar a la oficina me provoca un cosquilleo en el estómago, como quinceañera esperando mensaje del crush. Es ridículo sentirme así por un café anónimo, pero mi ego ronronea como gato mimado cada mañana cuando Laura aparece con mi dosis de cafeína y una nueva nota pintada con plumón negro: “Buenos días, preciosa”

<<¿Quién será este Romeo moderno que me conquista a punta de café?>>

He de admitir que la estrategia es brillante. Sin conocer a mi admirador secreto, ya tiene mi curiosidad bailando como changuito con platillos. Y eso, señores, es todo un logro.

 

La fecha del torneo se acerca y nos citan a una reunión de madres en la sala de juntas del colegio.

<<A ver qué circo nos espera hoy>>

Marce y yo llegamos primero. La señora Paty, más institución que asistente del director, nos guía hacia una mesa con café y galletas.

<<¡Bendito sea Dios! Al menos habrá cafeína para sobrevivir esto>>

Estamos en plena operación “café perfecto” cuando las voces chillonas de las gordibuenas atraviesan la puerta.

—¡Holiii! —exclaman al unísono, con ese tonito que suena como uñas arañando un pizarrón.

<<¡Ay no, ahí vienen las Kardashian región 4>>

Se acercan a saludarnos y no me queda más remedio que aguantar sus besos hipócritas. Su perfume me invade las fosas nasales como un tsunami de azúcar. No lo soporto.

<<¡Carajo! Este olor me va a perseguir hasta en mis pesadillas>>

—¡Hola, chicas! —Marce, siempre diplomática—. ¿Quieren cafecito?

—¡Ay sí, porfa! —contestan con ese tono que podría romper cristales.

Me refugio en una esquina de la mesa, aprendiendo de errores pasados. No pienso quedar atrapada entre estas arpías otra vez. Pero sobre todo para alejarme de la peste de su perfume, pero es imposible, parece que todo el lugar se ha impregnado con el dulzón fastidioso.

He de aceptarlo. Mi lado más víbora se regocija cuando de estas dos se trata. Es que va contra mi naturaleza no hacer un análisis detallado del outfit de la señora Suemy: vestido blanco que más bien parece segunda piel, cubriendo dos centímetros debajo de la línea donde termina el trasero de la dama. De la tanga de hilo dental que se transparenta como si fuera rayos X, hablamos luego; por ahora, me gustaría comentar acerca del brasier que le tiene las tetas más apretadas de todo Playa del Carmen. Dan la impresión de querer escapar por arriba ¿no le dolerán?

<<¿Se equivocó de dirección? ¿Creyó que la junta era en Mandala?>>

El vestido apenas le cubre las nalgas operadas, que por cierto, el cirujano se pasó de generoso. Para una noche en la Quinta Avenida, queda de puta madre. Para una junta escolar… bueno, digamos que mi lado santurrona está teniendo un ataque.

<<Soy una pinche envidiosa ¡¿Y QUÉ?!… Si a algo vine fue a criticar>>

Espera un momento… ¿Eso en los labios de Priscila es bótox? ¡Santo cielo!

<<Parece que alguien se tragó un panal de abejas… creo que se le fue un poco la mano>>

Las “mamitas” están en plena competencia por el título de “Más Obvia del Año”. Priscila con un short que más bien parece cachetero y una ombliguera que apenas contiene sus “atributos”. Un estornudo y aquí se arma un desmadre.

<<Hasta parece introducción de película porno>>

Esta reunión va a ser divertida. Ya quiero ver cómo se concentran los caballeros delante de las tentaciones que estas dos trajeron a relucir. Justo en el momento en que me mi arpía interna se la está pasando bomba, se escucha la entrada de los entrenadores a la sala.

Como si fuera coreografía ensayada, las dos todavía-no-sentadas brincan como resortes para su ritual de “saludo casual”.

La cara de Manuel, el director, es un poema. Está más rojo que semáforo en alto y parece que olvidó cómo sentarse. Alex, el bebé del grupo, tiene cara de quinceañero viendo su primera película porno. Juan Carlos, pobrecito, intenta mantener la compostura bajo la mirada láser de Marce. El morenazo sabe que si la caga y deja que sus ojos, de pura chingadera, se desvíen a donde no tengan que ver, no se la va a acabar.

<<Dale una razón, morenazo… solo una>>

Priscila se le pega como lapa, su lenguaje corporal gritando “¡Mío, mío, mío!” más fuerte que gaviota en la playa. Pero Suemy… ¡ay, Suemy!. Su objetivo es Rafael. No disimula ni mucho menos trata de ocultarlo. Se lo reconozco: la tipa no se amilana ni un pelo. Va por él. El “saludo” que le da a Rafael es prácticamente un faje express.

<<¿Eso fue un saludo o de pronto le dio comezón en las chichis a la tipa y se fue a rascar con el torso del Coach?>>

Empiezo a preguntarme si no hay algo entre estos dos. Porque una cosa es ser amigable y otra es restregarte como gata en celo.

<<O yo soy muy mojigata, o esta vieja es más resbalosa que piso recién trapeado>>

Mis cejas se arquean involuntariamente cuando veo el descaro de Suemy.

<<¿Por qué me arde tanto ver cómo se le restriega? Y peor aún, ¿por qué él la mira así?>>

La tipa se ve bien, lo admito a regañadientes. Vulgar como anuncio de table, pero bien. Cuando Rafael le da ese repaso con la mirada, siento un retortijón en el estómago.

<<¡Ahhhhh puta padre! ¡No la mires así!… ¡TU NO!>>

Me concentro en darle espacio a Marce para sentarse, como si fuera la tarea más importante del universo. Todos toman asiento en lo que parece una versión adulta del juego de las sillas: Manuel frente a mí, Juan Carlos frente a Marce, Alex, Rafael y el dúo dinámico completando el cuadro.

Durante toda la reunión evito a Rafael como si tuviera lepra. Me siento incómoda y quiero salir corriendo.

<<¿Por qué chingados me afecta tanto?>>

Apenas terminan de explicar los detalles del torneo, me levanto como resorte. Siento su mirada quemándome la espalda pero ni volteo.

<<No le voy a dar el gusto de verme ardida>>

Suemy, predecible como telenovela de las 4, se regresa por “algo que olvidó”.

<<Sí, cómo no. Lo único que olvidaste fue tirarte al entrenador>>

Manuel sale y los deja solos. Mi espalda se tensa como si me hubieran dado toques.

<<¿Qué tanto estarán haciendo esos dos?… ¡Te vale madre Maria!>>

No me quedo a averiguarlo. Me despido de Marce y salgo volando de ahí como alma que lleva el diablo. Ya bastante tengo con este fin de semana como para torturarme imaginando qué hace ese par.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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