Más Allá del Juego

11 El camino

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Maria

El taxi nos deja puntual en la escuela a las 8 am, tal como acordamos en la junta de ayer. El chofer me ayuda con mis tres maletas y siento el aire húmedo de la mañana pegándose a mi piel mientras las coloco en el suelo. Les entrego sus respectivas mochilas con rueditas a Nicolás y Leo, cada uno jalando la suya con ese entusiasmo típico de niños que van de excursión.

La camioneta ya está esperando y junto a ella están Juan Carlos, Alex y Marce. El sol de la mañana hace brillar el cabello de mi amiga, que se mueve inquieta de un lado a otro organizando todo. Andrés ya está instalado arriba, con el celular prácticamente pegado a su nariz, y mis hijos, después de soltar sus “¡Hola!” entusiastas, se le unen como imanes para sumarse a la partida del dichoso jueguito en sus tablets.

Me acerco a saludar, repartiendo besos en la mejilla de manera decorosa —sin arrumacos ni tallones de por medio— cuando Rafael aparece de la nada, como si lo hubiera invocado con el pensamiento.

—Buenos días… —Todos contestamos al unísono.

—¿Y mi beso? —suelta con ese tono juguetón nuevo.

No espera respuesta. Sus manos firmes me toman por la cintura y con un suave tirón me acerca a él para plantar un beso en mi mejilla. El contacto es como una descarga eléctrica a mis sentidos. Su loción para después del afeitado me invade las fosas nasales —una mezcla perfecta de madera y cítricos— y sé que ese aroma se quedará tatuado en mi piel toda la mañana. La barba de candado le raspa suavemente mi mejilla, dejando una sensación cosquilleante en mi piel.

<<RI-CO>>

Se aleja para saludar a los demás y, mientras sube su maleta, mis ojos traicioneros hacen un recorrido detallado.

<<Que ricura de hombre>>

Los lentes tipo aviador le dan un aire misterioso que, combinados con esa barba negra tupida y su gesto serio, lo hacen parecer un madurito malote. El pantalón de mezclilla se ajusta perfectamente a ese trasero de tentación y la playera polo marca los músculos de una espalda que parece esculpida por los dioses.

—Perris… disimula —susurra Marce, su voz apenas audible entre nosotras. Sus ojos brillan con diversión.

—No sé de qué hablas —respondo haciéndome la ofendida, aunque siento el calor subiendo por mis mejillas.

—Si está rico, pero disimula. — susurra para nosotras — Tu mirada se vio peligrosamente perdida en esa espaldota. Diría que fue en su trasero respingón, pero sé que eres más de espaldas anchas tipo gorila.

—Tipo espartano, no te equivoques —la corrijo, alzando una ceja.

Los minutos pasan bajo el sol cada vez más intenso y las buchonas no aparecen con sus hijos. Llevan 15 minutos de retraso y puedo ver la irritación en las mandíbulas tensas de los entrenadores.

<<Síganle sonriendo tanto a las pendejas… ahí están las consecuencias>>

Marce y yo nos adelantamos a apartar lugares. Los niños ya colonizaron la segunda fila de tres pasajeros, así que tomamos la primera fila justo detrás del asiento del piloto. En la fila de la derecha descansan las mochilas de los entrenadores, supongo que de Juan Carlos y Alex.

Cinco minutos después, el rugido de una camioneta anuncia la llegada de las señoras. De la camioneta de la buchona alfa —Suemy— bajan Priscila con su hijo Sebastián, y Ethan con su mamá. Los peques se quedan ayudando con el equipaje mientras nosotras observamos boquiabiertas el desfile de maletas.

<<¿Ocho? ¿Neta? ¿Qué traen ahí, el clóset completo?>>

Los entrenadores tienen una expresión que oscila entre el fastidio y la incredulidad. No es solo por los escotazos que dejan ver media chichi al aire, sino porque es físicamente imposible que ese montón de maletas quepa en la cajuela. El sudor ya empieza a perlar sus frentes mientras calculan mentalmente cómo resolver este tetris improvisado.

Marce, como radar bien calibrado, no pierde detalle de su morenazo. Desde nuestros asientos privilegiados tras los vidrios polarizados, tenemos vista premium al espectáculo. Los cacheteros que traen por short dejan poco a la imaginación, y el bamboleo de caderas al caminar es más estudiado que tesis doctoral.

De pronto, siento el calor que irradia Marce a mi lado —sus orejas se han puesto de un rojo vivo. La razón: Juan Carlos recibiendo el beso de Priscila. No es el beso en sí, sino esa mirada fugaz pero coqueta que le dedica mientras ella se asegura de que la sheshe haga contacto completo.

<<Ay, morenazo, ya la cagaste>>.

Rafael, en cambio, se mantiene rígido como estatua cuando Suemy le planta un beso muy sugerente en la mejilla con su respectivo repegón frontal doble. No hace ni el intento de tomarla por la cintura —punto a su favor— pero ella aprovecha para “accidentalmente” posar sus manos en las caderas del entrenador. Siento mis propias orejas arder y un sabor amargo en la boca.

<<Pinche vieja ofrecida>>.

Marce y yo cruzamos miradas. No necesitamos palabras —nuestra comunicación es casi telepática. En sus ojos leo exactamente lo que estoy pensando: esto va a valer madre.

—Les repegaron las chichis, ¿viste? —sisea Marce, sus orejas brillando como semáforo en rojo—. Y que no me vaya a decir que no ese pinche moreno porque le pego en los huevos.

—Chíngatelo, amiga. Por facilote.

Nos callamos cuando Ethan y Sebastián suben a saludar. Detrás de ellos aparecen las dos arrastradas, destilando miel por los poros.

—¡Buenos días, chicas! —nos saludan con una dulzura tan falsa que me da diabetes.

Regresamos el saludo. Tampoco podemos ser obvias y mostrar que nos ardió el ego con lo que vimos. Porque lo acepto, a mí también me ardió y más aún, al aceptar la realidad: el par de atributos frontales que yo porto, son como una tercera parte de lo que la rubia “natural” se compró. ¿Cómo compites con eso?

<<Maldita austeridad>>

Alex sube después, con una sonrisa de pendejo que delata lo mucho que está disfrutando la vista trasera. Juan Carlos lo sigue, buscando inmediatamente a Marce con la mirada. Ella le devuelve unos ojos asesinos que gritan “no te la vas a acabar, cabrón”.

Rafael ocupa el asiento del copiloto y me doy cuenta de mi error estratégico: desde aquí su loción me llega directo, embotando mis sentidos.

<<Debí sentarme hasta atrás, chingada madre>>.

El señor Humberto toma el volante y arrancamos hacia Mérida. Marce se hace la dormida para evitar al morenazo traidor que tiene al lado. La entiendo perfectamente —yo también traigo un coraje inexplicable atorado en la garganta. Saco mi termo de café con leche y mi tablet, sumergiéndome en mi novela de agentes y mafias.

De repente, siento inequívoca sensación que sientes cuando alguien te observa. Al levantar la vista, me topo con la mirada de Rafael en el espejo de la visera. Aún con los lentes oscuros puestos, sé que me está observando. ¿Será porque la rubia operada no está en su campo de visión? Bajo la vista de inmediato, fingiendo concentración en mi lectura.

Una hora después, el sueño me vence. Me pongo los lentes oscuros para disimular y me dejo llevar. Despierto cerca de la hora final para revisar a los niños: siguen pegados al jueguito, compartiendo manzanitas amarillas —las favoritas de Nico que Leo acepta por pura hambre.

Sin querer, mi mirada se desvía hacia las buchonas, que están en plena sesión de selfies buscando el ángulo perfecto para su escote y boca de pato.

<<Neta que son todo un caso>>.

Ruedo los ojos involuntariamente y capto la sonrisa maliciosa de Rafael en el retrovisor.

<<Uy, me cachó>>.

Desvío la mirada, todavía ardida por el recuerdo del repegón de Suemy.

 <<¿Y a mí qué me importa? Ni me cae bien el wey>>.

Me pongo los audífonos a todo volumen con “Do I Wanna Know” de Arctic Monkeys. El paisaje y la música ayudan a calmar mi ego herido, aunque cada vez que escucho esta canción últimamente, la imagen de Rafael aparece en mi mente.

<<Seré pendeja>>

Después de cuatro horas encerrados, por fin cruzamos el portón eléctrico de la villa. El estacionamiento techado nos recibe con una cascada de buganvilias que cae como cortina púrpura sobre la reja frontal. ¡Que bonito!

Al pasar la puerta doble, el jardín nos deja sin aliento: una explosión de flores tropicales danza con la brisa de la tarde mientras la alberca centellea bajo el sol. Los camastros se distribuyen entre el agua y un kiosco de madera que parece sacado de revista. El aroma a flores se mezcla con el del asador de ladrillo rojo, que prácticamente suplica por una carnita asada.

Por el sendero de la izquierda se alinean cuatro cabañas blancas, que resaltan como perlas entre todo ese colorido. Son rústicas pero acogedoras. A Marce y a mí nos asignan la más grande.

<<¿Será por ser la novia del coach? Bueno, a gozar de los beneficios colaterales>>.

Juan Carlos y Rafael se instalan en la primera, nosotras en la segunda, las Kardashian en la tercera y Alex con Don Humberto en la última. Tenemos una hora para acomodarnos antes de ir al súper por víveres. Las cocinas están equipadas con lo básico —suficiente para preparar algo decente sin romper la dieta de los niños.

Ya en el súper, nos recuerdan la regla de “cero alcohol” en la villa. Marce y yo intercambiamos una mirada de frustración. Adiós a nuestra fantasía de tomar vino helado en los camastros del kiosco. Aunque algo se nos ocurrirá para sobrellevar la situación.

Entramos al súper y, como por obra del destino divino, terminamos justo en la sección de vinos y licores. Ahí están, brillando como joyas prohibidas, las botellas de nuestro vino favorito. ¿Esto es una prueba del cielo o una invitación al pecado?

Mi fuerza de voluntad es tan débil como mis rodillas cuando huelo la loción del Coach. Le encargo los niños a Marce y, moviéndome como ninja amateur, ejecuto mi operación contrabando con dos botellas envueltas en una toalla. Rápidamente me dirijo a las cajas de cobro automático en donde pago en tiempo récord. Con mis dotes dignas de ratero profesional, me dirijo al área de paquetería, pasando desapercibida, según yo.

—Hola.

Pego un brinco digno de medallista olímpica. Me siento como en secundaria cuando tu mamá te cacha fumando.

—¡Carajo, me asustaste! —Mi voz sale dos octavas más altas de lo normal.

—Lo siento, Chaparrita —Juan Carlos sonríe con esa cara de “sé lo que estás haciendo”—. Oye… ¿sabes por qué está enojada Marce conmigo?

Mi cara pasa de nerviosismo a una de desagrado en milésimas de segundo. Cómo no va saber ¿Neta me está preguntando eso? ¿Después del numerito con Priscila?

—No lo sé. ¿Por qué no le preguntas a ella? —suelto con todo el veneno pasivo-agresivo que puedo reunir.

—Lo haría si me respondiera, pero como no lo hace, recurro a ti. — me responde con tranquilidad, con la confianza de que sabe que le voy a soltar toda la sopa.

—No sé, no me voy a meter en sus asuntos —respondo como si me hubiera ofendido personalmente, que la verdad, así lo siento—. Si no te quiere responder es por algo que hiciste.

El morenazo achina los ojos y se recarga en el mostrador con ese aire de galán de telenovela que se carga.

—Mira, hagamos un trato: — su voz es suave y pausada, de esas que se ocupan en negociaciones agresivas — Tú me dices por qué está enojada mi novia, que por cierto es tu mejor amiga, y yo no le digo a mi director, que por cierto es mi mejor amigo, nada acerca de las dos botellas de vino que vas a meter de contrabando a la villa.

<<¡Hijo de su…!>>

Abro los ojos como platos y la boca en una ‘O’ tan dramática como señora argüendera. Llevo una mano al pecho, como actriz de telenovela que acaba de descubrir una infidelidad.

—¡Juan Carlos! —susurro teatralmente—. ¿Por quién me…?

Me interrumpo a propósito, dejando la frase al aire mientras entrecierro los ojos. Y muevo la cabeza de forma negativa, nada más para hacer más teatro, porque sé que ya estoy bien atorada con el Chocolate andante este.

El morenazo ni se inmuta, mantiene esa sonrisa ladina que dice “te tengo” mientras espera mi siguiente movimiento.

<<Pinche Juan Carlos, salió más cabrón que bonito>>.

Suspiro exageradamente, como mártir resignada a su destino. Si vamos a jugar este juego, al menos lo haremos con dignidad.

Aún sabiendo que estoy atrapada, decido estirar un poco más la liga, solo para averiguar si me está tanteando o de verdad me cachó.

—¡Me ofendes! —exclamo con dramatismo digno de actriz dramática, llevándome una mano al pecho—. ¿Cómo se te ocurre que voy a hacer tal co…?

—Son dos botellas de vino envueltas en una toalla —me interrumpe—, y me atrevo a decir que es ese vino dulzón que por alguna razón misteriosa les encanta a ti y a Marce.

¡Maldito moreno observador! Tendré que soltar algo de información para salir de esta.

—Ok, tú ganas… —suspiro derrotada. Hago una pausa para recomponerme de mi drama. Lanzándole una mirada de advertencia.—. Sólo te voy a recomendar algo: Ponle distancia y un hasta aquí a los coqueteos de la gordibuena de Priscila, porque ya es bastante evidente las ganas que te tiene y mi amiga ya se dio cuenta.

—¿Por qué dices eso? —pregunta con genuina confusión.

<<¿Neta? ¿Este wey nunca ha oído hablar del radar femenino?>>.

—Mira, en mi pueblo, si una mujer le pega las chichis a un vato cuando lo saluda, es porque le gusta. Es un antiquísimo ritual de marcaje territorial —explico como si diera una clase de antropología—. Y si el macho en cuestión le echa una miradita al escote y sonríe como quinceañero, significa: “se me antoja lo que veo”. Así que controla a la fiera o Marce te va a mandar al carajo. Y con justa razón, por cierto.

—No sé de qué hablas. — me responde con seguridad pero confusión en su semblante.

—¡No te hagas wey, Juan Carlos! —Su cara de sorpresa al oírme decirle “wey” a un entrenador es impagable—. Vimos cuando llegaron esas resbalosas a saludarlos y a mostrarles en ofrenda el par de melones que están a su disposición. Y seamos honestos, ninguno de los dos se veían muy incómodos con tales… demostraciones amistosas.

<<¿Y yo por qué chingados estoy hablando en plural? ¡Más pendeja no puedo ser!>>

—¿”Los dos”? —su mirada cambia a una de pura suspicacia. La conversación acaba de tomar un giro inesperado.

—Como sea —intento escapar antes de hundirme más—. Ya te dije lo que necesitabas saber para arreglar tu asuntito, lo demás, depende de ti, guapo. —hago una pausa para elegir mis palabras —Y como el caballero que creo que eres, vas a respetar el trato y mantener la boca cerrada sobre mi contrabando.

—Descuida, de todas maneras no pensaba decirle nada —me da un beso en la mejilla y me guiña un ojo. Su sonrisa de niño travieso me confirma que caí redondita en su trampa.

Me doy media vuelta con toda la dignidad que puedo reunir y me voy a buscar a Marce, que ya casi termina con la lista de compras.

<<Pinche Juan Carlos, se ve tan inofensivo…>>

Le guiño un ojo a Marce, señal de “misión cumplida”, y seguimos con las compras. En el pasillo de lácteos, siento una presencia que me eriza la nuca. Al girarme, me topo con Rafael prácticamente respirándome el pensamiento.

—Haré una inspección del carrito, para asegurarme que no llevas nada ilegal —susurra con ese tono grave que contrasta con el brillo travieso en sus ojos. ¿Este es el mismo entrenador serio de siempre?.

Reviso que mis niños sigan distraídos con sus lechitas de chocolate.

—No me preocupa. Puedes revisarlo cuando quieras —intento mantener la compostura.

—Sí, eso voy a hacer —se acerca más, si es que es posible—, pero antes empezaré contigo, así que manos al vidrio —su voz tiene un toque de diversión que nunca le había escuchado.

Lo miro como si estuviera loco.

<<¿El señor cara de amargado, está haciendo bromas sucias en el súper?>>.

Mi cerebro entra en modo pánico. Me quedo muda.

—¡Ya las encontré, mami! —La voz de Leo me salva. Huyo hacia él como alma que lleva el diablo.

Lo acepto, me puso nerviosa… MUY nerviosa. Y mi mente traicionera ya me había proyectado toda una película contra el vidrio frío, con sus manos grandes recorriéndome entera.

 <<Pinche abstinencia… ¿o será que me gusta este Rafael juguetón?>>.

En las cajas, ejecuto mi operación ninja para recuperar el contrabando. Nadie se entera, excepto Juan Carlos, que me mira con cara de “caso perdido”.

Ya con la compra lista y acomodada en su lugar de la camioneta, nos disponemos a esperar a los que faltan, pero como no se les ve para cuando salir a las señoras, especulamos ¿Qué comer?

El hambre nos lleva al Subway. El hambre ya es de perros, los refrigerios que tomamos en el camino y las barras de proteína no son suficientes, así que, al ataque. Me aseguro que mis hijos tengan todo lo necesario y justo cuando estoy a punto de atacar mi baguette, siento esa mirada penetrante. Rafael está frente a mí, con su cara de pocos amigos, pero hay algo diferente en sus ojos… ¿diversión contenida? Le sostengo la mirada mientras muerdo el pan. Que sepa que se morder, a ver si así la piensa más conmigo.

<<¿Quieres jugar? Juguemos>>.

Él alza una ceja y por un segundo veo ese destello travieso de nuevo antes de que lo llamen por su orden. Se sienta detrás de mí y agradezco a todos los santos.

Las buchonas por fin salen del súper con tres carritos que parecen listos para sobrevivir al apocalipsis zombie.

<<¿Neta? ¿Van a alimentar al ejército o qué?>>.

Nadie les pregunta si quieren comer —que se jodan por tardadas.

Después de otro tetris épico para acomodar todo en la camioneta, regresamos a la villa. Los niños están muertos; lo único que quieren es acostarse un ratito y después meterse a la alberca. Mis pequeños tritones, no pueden vivir sin agua. Por eso son tan buenos en lo que hacen. El orgullo maternal me invade mientras los veo acurrucarse en la salita frente a la tele.

Mientras ellos descansan, Marce y yo nos ponemos a acomodar la compra. Tengo que contarle sobre mi encuentro con el moreno, aunque sé que va a explotar en tres, dos, uno…

—¡Ash! No le hubieras dicho nada —ahí está.

—¿Y qué querías que hiciera? Me arrinconó. Era eso o sacrificar las botellitas deli que ya están enfriándose en el congelador.

—Pues las hubieras dejado perder, entonces —masculla. Su celular no para de iluminar la pantalla con mensajes que ella ignora olímpicamente.

—Discúlpame, amiga, pero hay situaciones donde la vida te exige hacer sacrificios. Además… —sonrío con malicia—, creo que tuvo sus beneficios. Hace rato vi cómo la mandó al diablo…

—¿En serio? —sus ojos se abren como platos.

—Ajá. La tipa le pidió ayuda con las bolsas y él le aplicó la de “ahorita regreso”… pero nunca regresó. Alex y Don Humberto fueron los que se compadecieron.

—Ah cabrón, el hombre captó rápido —sonríe satisfecha—. Oye, ¿pero el Coach no fue bueno para ayudarles? Me extraña, con lo puestita que está la rubia con él…

Siento un pinchazo en la espalda que me hace enderezarme como resorte.

—No sé, Flaca, en eso no puse atención —mi voz sale más cortante que navaja de cirujano.

—Tal vez el mensaje le llegó también a él y mataste dos pájaros de un tiro —canturrea con una sonrisa maliciosa.

—Él puede hacer lo que le venga en gana, a mí me vale. Y ya, cambiemos el tema —¿Por qué chingados me arde tanto? —. El punto era ponerte al tanto del moreno, ya lo demás es tu bronca.

—Va, pues. Mejor vamos a darnos un bañito y nos relajamos que mañana será largo.

Le tomo la palabra. La regadera es una delicia —enorme y con un chorro de agua que cae como bendición sobre mi espalda tensa.

<<Hmm, esto es lo que necesitaba>>.

Mientras el agua caliente deshace los nudos de mi cuello, intento no pensar en cierto entrenador y sus jueguitos en el súper.

<<¿Por qué tienes que gustarme tanto?>>

El plan era simple: cenar fruta, leche para los niños, mi sagrado café y a dormir. Pero como todo en mi vida últimamente, se va al carajo cuando Juan Carlos toca la puerta anunciando reunión en el kiosco.

<<¿Neta? ¿Ahorita?>>.

Salimos al jardín donde ya está el comité de bienvenida: Rafael, Alex y el dúo dinámico de las gordibuenas.

¡Válgame! ¿Eso son licras o pintura corporal? Traen unos cacheteros y tops tan diminutos que las tetas parecen estar suplicando “¡Libérenme!”. Nos barren con la mirada de pies a cabeza, torciendo el hocico como si acabaran de oler leche agria.

<<¿Y a estas qué mosca les picó? Si ni estamos compitiendo>>.

Marce va en sus licras que le hacen justicia a ese trasero que tantas sentadillas le ha costado, y una playera oversized que le cae “accidentalmente” sexy por un hombro. Yo traigo mi vestidito rosa para dormir —de esos que son más dulces que pan de feria pero que te marcan las curvas sin anunciarlo a gritos. Lo cómodo, pues.

Las dos andamos a cara lavada, tan naturales como Dios nos trajo al mundo (bueno, con ropa), mientras que el par de exóticas parecen listas para una sesión de fotos de Instagram. ¿Se habrán maquillado otra vez solo para la reunión? Porque juro que cuando llegamos del súper no traían ese smokey eye.

Lo más chistoso es su cara de indignación, como si nuestra falta de producción fuera una ofensa personal.

Al ver a Rafael recién bañadito con esas bermudas y playera blanca que se le pega al torso y espalda de toro que tiene, no puedo evitar darle una repasadita rápida a este guapetón que tengo enfrente. Es delicioso como huele y no puedo evitar sentir como se me despierta algo que ha estado dormido durante mucho tiempo dentro de mí. Es esa cosquillita que se siente cuando alguien se te antoja.

<<De verdad, es raro sentirlo nuevamente… pero que rico se siente>>

Y no es que no haya tenido oportunidades de estar con hombres guapos después de mi divorcio, ahí tenemos a Armando, que es un empresario por demás sexy, pero ni siquiera con el beso que me dio al salir de su restaurant sentí lo que este hombre me provoca con tenerlo cerca.

Es un sentir peligroso si no le pongo un alto desde ahorita. No me puedo dar el lujo de que se me vaya la pinza con este guaperas y más sabiendo como es de cabrón.

Nos colocamos todos en círculo. De frente tengo a Rafael, a su izquierda Suemy, más cerca de lo que debería para mi gusto, a la derecha del Coach Juan Carlos, poniendo clara distancia con Priscila, a su lado Marce y después yo. A mi izquierda Alex y sigue Don Humberto.

—Gracias por venir, va a ser una reunión rápida, sabemos que ya todo mundo está agotado pero es necesario tener claro el itinerario de mañana —se dirige a cada uno de nosotros, pero de repente me da un repaso con la mirada, de esos que pasan cuando los ojos te traicionan y agarran rumbo solitos.

¿Lo habré imaginado? La sonrisita que Alex trata de aguantar me confirma que no estoy loca.

<<Contrólate, carajo. No empieces a imaginar pendejadas>>

Me pongo un par de cachetadas mentalmente, pero es inútil cuando lo veo enderezar la espalda en todo su esplendor y abrir el compás del par de robles que tiene por piernas con un claro mensaje de “Aquí mando yo”, no puedo evitar que se me haga agua la boca.

<<Concéntrate María, concéntrate. No me obligues a ponerte otro par de cachetadas mentales>>

—Mañana tenemos que estar a las 8 am en registro —comienza Rafael con ese tono de autoridad que te eriza hasta las pestañas—. Nos tomarán fotografías para los pases de acceso y verificarán las credenciales de los chicos para evitar trampas. Después iremos a almorzar a un bufet, el colegio invita. ¿Dudas hasta aquí?

<<¿Qué si tengo dudas? Sí, ¿Cómo le haces para verte tan rico?>>

Todos negamos con la cabeza mientras él continúa explicando el itinerario.

—Si Coach, todo claro – La rubia le lanza una caída de pestañas tan exagerada que parece que le entró una basurita en el ojo, gesto que a mí me descompone un poco, pero logro disimular a tiempo, o al menos eso creo.

—Es importante respetar los tiempos y la puntualidad —interviene Juan Carlos—. La salida de la villa debe ser a las 7:30 en punto, no más.

—Bueno, pero puede haber tolerancia de al menos 10 minutos, ¿no es cierto? —suelta Priscila con voz melosa.

<<¡Ay, mamita! La acabas de cagar…>>

El gesto de Rafael se transforma en uno que nunca le había visto. Es como si le hubieran dicho que el gym va a cerrar para siempre.

—Y la hay —responde con una voz que podría congelar el infierno—. La cita es a las 7:20 en el estacionamiento para salir 7:30 am puntuales.

<<¡Uy! Ya salió el Rafael mamón que tanto me gusta… ¡DIGO! que no soporto>>

—Y que bueno que toca el tema, Priscila…

<<¡Zaz! Ya le habló de usted. Valiste madre, reina>>

—…porque quiero ser claro en este tema de la puntualidad. Venimos a un torneo con fines académicos y deportivos, no de vacaciones ni de fin de semana de esparcimiento.

Su voz va subiendo de intensidad mientras abre más el compás de sus piernas, en esa pose de macho alfa que me hace agua la…

<<¡MARÍA! ¡Concéntrate!>>

—…así que si todos hacemos el esfuerzo por estar listos a la hora estipulada, tanto usted como la señora Suemy háganos el favor de respetar las normas y el tiempo del resto del equipo y estar a tiempo junto con los chicos.

<<Uff, papi, qué rico regañas… ¡BASTA YA!>>

—…porque las puertas de la camioneta se cierran a las 7:30 am y si no alcanzan a llegar, en automático los chicos quedan fuera del torneo y ustedes se regresan a Playa del Carmen mañana mismo.

<<¡Tengan ya, nalgonas!>>

¡Qué ganas de brincarle encima, enroscarle las piernas en la cintura y meterle la lengua hasta la garganta mientras él me manosea las…!

¡PLAS, PLAS! Dos cachetadas mentales, una de ida y otra de vuelta. ¡Por pronta!

<<¡Aterriza, María! Pinches hormonas deben andar al mil…Ha de ser la ovulación>>

Cuando regreso de mi frenesí interno, me encuentro con un silencio tan denso que hasta los grillos se oyen incómodos.

—No te preocupes Rafa, yo me voy a asegurar de que estemos listas y puntuales a la hora que indicaste.

¡Uy, qué perra! Acaba de aventar a su amiga bajo el camión con tal de quedar bien con “Rafa”… aunque me juego las bubis a que la impuntual es ella.

Mis ojos viajan directo a las garras que la rubia posa en el antebrazo del Coach.

<<¡Quítale las pesuñas de encima, gata!>>

Rafael se incomoda y retira el brazo disimuladamente, fingiendo pasarle unos papeles Juan Carlos

—No es necesario. Con que todos hagamos lo que nos toca es más que suficiente —responde cortante.

La rubia fuerza una sonrisa mientras Priscila parece semáforo en rojo.

—Si no hay más dudas, vámonos a descansar. Buenas noches.

—Buenas noches, Coach —hasta yo respondí sedita.

Pendeja no soy. Sé cuándo NO tentar al tigre y cuando picarlo para hacerlo encabronar ligeramente. Por el día de hoy, aplicaré la técnica de mis hijos cuando detectan que ya me tienen hasta la madre: Mejor me voy a mimir.

Ya en la cabaña, Marce y yo nos enroscamos cual coralillos en las periqueras para nuestra sesión premium de viboreo nocturno. Ya sé que es de muy malas personas… ¡pero es que no las soportooooo! Ni modo, hay gente que no te pasa ni con azúcar.

Después de destilar veneno y dar de cenar a los retoños, la cama me llama como sirena a marinero. Al abrazar la almohada más esponjosa que he tocado en mi vida, intento no pensar en mañana… ni en cierto Coach mandón.

Mañana será otro día de locura con registro, fotos, niños, entrenadores y un largo etcétera.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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