
Reflejo - 3 Delicia



3 Delicia
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Julia
El sonido metálico de las pesas retumba en el gimnasio mientras observo mi reflejo en el espejo. Paulina me mira con esa sonrisa de “te lo dije” que tanto me irrita. Tiene razón, pero no pienso admitirlo: este lugar es mucho mejor que el gimnasio al que íbamos antes. Además de quedarnos fabuloso, el que esté en la misma torre de nuestra oficina nos permite librar el tráfico de la zona, llegando antes para tomar el entrenamiento de defensa personal que tanto queríamos y que, en mi caso, urge.
Eso de que Miguel esté haciéndose el aparecido nuevamente por mensajes me deja ver que va a empezar a molestar, pero esta vez quiero estar preparada para ponerle un estate quieto a su jodida intensidad. Me puso la mano encima una vez—en realidad fue mucho más que eso, pero prefiero no recordarlo— y con esa me bastó para mandarlo al carajo y ponerle una orden de restricción, pero ya se venció y el imbécil lo sabe, por lo que se está dando valor de volver a querer joderme. Esta vez estaré preparada.
—Uy, amiga —susurra inclinándose hacia mí mientras finge estirarse—, si estuvieras viendo lo que yo, babearías con esa espalda deliciosa.
Paulina sabe que las espaldas anchas, musculosas, fuertes, tipo espartano, son mi debilidad, y a juzgar por su cara de pervertida, puedo deducir que tiene una en la mira.
Sin interrumpir el ritmo de subir y bajar las mancuernas, volteo discretamente hacia donde me indica con las cejas, para encontrarme con una vista maravillosa: espalda ancha, músculos marcados con la tensión que se hace al bajar el peso que jala la barra suspendida por detrás de la cabeza del caballero en cuestión.
Que delicia.
—Es Gabriel Garza —Paulina responde a la pregunta que no hice, porque francamente no me interesa ni su nombre ni nada, solo me recreo la pupila—. El dueño.
El nombre me resulta familiar. Claro, es el CEO de Grupo Roca, la empresa con la que tenemos la reunión esta mañana. El hombre que podría hacer que el proyecto ambiental en el que he trabajado los últimos seis meses se vaya a la mierda si mi jefe no le llega al precio para que trabaje con nosotros.
Nuestras miradas se cruzan en el espejo por una fracción de segundo. Sus ojos oscuros me miran de esa forma cuando alguien te resulta familiar. Dudo mucho que sea un hombre estúpido y llegue a la junta de hoy sin un atisbo de información; seguramente ya hizo su tarea básica de investigarnos como empresa. Dados los últimos acontecimientos en donde aparezco en una página enorme del jodido periódico —que pedí expresamente que no me incluyeran en las fotos y les valió madre—, de ahí la forma en que, seguramente, trata de reconocerme.
¿Cuál es mi reacción? La misma de siempre. La de toda la vida: ponerme nerviosa ante un hombre jodidamente atractivo, desviar la mirada y congelar mi cara a un gesto serio. Ni una sonrisita me sale. Bueno, eso si no estoy en un ambiente de negocios o profesional. Ahí cambia la cosa, en esas situaciones se presenta “Julia la encantadora”; en ese papel me desenvuelvo con soltura, me da igual si se me planta Luis Miguel en persona, para mí es como cualquier mortal. Pero una vez saliendo del ambiente profesional, la “Julia Natural” regresa y se acaba el encanto. Es más o menos como Cenicienta cuando le dan las doce de la noche y la carroza se vuelve calabaza. Así, ni más ni menos.
—Amiga… te está viendo—susurra para nosotras— no seas tonta y voltea.
—Claro que no. —sigo con mi rutina—Yo no funciono así. Ya sabes que lo mío es mirar sin ser obvia.
—¡Ay que pendeja eres! —solo ella me insulta con tanta naturalidad—si fuera tú, ya le estaría secando el sudor de esa espaldota con la lengua.
—¡Cállate asquerosa! —me hace reír—No lo dudo. Tu no dejas títere con cabeza. Pronta.
Termino mi rutina y me dirijo a dejar la mancuerna en su lugar, desviando mi mirada al hombre que sigue con su rutina de sentadillas, subiendo y bajando con esa barra sobre él, marcando los brazos, espalda, trasero, piernas… TO-DO deliciosamente.
Lucho contra mi naturaleza para despegar mi mirada del espectáculo carnal que tengo frente a mí. Pero no soy lo suficientemente rápida, ya que por el reflejo del espejo, el hombre en cuestión alcanza a ver mi mirada perdida en su persona. Tal vez hasta la sintió. Así de descarada fui. ¡Maldita sea!
Me recompongo rápido de mi momento de perdición, dándole paso a mis estiramientos. Termino doblándome por la mitad para relajar la espalda, tocando con las palmas de mis manos el piso, sintiendo ese tirón delicioso en mi espalda.
¡Ahora si! Un baño, outfit de ejecutiva, maquillaje de princesa y a chingarle.
La oficina me recibe con esa mezcla familiar de café y papel nuevo. Son las 8:30 en punto cuando enciendo la computadora, media hora antes de lo usual. Necesito revisar la información que Humberto— mi jefe— me envió anoche para la junta con Grupo Roca, aunque francamente no entiendo qué pinto yo en una reunión sobre seguridad privada. Mi trabajo es evaluar terrenos e impactos ambientales, no decidir quién nos cuida las espaldas.
Veinte minutos después estoy en la sala de juntas, conectando mi presentación al proyector. Las diapositivas muestran los estudios de impacto ambiental del nuevo desarrollo, información que mi jefe insistió en tener lista, aunque no veo la relevancia.
—Tenemos que hacer énfasis aquí, Julia… —la voz de Humberto se corta con unos golpecitos en la puerta de cristal.
El ambiente cambia al instante cuando aparecen en mi visión, detrás de la pared de cristal que divide la sala de juntas con el resto de los cubículos. Gabriel Garza y su acompañante —que debe ser el famoso Erik Garza del que tanto he oído hablar— llenan el espacio con su sola presencia. Sus trajes hechos a medida enmarcan a la perfección esas espaldas que hace una hora admiraba en el gimnasio. Gabriel llama mi atención, tal vez sea porque ya lo vi en outfit no tan profesional como ahora, dejándome ver la potencia de algunos músculos que envuelven como regalo de navidad para mi ese traje perfecto. Si antes se veían imponentes en ropa deportiva, ahora…
—Buenos días —la voz grave de Erik resuena en la sala—. Espero no interrumpir.
—Para nada —Humberto se levanta para recibirlos—. Bienvenidos, señores. Permítanme presentarles a nuestro equipo.
Joaquín Alvarado, el director de la oficina en México, se adelanta con esa sonrisa que reserva para los negocios importantes.
—Gabriel, Erik, un placer tenerlos aquí —les estrecha la mano—. Les presento a Humberto Lara, director de proyectos, y a Julia Cervantes, nuestra gestora ambiental.
Erik me dedica una sonrisa encantadora mientras me estrecha la mano.
—El placer es nuestro —su mirada juguetona me recuerda a Paulina cuando está tramando algo—. Hemos oído maravillas de su trabajo, señorita Cervantes.
Gabriel se mantiene más reservado, pero sus ojos… hay algo en su mirada que me pone nerviosa cuando nuestras manos se encuentran.
—Señorita Cervantes —su voz es más grave que la de su primo, algo que no ayuda a mis nervios y menos cuando su loción impacta contra mis fosas nasales, volviendo mis rodillas de gelatina por un instante. Maldita combinación peligrosa—. Interesante encontrarla en la reunión.
—Entonces sí era usted… el del gimnasio —¡uy, la acabo de cagar! El brillo fugaz que se hace presente en su mirada me lo dice todo: sabe que lo estaba morboseando de lo lindo y a mis anchas—. Quiero decir… me pareció verlo en la mañana.
Mi jefe carraspea, supongo que algo incómodo, ya que nuestras manos no dejan de apretarse mientras mi cerebro lucha para disfrazar la confesión de voyerista que involuntariamente acabo de hacer. ¡Qué vergonzoso!
—Tomemos asiento, por favor —don Joaquín señala las sillas vacías. El nombrado Gabriel queda a mi izquierda, dejándome de frente a su primo y a mi derecha a mi jefe; es decir, estoy atrapada.
Como alma que lleva el diablo entra dando trompicones Abigail, la contadora de la empresa. La mujer es una pistola en cuanto a números y cálculos financieros se refiere, pero no le pidas mucha organización, ni mucho menos que ponga atención en su aspecto personal porque sencillamente le vale madres.
—Perdón, perdón, perdón… —entra apurada, tropezando con la primera silla vacía que encuentra, para su mala suerte es al lado de Erik, lo cual la pone todavía más nerviosa si eso es posible. ¿Y cómo no? Si el hombre está para comerse. Y esa sonrisita maliciosa no hace más que acentuar la apariencia de diablo que tiene con ese cabello casi rapado y barba prominente, perfectamente bien cuidada. Es guapo, seductor y tiene ese aire de malote que ya sé a qué loca le va a encantar.
La reunión avanza y yo sigo sin entender qué chingados estoy haciendo aquí. No he aportado nada, ni me interesa. A mí que me digan quién me va a cuidar el trasero en los proyectos que tengo que supervisar y ya. Bastantes pendientes tengo ya en mi correo como para seguir perdiendo el tiempo en esta reunión que lo único bueno que tiene para mí es detectar en mi periferia cómo la mirada de Gabriel viaja constantemente a mi boca. Me preocupa que la tensión sexual que comienzo a sentir con el individuo a mi izquierda la sientan los otros miembros de la junta. Tengo que salir lo antes posible de aquí… Algo me dice que su primo sí ha percibido algo. Esa forma de disfrazar las sonrisas tapándose la boca de forma disimulada con el dedo índice, fingiendo que le interesa el contenido que mi jefe se empecina en mostrar y que, a mi punto de vista, nada de eso tiene que ver con ellos, no hace más que aumentar mi ansiedad.
La vibración de mi celular rompe el momento. Un mensaje de un número desconocido. Lo abro al instante y siento que el aire abandona mis pulmones.
“Te sigues viendo deliciosa como siempre… sobre todo cuando te estiras”
Miguel. Aunque el número es desconocido, estoy segura de que es él. Mi cuerpo se tensa instantáneamente, mi espalda se endereza en la silla, un escalofrío me recorre la columna. Mis ojos se agrandan por el pánico que se apodera de mí al instante de leerlo. De pronto, como si quemara, dejo el celular en la mesa; el ruido seco que hace al deslizarse de mi mano sudorosa rompe el silencio de la sala.
Cuando levanto la vista, me encuentro con dos pares de ojos fijos en mí: Erik me observa con curiosidad, pero Gabriel… su mirada se ha transformado en algo más intenso, más analítico. Como si pudiera leer el miedo que ahora me recorre las venas.
La junta continúa entre temas de presupuestos, fechas y áreas por cubrir, pero mi mente ya se perdió en un sinnúmero de escenarios sobre las pendejadas que puede hacer Miguel. ¿Cómo lo freno esta vez? Si tuvo acceso al gimnasio es que tiene acceso a mi oficina y, tan solo pensar en que pueda presentarse a joderme de las mil formas que se le ocurran al psicópata ese, me saca de quicio. Me distrae tanto que no registro cuando el director de la empresa se dirige hacia mí.
—Julia —alzo la vista sorprendida de que todas las miradas de los presentes estén clavadas en mi persona—, ¿te encuentras bien?
—Sí… sí, señor Joaquín —tartamudeo—. Lo siento… me distraje un poco.
—¿Todo bien? —su mirada es de cautela.
—Sí, solo… un asunto personal, pero después lo atiendo —trato de conectar de nuevo mis neuronas con la Julia Profesional—. Me decía…
—Necesitamos que des un recorrido con los señores en los nuevos desarrollos para que evalúen las condiciones y puedan darnos un presupuesto real.
Ahh, ya entendí el porqué de mi presencia en esta juntita. Tan sencillo era que me lo informaran por correo y listo.
—Sí, está bien señor. Yo me encargo —la mirada de Erik sigue siendo inquisitiva—. ¿Cuándo podemos hacer el recorrido? Son tres proyectos, recomiendo que sea uno por día, y lo más temprano posible para no perder tanto tiempo en el tráfico de la ciudad.
—Propongo que empecemos mañana mismo, si no tiene inconveniente —se adelanta Gabriel.
—Por mi está perfecto vernos en el lobby de la torre a las 8 a.m. —secunda Erik.
—Sí, me queda bien—respondo casi en automático.
Cerrado el compromiso, nos levantamos de la mesa. Noto que busca algo en el bolsillo interno de su saco después de estrechar la mano de mi jefe y director. Les reparte su tarjeta profesional y, para mi sorpresa, se dirige a mí justo antes de que alcance a salir por la puerta, tomándome ligeramente por el brazo.
—Julia —su voz grave me llega clarita a endulzar mis oídos—, le dejo mi tarjeta personal. Aquí está mi contacto y correo… —¡Siiii!— para confirmar la cita de mañana con mi asistente. —¡Ahhh! Es solo profesional.
—Gracias, Gabriel —saco de mi repertorio una de mis mejores sonrisas profesionales—. En cuanto llegue a mi oficina envío el correo a su asistente. De cualquier manera, ya lo tengo agendado para mañana a las 8 a.m.
Me es imposible no detallar esos ojos negros con pestañas tupidas que los enmarcan, haciéndolos ver más grandes y profundos.
—Yo también estoy incluido en la reunión, señorita Cervantes —se acerca Erik con sonrisa descarada, lo que provoca una mía como reflejo. Me extiende su tarjeta personal—. No se olvide de mí.
No me equivoqué. A Paulina le va a encantar este guaperas. Puede que la invite al dichoso recorrido de mañana, para que estos dos se conozcan y saquen chispas al instante.
—Para nada, Erik. Ya también lo tengo agendado a la misma hora.
Mi labor ha terminado aquí. Y por muy a gusto que me sienta entre estos dos guapos, tengo un chingo de trabajo retrasado que tengo que poner al día.
—Fue un placer conocerlos. Nos vemos mañana.
Me despido de ellos, dejándolos con el director que nos espera fuera de la sala de juntas hablando con Humberto, mientras yo me dirijo a mi lugar, sintiendo el peso del mensaje que me llegó hace unos instantes.
De regreso en mi oficina, me derrumbo en la silla. El celular pesa como plomo en mi bolso. Sé que debería bloquearlo, pero algo me dice que es mejor tener controlados sus movimientos. Al menos así sabré por dónde viene el golpe.
Saco las tarjetas que me dieron. La de Erik es sobria, elegante. La de Gabriel… paso el pulgar por el relieve del logo de Grupo Roca. ¿Por qué me dio su tarjeta personal? ¿Habrá notado mi reacción con el mensaje?
Abro el chat de Paulina:
“Amiga, necesito platicarte algo…”
La respuesta es instantánea:
“¿Tiene que ver con el papasito de barba que acabo de ver salir de la sala de juntas? 👀”
Sonrío a pesar del miedo que me corroe. Paulina siempre sabe cómo hacerme reír, incluso en los peores momentos.
“Te cuento en el almuerzo. Pero sí, algo tiene que ver”
Guardo el celular y saco los documentos para el recorrido de mañana. Tengo que mantener la mente ocupada, ser profesional, no dejar que Miguel me arruine esto también. Aunque hay algo que no me deja concentrar: la forma en que Gabriel me miró cuando recibí el mensaje. Creo que mi reacción de pánico fue muy obvia.
O tal vez solo estoy viendo cosas donde no las hay. No sería la primera vez.
Mi celular vibra una última vez. Contengo la respiración, pero es solo un correo:
De: Gabriel Garza
Asunto: Confirmación recorrido – mañana 8:00 am
“Estimada Julia:
Confirmado para mañana. Erik y yo la esperamos en el lobby.
Por cierto, ya tiene mi número personal, si necesita algo, no dude en llamar.
Saludos,
G.G.”
Releo el último párrafo tres veces.
¿Habrá leído el mensaje?
A la distancia que nos separaba entre sillas, no era tanta, lo que le daba el ángulo perfecto para leerlo. ¡Que puta vergüenza!
Respondo el correo. Sea como sea tengo que ser una profesional.
De: Julia Cervantes
Asunto: Confirmación recorrido – mañana 8:00 am
“Estimado Gabriel:
Gracias por la atención. Confirmo la cita de mañana.
Adjunto mi tarjeta digital donde se encuentra mi número.
Saludos, J.C.S”
Veremos cómo va la cita de mañana. Espero no cagarla como lo hice hoy.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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