Sombras

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Dos años atrás

La lluvia golpea contra los ventanales del edificio corporativo en Reforma. Julia mira su reloj: 12:05 de la noche. El frío se cuela por debajo de su abrigo mientras espera en el lobby casi vacío, observando las gotas crear patrones en el cristal. Su celular marca la última llamada a Miguel hace quince minutos.
El taxi se detiene frente al edificio al mismo tiempo que Sebastián, el técnico de mantenimiento nocturno, cruza el lobby con su caja de herramientas. Miguel emerge del vehículo, el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Julia nota algo diferente en su mirada, pero no logra descifrar qué es.
—¡Julia! Qué bueno que sigues aquí— Sebastián sonríe, acercándose. —La lámpara de tu oficina…
El beso en la mejilla es automático, un saludo cotidiano entre compañeros. Julia corresponde sin pensarlo, un gesto tan natural como respirar en cualquier oficina mexicana.
—Miguel, te presento a Sebastián, del equipo de mantenimiento— dice Julia, girándose hacia su novio.
La mano de Miguel se cierra como una tenaza alrededor de los dedos de Sebastián. —¿Ya terminaste? O debo esperar a que termines tu numerito— espeta, mirando a Julia. Su voz suena cargada de coraje.
—Perdón, ¿terminar qué? — Julia parpadea, confundida. El aire se vuelve denso, cargado de una tensión inexplicable.
—Julia, ¿está bien si subo ahora a revisar la lámpara? — pregunta Sebastián, intentando mantener un tono profesional mientras retira su mano del agarre de Miguel.
Antes de que Julia pueda responder, Miguel ya está en la calle, levantando el brazo para detener otro taxi. El chirrido de llantas sobre el asfalto mojado corta el aire. Julia apenas alcanza a dar dos pasos cuando la puerta del taxi se cierra de golpe frente a ella, salpicando agua en sus zapatos.
—¡Miguel! —el grito de Julia se pierde en la noche lluviosa, mientras el taxi se aleja por Reforma, dejando tras de sí solo el resplandor rojizo de las luces traseras y el eco de su voz entre los edificios vacíos.
El regreso a casa es eterno. Cada semáforo en rojo parece burlarse de ella, mientras la lluvia golpea el medallón del taxi que logró tomar minutos después de que Miguel la dejara. Es como si el clima quisiera advertirle algo que no alcanza a comprender.
Una hora más tarde, sus tacones resuenan en el pasillo del departamento, cada paso marcando el tiempo como una cuenta regresiva. El sonido de la puerta al cerrarse es apenas un susurro, pero la voz de Miguel corta el aire como una navaja.
—¿Por qué tardaste tanto? —sus palabras gotean veneno en la penumbra de la sala.
—No preguntes pendejadas, Miguel —Julia deja que el cansancio y el coraje tiñan su voz. El agua de su abrigo forma un pequeño charco a sus pies.
—¿Te lo cogiste? —la pregunta sale como un siseo entre sus dientes apretados.
—¿Qué? —la voz de Julia se quiebra en un susurro de incredulidad. El maletín de su laptop hace un ruido sordo al golpear la mesa.
—¿Aprovechaste para coger con él en tu oficina? Total, no hay nadie a esta hora, ¿verdad? —cada palabra sale más filosa que la anterior.
—¿De qué estás hablando? —sus dedos tiemblan mientras intenta desabrochar el abrigo empapado. El frio lo siente hasta en los huesos.
La mirada de Miguel ha cambiado. Sus ojos, usualmente cálidos, ahora son dos pozos oscuros, como si algo fundamental se hubiera roto dentro de él, liberando algo que siempre había estado ahí dormido.
El movimiento es un borrón en la penumbra. Los dedos de Miguel se cierran sobre la solapa del abrigo con una fuerza que Julia jamás le había conocido. El mundo gira bruscamente, y el sillón recibe su cuerpo con un golpe sordo.
El portazo de la recámara hace vibrar las paredes del departamento. Julia permanece inmóvil en el sillón, sintiendo cómo el abrigo mojado se adhiere a su piel como una segunda piel helada. La lluvia continúa su golpeteo contra las ventanas, un ritmo irregular que acompaña los latidos desbocados de su corazón.
En su mente, una voz pequeña pero insistente le advierte que algo está terriblemente mal, pero ella la silencia. Es solo el estrés, se dice. Un mal día. El cansancio jugando con su mente.
No sabe que esta noche es apenas el primer acto de una pesadilla que está a punto de comenzar.
© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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