Reflejo - 4 Aroma

4 Aroma

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Julia

—¡Ya wey, pareces una pinche drogadicta! —Paulina suelta una carcajada mientras me observa hundir la nariz en el cuello del abrigo de Gabriel por enésima vez—. ¿Qué tiene esa madre? ¿Cocaína?
—¡Cállate! —amortiguo mi risa con la tela gruesa y pesada del abrigo—. No es mi culpa que huela tan bien.
—Pues, amiga… —le da un sorbo a su café con esa sonrisa maliciosa típica de ella—, si el abrigo huele así, imagínate el dueño.
El calor me sube por el cuello hasta las mejillas. Mi mente traicionera evoca la imagen de Gabriel en el gimnasio, todo músculos y determinación. El aroma de su loción mezclado con su esencia natural me tiene hipnotizada desde que me envolví en él.
—¡Dios es que ese hombre…! —dejo la frase a medias, pero Paulina entiende perfecto el punto
—Lo se amiga. Te entiendo—rueda ligeramente los ojos hacia arriba—No se cómo te pudiste controlar teniendo a los dos cerca con traje en esa junta…—se muerde los labios—se veían hermosos.
—Fue todo un reto, la verdad
—Maldita suertudota—su sonrisa vuelve a ser maléfica—¿Qué se siente gustarle a dos sementales?
—Nada que ver—le doy un sorbo a mi café—sólo están siendo amables y ya.
—¡No te hagas pendeja! —me insulta, como siempre—Yo vi toda la película en vivo y a todo color…vi como Erik te comía con los ojos…
—Ese wey no se come a él mismo porque no se alcanza—la interrumpo—bien podría ser tu tipo. Te lo voy a presentar—le apunto con el índice como si fuera varita mágica.
—No sé que estas esperando, Reina—imita mi gesto—pero déjame continuar con mis impresiones.
—Gabriel—se lame los labios para quitarse la espuma de su capuchino, o al menos eso parece—esos ojazos negros encima de ti, y esa sonrisita que te tiro al final… ¡Dios! —se abanica con la mano.
Me hacen gracia sus gestos exagerados, pero tiene toda la razón. En ese momento, mágicamente se me quitó el frio.
—Y eso de pararse a media avenida para darte su abrigo… ¡A media pinche avenida, Julia!
—Lo hizo porque me estaba muriendo de frío —me defiendo, aunque ni yo me la creo—. Es puro profesionalismo.
—¿Profesionalismo? —arquea una ceja—. Amiga, ese cabrón podría haber subido la calefacción un par de grados más… ¡pero te dio SU abrigo!
—Pau, no mames —revuelvo mi café distraídamente—. Es obvio que están siendo amables porque quieren el contrato con la empresa.
—Pues mira, si esas son las nuevas técnicas de negociación, yo también me quiero dedicar a eso.
—No te confundas, es puro profesionalismo —me defiendo—. Si es cierto que Erik es más… desenfadado. Pero Gabriel… —mi voz se apaga al recordar su mirada intensa—. A veces hasta parecía molesto con las bromas de su primo. Él es muy reservado. Serio. Analítico…
—¡Mándale un mensaje! —prácticamente brinca en su silla—. Agradeciéndole el abrigo. Así tiene tu número y…
—¡No jodas! —me exaspera
—¡No seas imbécil! Tienes una gran oportunidad …sobre tus hombros—sube las cejas de forma sugestiva—tienes el pretexto perfecto para mandarle un mensaje y que tenga tu número…Si le interesas no perderá la oportunidad para mensajearte y …—su sonrisa es la de un diablo hecho mujer—lo demás depende de ti y de cuantas ganas tengas.
A veces Paulina puede ser agobiante y más cuando de hombres y sacarme a rastras de mi soltería se trata. Decido poner distancia entre ella y su intensidad yéndome al baño, que por cierto, ya es una urgencia.
Al llegar a la mesa nuevamente, noto una calma muy perturbadora en mi amiga. Su mirada es de la “Paulina descarada”. Mis alertas se encienden.
—¿Qué? —pregunto recelosa al ver que no aparta la mirada de mi y su sonrisa sigue plasmada en su jetota—¿por qué me miras así?
—Ya se lo mandé —dice—mirando mi celular y a mi me cae la realidad de golpe.
—¡¿QUÉ?! —grito y varios de los comensales que se encuentran en el lugar voltean a vernos—¿Qué pendejada hiciste? —modulo mi tono de voz en tanto desbloqueo mi celular y leo el mensaje que le envío a Gabriel.
“Gracias por el abrigo prestado. Prometo compensarlo con una buena botella de vino en la comida del lunes. Julia”
Al menos se vio decente.
—¡No mames, Paulina! —la volteo a ver incrédula todavía con mi celular en la mano—¿Por qué hiciste eso?
—Porque por pendeja y retraída llevas tanto tiempo soltera—recoge con la lengua la crema batida de su pajita—y la verdad, es que ya me cansé de verte así. Tienes una gran oportunidad ahora mismo y…—sigue tragándose los restos de la crema batida—mi responsabilidad como mejor amiga es darte una ayudadita cuando me doy cuenta que los nervios te paralizan… otra vez.
La veo fijamente, moviendo la cabeza con incredulidad, sopesando sus palabras. Calibrando el tamaño de pendejada que acaba de hacer. Tal vez tenga razón.
—Te propongo algo —su sonrisa traviesa me advierte que viene otra de sus locuras—. Si ese pedacito de cielo te escribe durante el fin de semana, con cualquier pretexto… tú pagas la cuenta en el Black Dog el próximo sábado.
—¿Estás loca? Con la cantidad de alcohol que bebes por noche, el chistecito me va a salir demasiado caro —doy por perdida la apuesta desde ya, porque sigo pensando que Gabriel sólo tuvo un trato profesional conmigo—. ¿Y si no escribe?
—Entonces yo pago —extiende su mano sobre la mesa—. ¿Trato?
La miro dudosa. Gabriel no parece del tipo que escribe sin motivo, pero…
—Trato —estrecho su mano, ignorando la vocecita interior que me dice que me voy a arrepentir.
—Por cierto —Paulina se inclina sobre la mesa con aire conspiratorio—, ¿ya decidiste qué te vas a poner para la comida del lunes?
Mierda. Con todo esto casi olvido que voy a pasar tres horas más con ellos.
—Ni idea —admito, hundiendo por millonésima vez mi nariz en el abrigo.
—¡Deja de oler eso! —me regaña entre risas—. ¡Ya pareces adicta!
Pero tiene razón en algo: estoy en problemas. Porque cada vez que aspiro su aroma, mi mente viaja a esos ojos oscuros que me miran como si pudieran ver a través de mí. Y eso, más que el frío de diciembre, es lo que me hace temblar.
—Por cierto—carraspea para aclararse la garganta, como si algo le incomodara—cuando abrí tu whatsapp, no pude evitar ver un mensaje de numero desconocido que…—suspira—a menos de que te estes revolcando con alguien y no me lo hayas dicho…—su voz baja de tono, a ese que ocupa en pláticas de cuidado—Miguel te sigue molestando ¿verdad?
Dejo de aspirar el aroma del Gabriel para darle un sorbo a mi café. Necesito lubricar la garganta.
—Si. —suspiro resignada—me ha vuelto a escribir. Sabe que la fecha límite de la orden de restricción ya terminó y se está aprovechando de eso—le doy el último sorbo a mi café y pido con la mano a la mesera un americano más—lo que me preocupa es que, de alguna manera, tiene acceso a la torre…
—Si vi lo que te escribió ayer
—Mi nuevo domicilio no lo conoce, pero si tiene acceso aquí, por alguna razón… eso si me… inquieta.
La mesera llega con mi taza de café y la preparo como siempre: Con dos sobres de azúcar y un chorrito de leche.
—¿Por qué no lo denuncias otra vez?
—La ley es muy jodida, amiga—suspiro—prácticamente tengo que llegar con golpes y evidencias de que fue él quien me madreo (como la vez pasada) para que logre algo y ni así—revuelvo mi taza con cuidad—¡Ya vez lo que paso esa vez!
—Hijos de puta
—Fuimos a poner la denuncia, yo con la cara morada y, como no pude comprobar de que fue él quien lo hizo, a lo más que escaló el pleito fue a una orden de restricción, la cual ya venció…—dejo la cucharita a un lado del plato—y míralo. El hombre sigue libre y jodiendo—suelto el aire frustrada— No sé que hacer…
Paulina me mira preocupada. Ella mejor que nadie conocer la historia completa. Aún recuerdo cuando le llamé esa noche para que fuera por mi para llevarme al hospital.

 

**1 año atrás**

—¡¿QUIÉN ES ESE HIJO DE PUTA?! —sus gritos retumban en mis oídos
—No se de quién me hablas…—mi cara se voltea violentamente con el impacto de su palma contra mi mejilla.
—Te lo volveré a preguntar…—sus dedos se entierran en mi mandíbula con fuerza, haciéndome daño, obligándome a que lo mire de frete. Su aliento alcohólico impacta en mis fosas nasales —¿quién es el pendejo con el que te acuestas? —su voz es un susurro amenazante
—No sé de qué… —mi cara se vuelve a voltear con otra cachetada. Esta vez pierdo el equilibrio y caigo al piso, lo que me da más miedo porque veo a Miguen en toda su altura sobre mí.
El sabor metálico de la sangre invade mi boca mientras Miguel se cierne sobre mí. Sus ojos, inyectados de alcohol y rabia, me miran con un odio que nunca antes había visto en él.
—¡MENTIROSA! —su pie impacta contra mis costillas, sacándome el aire—. ¡TE VI CON ÉL! ¡NO ME QUIERAS VER LA CARA DE PENDEJO!
Intento arrastrarme hacia atrás, buscando aléjame, pero mi espalda choca contra la pared. Estoy atrapada. El pánico me paraliza cuando lo veo desabrocharse el cinturón con movimientos bruscos.
—Por favor… —mi voz sale como un susurro quebrado—. Miguel, no…
—¡CÁLLATE! —el cinturón silba en el aire antes de impactar contra mi brazo levantado. El dolor explota como fuego en mi piel—. ¡ERES MÍA! ¡¿ME ESCUCHAS?! ¡MÍA!
Los golpes llueven sobre mi cuerpo mientras me hago un ovillo, tratando de protegerme. Sus insultos se mezclan con mis sollozos. El tiempo se distorsiona; pueden ser minutos u horas. Solo existe el dolor y el terror.
—Si no eres mía… —su voz cambia a ese tono helado que me aterra al instante— no serás de nadie.
Sus manos encuentran mi blusa, la tela se desgarra con un sonido que me paraliza. Su peso me aplasta contra el piso, inmovilizándome bajo él. El olor a alcohol y cigarro de su aliento me provoca arcadas.
—¡No, por favor! —mis manos luchan contra las suyas, pero es como pelear contra una pared de concreto.
Con una mano inmoviliza mis muñecas sobre mi cabeza. El dolor agudo en mis tendones me hace gritar. Su otra mano lucha con su pantalón. El sonido que hace su cierre al bajarse resuena como una sentencia de muerte, dejando libre lo que entierra entre mis piernas con una brutalidad y violencia absoluta. Lo siguiente que siento es un dolor desgarrador, tan profundo que mi grito se ahoga en mi garganta. No es solo mi cuerpo lo que está destrozando; cada embestida brutal destruye algo dentro de mi alma.
¿Cuántos minutos pasan? No lo sé. La mente es increíble. Se desconecta para protegerse del horror. Entro y salgo de la consciencia como en una pesadilla donde el tiempo no existe. Solo registro fragmentos: el ardor insoportable, el peso que me aplasta, el olor a sangre. Su olor.
Cuando termina, su lengua barre mis labios como serpiente, provocándome una arcada de vomito al instante. Casi lo alcanza a él, pero es más rápido que eso, quitándose de encima con un gruñido de asco, acomodándose la ropa mientras me observa desde su altura como si fuera basura. Y así me siento: sucia, rota, manchada. Una porquería.
La sangre gotea de mi boca, la piel de mi cuello y pecho me arde en dónde fue marcada por sus dientes. Ahora bañada en mi propio vómito y ¿lo peor? Mi interior inundado de su asquerosa y repugnante esencia.
—A ver si con esto aprendes que ningún pendejo puede venir a cogerte —sus dedos se clavan en mi mandíbula, obligándome a mirarlo—. Solo YO.
Las lágrimas corren sin control. El dolor es tan intenso que cada respiración es una agonía.
—Te tengo vigilada, mi amor—se encamina a la puerta no sin antes, llevarse mis llaves—Que descanses, bonita.
Cierra la puerta y no puedo parar de llorar. Sólo me arrastro al sillón donde está mi celular. La persona a la que marco contesta al tercer tono, pero el llanto no me deja ni hablar.
—Hola Nena
El sentimiento no me deja pronunciar palabra.
—¿Julia? —su tono de voz cambia al instante y yo sigo sin poder hablar ¿qué me pasa? —Julia… me estas asustando… ¿Qué..
—Ven… por mi—mi voz sale en un susurro lloroso, ni siquiera yo me reconozco—a… mi…casa
—Voy para allá—su voz se quiebra como nunca antes la había escuchado
No sé cuántos minutos pasan, 10, 20, no lo sé. Solo sé que lo más que puedo hacer por mí en estos instantes es quitarme los restos de mi propio vómito de encima con la frazada que uso de decoración en mi sillón. Me pongo la primer sudadera que encuentro botada en la silla más cercana, solo para cubrir mi desnudez, que ahora me provoca un asco visceral.
Estos simples movimientos me cuestan la consciencia. El dolor es incalculable. Para cuando llega Paulina estoy inconsciente en el piso; lo único que alcanzo a registrar es su voz desesperada y el dolor agudo en mi costado y entrepierna cuando intenta incorporarme.
El siguiente lapso de consciencia es en la ambulancia.
—Fue Miguel… —susurro a Paulina, mientras sostiene mi mano. Sus ojos, siempre alegres y llenos de vida, ahora destilan dolor, tristeza y rabia cuando escucha el nombre que le doy antes de perder la conciencia por completo.
© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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