
Reflejo - 3 Frio



3 Frio
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Gabriel
El frío de diciembre nos recibe con una neblina espesa cuando Erik y yo bajamos del auto en el estacionamiento subterráneo de la torre. Son las 7:55 am y ya hay movimiento considerable: ejecutivos con sus maletines, empleados con cara de dormidos arrastrando los pies hacia los elevadores, mientras el aroma inconfundible del café recién hecho se cuela desde la cafetería del lobby.
—¿Crees que ya esté aquí? —pregunta Erik mientras ajusta su bufanda.
—Es temprano aún —respondo revisando mi Rolex por costumbre.
El lobby está más cálido que el exterior. Mis ojos se dirigen instintivamente hacia la sala de espera y ahí está ella. Julia mantiene su atención fija en la pantalla del celular, sosteniendo distraídamente un vaso de café en la otra mano. Su cabello rizado cae como una cortina oscura sobre su rostro, ocultándolo parcialmente mientras lee algo que parece absorber toda su atención.
Es sábado, y aunque su atuendo es más casual, no puedo evitar recordar la falda gris estilo lápiz que llevaba ayer, esa que se ajustaba perfectamente a sus curvas y que me tuvo distraído toda la tarde.
—Buenos días, Julia —mi voz grave rompe su concentración.
Ella alza la vista sobresaltada, como si la hubiera pillado en algo. Sus ojos se encuentran con los míos por una fracción de segundo antes de desviar la mirada hacia Erik, quien ya avanza con esa sonrisa despreocupada tan característica suya.
—Buenos días —responde incorporándose rápidamente, guardando el celular en su bolso con un movimiento que me parece demasiado apresurado—. Llegaron temprano.
—La puntualidad es una de las virtudes de mi primo —Erik le guiña un ojo—. Una de las pocas que tiene, la verdad.
Lleva un abrigo negro que le llega a las rodillas, pantalón ajustado y botas altas. El outfit perfecto para el clima… y para mantener mi imaginación trabajando más de la cuenta. Como si no hubiera tenido suficiente ayer, observando la flexibilidad con la que se doblaba durante sus estiramientos, una imagen que mi mente traicionera convirtió en una variedad de posiciones de kamasutra, una más interesante que la anterior. Y para rematar, esa faldita tipo lápiz que llevaba puesta en la junta, a una altura decente pero que alimentaba a mi muy indecente imaginación.
Julia sonríe ante los comentarios de Erik, pero hay algo en su postura que no termina de relajarse. La observo mientras intercambia algunas bromas con mi primo. Su mano derecha sigue aferrada a ese vaso de café como si fuera un escudo.
—¿Todo bien? —la pregunta sale de mi boca antes de poder detenerla.
Sus ojos vuelven a encontrarse con los míos, esta vez sosteniéndome la mirada por más tiempo. Hay algo ahí. Julia no tiene la apariencia de ser una mujer que se intimide fácilmente estando con dos hombres como Erik y yo. El mensaje que alcancé a leer ayer durante la junta podría pasar por sexting de algún novio o esposo, pero su reacción inmediata rayó en el pánico. Eso fue lo que llamó mi atención.
—Sí, todo perfecto —su sonrisa profesional se activa como un interruptor—. ¿Nos vamos? El tráfico a esta hora es terrible.
Asiento, permitiéndole tomar la delantera mientras nos dirige hacia el estacionamiento. Erik me lanza una mirada interrogante que ignoro deliberadamente. Mi primo también lo notó: algo la tiene tensa. La forma en que escanea el lugar mientras avanza es típica de alguien que se siente vigilado.
La neblina se espesa cuando salimos de la torre. Tomo el volante mientras Erik ocupa el asiento del copiloto. Julia se posiciona en medio del asiento trasero, permitiéndome observarla por el retrovisor mientras conduzco. Según Waze, estamos a 20 minutos de nuestro destino. Una vez dentro del auto, noto cómo se relaja visiblemente, aunque el frío sigue calando hasta los huesos. La veo temblar mientras se aferra a su vaso de café.
Enciendo la calefacción al instante, justo cuando nos incorporamos al tráfico de Santa Fe.
Veinticinco minutos después estoy abriendo la puerta de Julia, ofreciéndole mi mano para ayudarla a bajar de mi Audi. Ella acepta de buena gana y me agradece con una sonrisa genuina, nada que ver con esas profesionales que hasta ahora me ha dedicado.
El recorrido dura dos horas. Erik y yo nos concentramos en los puntos ciegos y estratégicos para las cámaras de seguridad. Al lugar le urge nuestra atención.
Llegamos a la parte más alta del edificio de departamentos de lujo. El viento agita sus rizos y su perfume vuela en mi dirección, inundando mis fosas nasales y haciendo cortocircuito en mis neuronas. La vista de la ciudad cubierta de neblina es espectacular, y Julia se obliga a apreciarla aun con los temblores que azotan su cuerpo debido al frío.
—Julia, ¿por qué no espera dentro mientras Erik y yo recorremos la terraza? —se abraza a sí misma y me descubro deseando rodearla con mis brazos para evitar que tiemble tanto. ¿De dónde vino ese pensamiento?
—Le tomo la palabra.
No lo duda. De inmediato gira sobre sus talones y se mete a la parte cerrada de la terraza.
—Míralo… quién te viera —Erik empieza a molestarme en voz baja, solo para mis oídos—. ¿Desde cuándo tan caballeroso?
—Desde que soy una persona considerada, imbécil —le contesto mientras escaneamos el lugar—. ¿Qué no ves que la mujer se está congelando?
—A mí no me haces pendejo… Primero la calefacción, después esas miraditas por el retrovisor, luego la ayudas a salir del auto como el caballero que no eres y por último esto: te ofreces a congelarte el culo mientras ella se resguarda del frío que, no sé a ti, pero a mí me está congelando hasta los huevos.
Su resumen es acertado y, viéndolo desde su perspectiva, tiene razón. Creo que sí me estoy pasando de consideraciones con ella.
—Es más —continúa con el recuento—, me atrevo a apostar mi Porsche a que si el que hubiera venido fuera su jefe, en lugar de ella, te hubieras desmarcado de la cita y me hubieras mandado a mí junto con Raúl a hacer este pinche recorrido.
Su tono de indignación y reclamo me provoca una carcajada.
Terminamos el recorrido y volvemos al auto. Los espasmos propios del frío toman nuevamente a Julia. Inmediatamente enciendo la calefacción.
—Si no fuera porque no sé si existe un señor Cervantes o un novio que la espera —la voz de Erik y sobre todo sus palabras llaman mi atención—, me ofrecería a abrazarla para calmarle el frío.
Volteo de inmediato a ver al pendejo que ocupa el lugar del copiloto. ¿Cómo se le ocurre decir semejante estupidez con una clienta potencial? Busco a Julia por el retrovisor esperando ver un gesto de enojo o fastidio por el comentario de mi primo, pero nada, solo veo cómo se sigue abrazando a sí misma tratando de contener el frío.
Me desespera verla así. Detengo el auto, en medio de la calle y me bajo para quitarme el abrigo. Abro la puerta trasera y se lo ofrezco. Evidentemente el suyo es insuficiente y yo con el suéter que llevo puesto estoy cómodo.
Lo recibe casi de forma desesperada, envolviéndose en él de inmediato. Al subir a mi lugar, intercambio una mirada con Erik: Así es como se hace, idiota. El brillo malicioso en sus ojos me da su respuesta en este intercambio no verbal.
Llegamos a la torre de la oficina. El ambiente entre los tres se ha relajado visiblemente, permitiéndome ver a una Julia más auténtica y bromista. Son casi las 11 de la mañana y el hambre comienza a hacer estragos en mi estómago. Al parecer no soy el único. En ese instante, el celular de Erik suena y se disculpa para tomar la llamada, alejándose unos pasos de nosotros.
—Yo me quedo aquí —se detiene Julia frente a la puerta de la cafetería del lobby—. El lunes continuamos con el siguiente recorrido, ¿está bien?
No puedo evitar detallarla. Aun con la nariz roja por el frío, me sigue pareciendo muy bonita. Sus ojos siguen llamando mi atención: ese color caramelo y pestañas kilométricas naturales me intrigan. Me gusta.
Sigue con mi abrigo puesto, sin señales de querer devolvérmelo, y por alguna razón, quiero que se lo quede. Noto que una chica la observa con interés desde el interior de la cafetería. Es la amiga con la que la vi en el gimnasio aquella mañana.
—Está perfecto —contesto—. Muchas gracias por ir con nosotros a sufrir con el frío.
Me regala una sonrisa coqueta. Sin embargo, de un momento a otro su expresión cambia a una de vergüenza y trata de quitarse mi abrigo apresurada.
—Disculpe… —lucha para bajar la prenda por sus hombros— estaba muy cómoda con su abrigo y casi me lo llevo a casa puesto…
—Déjeselo —la interrumpo poniendo una mano en su hombro para evitar que se lo quite—. El lunes me lo da, si quiere y si el frío se lo permite.
No tengo que insistirle. Se lo deja puesto y yo se lo acomodo ligeramente. ¿Qué estoy haciendo?
—Gracias, Gabriel… prometo cuidarlo.
Me pierdo en sus ojos por un momento mientras me sonríe. El momento lo rompe Erik cuando llega a despedirse de Julia con su estilo desenfadado, rayando en lo irrespetuoso.
—Julia, querida —le da un beso en la mejilla—, ha sido un gusto pasear contigo el día de hoy —ella no se muestra incómoda con las confianzas de este imbécil—. Nos vemos el lunes puntuales a mediodía, ¿te parece bien?
—Me parece excelente a esa hora…
—¡Perfecto! Sirve que te invitamos a comer —¡¿Qué?!—. Conozco un lugar de espadas brasileñas que te dejará en éxtasis… —este pendejo se está pasando de confianzas, barriéndola con la mirada descaradamente de arriba abajo—. No eres vegana o vegetariana… ¿o sí?
—Por supuesto que no —le responde con soltura, como si la simple pregunta la ofendiera—. Suena interesante el plan… a veces hace falta irse de pinta de la oficina… y si viene con abrigo incluido —se dirige a mí y mi ego crece un poco—, qué mejor.
—¡No se diga más! ¡El lunes nos vamos de pinta! —Erik me palmea el hombro como si estuviera haciéndome un favor… y la verdad es que sí. Me gusta el plan.
—Bueno… ahora sí los dejo porque me están esperando —señala con la cabeza hacia la parte interna de la cafetería donde espera su amiga. Se acerca a Erik a despedirse de beso en la mejilla, como si fuera lo más natural; en cambio, conmigo lo hace con reservas, tal vez midiendo mi reacción—. Prometo que su abrigo sobrevive el fin de semana.
—En caso de que no, ya estaré estrenando regalo de navidad —le respondo con una sonrisa que me nace espontánea.
Sin más, se da la vuelta y entra a la cafetería, dejándome con el odioso de mi primo, que no pierde oportunidad para joderme mientras desaparecemos por el pasillo que lleva a los elevadores.
—Me debes una, cabroncito —me dice entrando al elevador.
—¿De qué hablas? —respondo haciéndome pendejo, aunque sé perfectamente a lo que se refiere.
—El lunes nos llevamos a Julia a comer, y si no te pones fresa, puede que la convenza para hacer un trío…
—Estás pendejo —respondo, sin poder contener la sonrisa que me provoca su arrogancia.
—¡Comparte, cabrón! —su tono taya en lo ofendido—. Ya me di cuenta que el que le gusta eres tú, así que voy a respetar y no voy a insistir con la muñequita, pero… —hace una pausa dramática— eso no quita que reconozca que está bastante cogible.
El elevador llega a la planta 40 y las puertas se abren. Entramos a mi oficina y Erik, como es su costumbre, se sube a mi escritorio de medio lado.
—No me digas que no te gustó… —continúa—. Esos detalles de caballero no te los había visto. —Su sonrisa descarada es contagiosa—. Donde te luciste, y te lo aplaudo, fue cuando te paraste a mitad de la avenida a quitarte el abrigo para dárselo a la señorita. —Aplaude teatralmente—. Me quito el sombrero… ahí supe que tenía la batalla perdida.
—Ya deja de decir mamadas y mejor vamos a comer algo porque me estoy muriendo de hambre. —Lo empujo para que se baje de mi escritorio—. Y deja de restregarte las nalgas en mi mesa… sabes que no me gusta.
Se incorpora con ese aire de “me vale madre” tan suyo.
—Por cierto, wey… —me dice mientras nos dirigimos a la salida—, te toca pagar la comida el lunes. —Lo miro arqueando una ceja—. Yo te hice el favor de armar el plan… lo justo es que tú pagues.
—Ni pedo… —respondo resignado mientras salimos de la oficina—. Pero nada de tus comentarios fuera de lugar el lunes.
—No prometo nada —me contesta a lo descarado y sé que está siendo totalmente honesto.
Mientras bajamos al estacionamiento, mi mente regresa a Julia. A su sonrisa al despedirse, a la forma en que mi abrigo le quedaba enorme pero de alguna manera perfecto. Erik tiene razón en algo: hoy me comporté diferente. Y la verdad, me gustó.
Mi celular vibra en el bolsillo. Es un mensaje de un número desconocido:
“Gracias por el abrigo prestado. Prometo compensarlo con una buena botella de vino en la comida del lunes. Julia”
Una sonrisa involuntaria se me escapa mientras leo el mensaje. Erik, al ver mi sonrisa, se asoma a ver la pantalla de mi celular. El me mira con esa expresión de “te lo dije”.
—Ni una palabra —le advierto, guardando el celular.
—No hace falta, primo. No hace falta.
El lunes promete ser interesante.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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