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Gabriel

—¿Quieres que sigamos con esto? … ¿Puedo encargarme yo, si…? —la voz de Erik llega amortiguada, como si existiera una barrera invisible entre nosotros.
—Ya estamos aquí —reviso mi Rolex por décima vez en los últimos cinco minutos— Ya no tarda en llegar.
Dejo que el último trago de whisky me queme la garganta. El ardor es bienvenido, cualquier cosa que me distraiga del huracán que se forma en mi cabeza. Erik permanece en la barra como una sombra vigilante, sus dedos tamborileando contra el vaso con un ritmo que delata su propia inquietud. Lo conozco; está tan tenso como yo, pero por razones diferentes.
La paciencia siempre ha sido mi mejor virtud. La calma ante la tormenta, como dice mi padre. Pero esta noche, parado frente al ventanal de la suite que domina las luces de San Pedro, esa virtud se me escurre entre los dedos como arena. Mis manos tiemblan dentro de los bolsillos del traje hecho a medida, un traje que ella escogió, que me hizo probarme mientras sus ojos brillaban con ese orgullo que ahora se me atasca en el pecho.
Mi reflejo en el cristal me devuelve la imagen de un ejecutivo de 30 años en control, pero es solo una máscara. Por dentro, la rabia y la desilusión pelean como perros rabiosos, amenazando con hacerme pedazos. Erik me observa desde la barra; él sabe que cuando pierdo el control, no queda nada en pie. Ni siquiera yo mismo.
Esta noche siempre la voy a recordar, estoy seguro. Es una de esas encrucijadas que la vida te pone con sadismo, en donde tienes que tomar decisiones que, sea cual sea la que escojas, te va a joder de la misma manera.
Le puse una condición a Erik para venir: si la mujer que cruce esa puerta no es Cintia, mi prometida, la mujer con la que me caso en una semana; nuestra amistad de toda la vida termina esta noche. Pero antes, le rompo la cara por atreverse a manchar el nombre de quien será mi esposa. Y si es ella… —trago saliva, el whisky ahora sabe a ceniza— si es ella, mi vida entera se desmorona aquí mismo. Sin necesidad de que Erik me parta la madre, porque hay golpes que duelen más que los físicos, golpes en el alma, como la traición, por ejemplo, que te mandan a la lona sin necesidad de puños.
El chasquido del pestillo revienta el silencio como un disparo. El eco de sus tacones contra el mármol rompe la quietud de la suite con un ritmo pausado, casi tortuoso. Cada terminación nerviosa en mi cuerpo se electrifica, tensando mi espalda al instante. Mantengo la mirada clavada en el suelo, cobarde como muy pocas veces en mi vida, incapaz de enfrentar el reflejo en el cristal. Pero la reconozco. Cómo no hacerlo, si esa silueta la he recorrido con mis manos incontables veces los últimos cinco años. Ese cabello largo, ondulado, lo reconocería en el mismo infierno.
Estoy paralizado. Mi respiración se altera. Cierro los ojos. Los aprieto hasta ver manchas de colores, rogando por una alucinación, una pesadilla, lo que sea. Pero al abrirlos, ella sigue ahí, acercándose con ese caminar felino, pausado que no le reconozco como la mujer dulce que siempre fue conmigo. Cinco años de amor y un futuro prometedor se hacen cenizas en este momento frente a mis ojos, llevándose con ellos al hombre que creí ser.
Me giro lentamente para encararla. Se detiene a medio camino, desdibujando la sonrisa felina que las escorts profesionales como ella, reservan para enganchar a sus clientes como carta de presentación.
—Gabriel… —su voz, esa que me susurraba “te amo” con voz dulce y que me hacía querer poner el puto mundo a sus pies, sale como un hilo quebrado.
Sus ojos verdes, los mismos en donde me vi reflejado cuando le hacía el amor, ahora se dilatan con el pánico más puro. No esperaba encontrarme aquí, no a mí, no al hombre que en siete días iba a jurarle amor eterno frente a trescientos invitados.
—Buenas noches, Abril —el nombre falso, ese con el que se maneja en la agencia de escorts para la que trabaja, me quema la lengua como ácido. Mantengo los puños enterrados en los bolsillos, conteniendo el impulso de destruirlo todo— O mejor dicho… Mi amor.
© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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