
Reflejo - 1 Una opción interesante



Una opción interesante
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Gabriel
El eco de mis pasos resuena contra el mármol negro mientras atravieso el lobby de una de las torres más prestigiosas de Santa Fe a las 7:50 a.m. en punto, como cada mañana. Cinco años en la Ciudad de México me han habituado a este ritmo frenético, a esta ciudad que nunca duerme y que nos adoptó a Erik y a mí como si siempre hubiéramos pertenecido aquí.
Mi reflejo en las puertas del elevador me devuelve la imagen de siempre: traje Armani impecable, corbata perfectamente anudada, el Rolex brillando en mi muñeca. Todo en su lugar, como debe ser. Todo control, como tiene que ser. La máscara perfecta del exitoso CEO de Grupo Roca.
El elevador se detiene en el piso 40. Las puertas se abren revelando nuestro imperio de cristal y acero. La recepcionista me saluda con una sonrisa ensayada mientras paso junto a su escritorio.
—Buenos días, licenciado Garza —su voz me recibe como cada mañana.
—Buenos días, Leti — respondo de forma automática, tomando de la barra de recepción la carpeta que guarda el informe de novedades que reviso a primer hora del día y que, si o si, debe de estar disponible sobre la barra en cuanto pongo un pie dentro de la oficina.
—El licenciado Erik ya lo espera en su oficina — me avisa con esa voz que, aun y con el año que lleva trabajando con nosotros, sigue temblando de repente, reflejando el nerviosismo que le provoco. No es para menos, al único al que le vale madre mi personalidad es a Erik, de ahí en fuera, todos mis empleados se cuadran con mi mera presencia y mentiría si digo que no me gusta que así sea.
—Y cuando no — respondo de forma distraída mientras hojeo la carpeta — Gracias Leti.
—Que tenga buen día, señor.
Su voz me persigue hasta mi oficina, donde encuentro a Erik recargado contra mi escritorio, con esa sonrisa de cabrón que solo puede significar problemas o dinero… a veces ambos.
—Buenos días, amorcito — me molesta nada más abro la puerta.
—Amaneciendo y tu empezando con tus puterías — es mi forma de devolverle el saludo mañanero.
Su risa despreocupada no se hace esperar. Y es que así es él. Desenfadado, profesional en su trabajo, pero un desmadre cuando no está en su papel de ejecutivo implacable.
—¿Ya viste las noticias, Gabo? —su tono casual no me engaña. Lo conozco demasiado bien.
Tomo asiento detrás de mi escritorio, ignorando deliberadamente el periódico que sostiene en sus manos. El olor a café recién hecho inunda la oficina mientras mi asistente entra silenciosamente a dejar mi taza de todas las mañanas.
—Grupo Norte acaba de ganar la licitación para el nuevo desarrollo en Polanco —continúa Erik, extendiendo el periódico sobre mi escritorio—. Van a necesitar seguridad privada de primer nivel.
Mis ojos se detienen en la foto del artículo. La mujer que sonríe a la cámara, estrechando manos con funcionarios, me resulta vagamente familiar. El nombre bajo la imagen no me suena de nada: Julia Cervantes, Gestora Ambiental.
— Se ve que esta buena —comento al aire.
—No seas pendejo Gabo. — le da un vistazo a la foto, haciendo una mueca de aprobación vaga — Si se ve buena, la verdad, pero ese no es el punto.
Erik tiene dos debilidades: las mujeres y los negocios. Por eso es tan fácil distraerlo de su monologo de venta. Estoy casi seguro de que su inminente interés por ese proyecto es la tipa de la foto y no va a parar de joderme hasta que concertemos una cita para negociar con Grupo Norte, nada más por darse el gusto de conocerla, y si sabe jugar sus cartas, de follársela, como casi siempre pasa.
—No es casualidad que te esté mostrando esto —Erik interrumpe mis pensamientos, su voz adoptando ese tono que usa cuando está por sugerir algo que sabe que no me va a gustar—. Ya programé una reunión con ellos para mañana.
—¿Checaste si tengo tiempo disponible en mi agenda con Laura o lo hiciste por tus huevos? Como siempre
—Obvio lo concerté primero con Laura — no es cierto, la forma en como desvía la mirada me dice que volvió a hacer las cosas como es su estilo: a lo pendejo.
—Sé que mes estas mintiendo, idiota, pero está bien. Necesitamos quedarnos con ese contrato si o si —golpeo con mi dedo índice la fotografía del periódico antes de darle un sorbo a mi café — ¿A qué hora es la dichosa junta?
—A las 9 tenemos que estar en el piso 20 de esta misma torre, en las nuevas oficinas de “Grupo Norte”.
— No sabía que ya habían cambiado sus oficinas, pero mejor así. Nos ahorramos el infierno del tráfico de esta ciudad.
—No solo cambiaron las oficinas, sino también de dueño —la información que suelta mi primo llama mi atención, lo que hace que me recline en mi silla para escuchar la explicación que viene a continuación.
—Compraron el grupo unos cabrones de Monterrey, se asociaron con unos gringos y le invirtieron mucha pasta para sacarla del hoyo donde estaba atascada.
—¿Quiénes son esos cabrones de Monterrey? —el solo hecho de escuchar la referencia de “Monterrey” me pone alerta. Es absurdo lo que pienso; no puede ser México tan pequeño y la vida tan hija de puta como para ponerme de nuevo frente a frente con una familia de norteños millonarios que me juré no volver a ver jamás.
—Joaquín Alvarado se llama el socio de San Pedro —¡puta madre!… San Pedro.
Erik me conoce y sabe que no me está gustando nada el camino que está llevando esta conversación. Me tenso al instante en mi silla y mi cara se esconde detrás de esta máscara que durante los últimos cinco años he perfeccionado, donde oculto mis inseguridades.
—Sé lo que estás pensando —me trata de relajar—, y no… No tienen nada que ver con los Montalvo.
Sopeso sus palabras. Sé que Erik nunca me pondría en una situación incómoda de ninguna manera; sin embargo, algo de esto no me termina de gustar. Pero soy hombre de negocios y no me puedo retraer frente a una amenaza que solo vive en mi cabeza y que, si la dejo crecer, no solo puede joder este negocio, sino muchos más. Ni hablar.
—Tú ganas, cabroncito —cedo ante su mirada insistente—. Mañana vamos a ver qué tan bueno es ese negocio…
—Y qué tan buena está la de la foto.
—Contrólate, cabrón… Al menos hasta que se cierre el trato. Después, si quieres, le das hasta por las orejas, pero antes nada.
—Tú porque vives como un puto monje —toma mi taza de café y le da un trago—. ¿Cómo le haces, wey? ¿Cómo puedes vivir tanto tiempo sin sexo?
—El ejercicio me mantiene con la cabeza clara y evita que piense con la verga, algo que a ti, evidentemente, no te funciona.
Se empina mi taza de café, tragándose lo que queda y dejándome sin mi dosis de cafeína diaria el hijo de la chingada.
—Hablando de ejercicio —deja la taza vacía en el plato frente a mí—, hoy estaré revisando unos asuntos en el gimnasio. Todo va bien, pero quiero pasearme por ahí para tener una junta con los entrenadores. Necesito que pongan al pedo a los nuevos guardias que acaban de entrar.
—Estoy de acuerdo contigo. Es más, organiza la junta y avísame para estar los dos presentes. Quiero resultados rápidos.
A parte del negocio de la agencia de seguridad, tenemos un gimnasio en la planta baja de esta misma torre. Es un negocio alternativo que vimos que tenía oportunidad. En vez de pagar a un gimnasio externo para dar entrenamiento a nuestros guardias —que obligatoriamente deben tomar una hora diaria como parte de la política de nuestra empresa—, nos aseguramos de que así fuera bajo nuestras condiciones, nuestros entrenadores, instalaciones y rigor.
La decisión ha sido todo un éxito: no solo nos resulta más barato, sino que se ha convertido en una fuente muy redituable de ingresos. Y también, las vistas que ofrecen las chicas que llegan a entrenar, digamos que me motivan a comenzar el día de buen humor. Aunque no soy de estar ligando —eso se lo dejo a Erik—, pero tampoco seré hipócrita y mentiría si digo que no me gusta lo que veo cuando estoy en mi rutina diaria de ejercicio.
Sin decir más, Erik se da la vuelta para salir de mi oficina.
—Dile a Laura que me traiga otro café —le digo antes de que cierre la puerta.
Vuelvo a mirar la foto del periódico. Julia Cervantes. Hay algo en ella que me resulta inquietantemente familiar, como si la hubiera visto antes. Abro Google y escribo su nombre, pero antes de dar click, el nombre de Joaquín Alvarado hace eco en mi cabeza. Decido hacer primero esa búsqueda.
El resultado arroja varias fotografías: el empresario regio sonriente y profesional en convenciones de negocios. Paso las imágenes una a tras otra hasta que una me detiene en seco. Esa sonrisa felina, esos ojos de gata… siguen siendo los mismos: Cintia Montalvo. No me extraña encontrarla ahí. Su familia es dueña de una de las constructoras más importantes de Monterrey y México. Es obvio que compartan círculos sociales. Yo seguiría siendo parte de ese mundo si no fuera por esa maldita noche cuando nuestro compromiso se hizo añicos.
Sin poder evitarlo, mi mente se arrastra hacia ese momento que, aún ahora, me siguen doliendo. No es para menos: la vida que había construido se derrumbó en un instante, y las piezas siguen sin encajar del todo.
**5 años atrás**
Me giro lentamente para encararla. Se detiene a medio camino, desdibujando la sonrisa felina que las escorts profesionales como ella, reservan para enganchar a sus clientes como carta de presentación.
—Gabriel… —su voz, esa que me susurraba “te amo” con voz dulce y que me hacía querer poner el puto mundo a sus pies, sale como un hilo quebrado.
Sus ojos verdes, los mismos en donde me vi reflejado cuando le hacía el amor, ahora se dilatan con el pánico más puro. No esperaba encontrarme aquí, no a mí, no al hombre que en siete días iba a jurarle amor eterno frente a trescientos invitados.
—Buenas noches, Abril —el nombre falso, ese con el que se maneja en la agencia de escorts para la que trabaja, me quema la lengua como ácido. Mantengo los puños enterrados en los bolsillos, conteniendo el impulso de destruirlo todo— O mejor dicho… Mi amor.
La sonrisa profesional termina de borrarse de su rostro. Da un paso atrás, sus tacones trastabillando contra el sillón a su espalda en donde caer sin ceremonias.
—Esto… esto no es… —sus palabras se tropiezan entre sí. La máscara de escort sofisticada se desmorona, revelando a la Cintia de siempre. La que ahora me parece una desconocida.
Erik se despega de la barra con movimientos calculados. Dándole una profunda calada a su cigarro sin despegar la vista de la escena mundana que tiene en frente.
—¿No es qué, mi amor? —mi voz sale más controlada de lo que esperaba. Casi suave. Como cuando le susurraba en las mañanas las veces que despertaba conmigo— ¿No es lo que parece? ¿No eres tú? ¿O no soy yo el cliente que esperabas esta noche?
Sus ojos verdes se llenan de lágrimas. Lágrimas que en otro momento me hubieran partido el alma, que me hubieran hecho mover cielo, mar y tierra para borrarlas. Ahora solo aumentan la náusea que me sube por la garganta.
—Gabriel, por favor… —pega su espalda al respaldo del sillón con desesperación, como si quisiera fundirse con él— Puedo explicarlo…
Una risa amarga, suave me rasga la garganta. El sonido me sorprende tanto como a ella, que se estremece visiblemente.
—¿Explicar qué, Cintia? —avanzo un paso. Ella se estremece— ¿Que mientras yo estaba eligiendo el destino para nuestra luna de miel, tú estabas… —las palabras se me atoran en la garganta como vidrios rotos— …atendiendo clientes?
Erik se mueve en mi periférico, visiblemente tenso. Está listo para intervenir si pierdo el control. Lo conozco lo suficiente para saber que no me detendrá si decido descargar mi rabia contra la suite. Pero tampoco me dejará tocarla a ella.
—No es… no empezó así —sus manos tiemblan mientras intenta secarse las lágrimas, manchando su maquillaje perfecto—. Yo no quería…
—¿No querías qué? —mi voz sube de volumen sin que pueda controlarlo— ¿NO QUERÍAS QUE? ¡¿ENGAÑARME?! ¡¿MENTIRME?! ¡¿CONVERTIR LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS DE MI VIDA EN UNA PUTA MENTIRA?!
El grito hace eco en la suite. Cintia se encoge, pegándose más al respaldo, si es que es posible. Sus sollozos llenan el silencio que sigue.
—Gabo… —la voz de Erik llega amortiguada a mis oídos. Una advertencia suave.
Cierro los ojos. Respiro hondo el perfume de Cintia —como burla del momento, es el que yo le regalé en su cumpleaños— me inunda los pulmones. Cuando vuelvo a abrir los ojos, mi voz ha recuperado ese tono controlado que me enseñaron en la empresa. El tono que uso para negociaciones difíciles.
—¿Cuánto cobras por noche, mi amor? —cada palabra gotea veneno— Digo, para saber cuánto vale realmente el amor de mi vida.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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