
Más Allá del Juego



8 Una visita inesperada
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Maria
El día siguiente todo sale a pedir de boca con los primeros servicios para Armando. Mi equipo se aplica tal cual me lo prometieron y el trabajo fluye sin contratiempos.
<<¡Por fin algo sale bien en esta semana del demonio!>>
La tranquilidad que siento merece celebración, así que llevo a mis niños al McDonald’s. Mientras ellos conquistan los juegos entre risas y gritos, yo me acomodo en una esquina estratégica, malabareando entre el celular y mi café frío.
La mañana siguiente, el timbre del celular me sobresalta – es Marce, con ese tono particular que usa cuando necesita un favor urgente.
—¿Me ayudas con Andrés? Estoy atorada en Tulum con unos condominios del demonio —su voz suena tensa, mezclada con el ruido del tráfico de fondo.
Como tengo llave de su casa (privilegios de mejor amiga), después de recoger a los niños del colegio nos instalamos en su cocina. Comemos mientras vemos un capítulo de Bob esponja. ¿Porqué? Pues porque es eso o uno de esos videos de YouTube en donde sólo se ve como juegan un videojuego.
En el gimnasio, Juan Carlos aparece con esa sonrisa radiante que le ilumina hasta los ojos. Se acerca y me saluda con un beso en la mejilla que trae consigo una mezcla de loción cara y calidez fraternal.
—¿Te avisó Marce que no venía? —pregunto, conociendo la respuesta.
—Sí, me avisó en la mañana —su ceño se frunce ligeramente—. Espero que no se le compliquen más las cosas.
<<Ay, qué mono se ve cuando se preocupa por ella>>
—En serio te gusta mi amiga, ¿verdad?
—Sí. Mucho —confiesa, y hay algo en su mirada que me recuerda a un cachorro enamorado.
<<Este grandulón es justo lo que Marce necesita>>
—Te creo. Solo cuídala… Debajo de toda esa fuerza hay un corazón de malvavisco.
—Es lo que estoy descubriendo y me fascina —sus ojos brillan al mencionar a mi amiga.
—Muy bien, grandote. ¡A torturarme! —le guiño un ojo con complicidad.
Me sumerjo en la rutina con Audioslave tronando en mis oídos. La música me empuja mientras brinco, me agacho, ataco el piso con lagartijas y plancha. El sudor empapa mi playera y mi cabello rebelde se convierte en un desastre. La adrenalina me tiene tan absorta que no noto la mirada penetrante de Rafael, quien desde el otro lado de la alberca sigue cada uno de mis movimientos como halcón. Sus ojos oscuros recorren mi figura empapada en sudor, deteniéndose en cada detalle. Estoy tan metida en mi mundo de rock y ejercicio que no percibo la presencia que se acerca hasta que una sombra se arrodilla junto a mí.
—¡Hola chaparra! —la voz alegre de Dante resuena junto a mí, acompañada de su característica sonrisa que le ilumina toda la cara.
—¡Hola! ¿Pero qué haces aquí? —me incorporo y lo envuelvo en un abrazo, sin importarme embarrarlo de sudor.
—Acabo de llegar a Playa y vi la hora. Sabía que estarían aquí.
Desde el otro lado de la alberca, Rafael observa nuestro encuentro con una intensidad que casi se puede palpar en el aire. Su mandíbula se tensa visiblemente mientras Dante y yo mantenemos ese abrazo cómodo que solo años de historia permiten – ya no hay chispas románticas, solo el calor familiar de una amistad bien cultivada.
—¿Ya te vieron los niños?
—Aún no, y no quise acercarme para no distraerlos.
Demasiado tarde. El grito emocionado de Leonardo corta el aire desde la orilla de la alberca:
—¡Papá! ¡Papá! ¡Nico, llegó mi papá!
—¡Papiii! —la voz de Nicolás se une al coro.
Como torpedos humanos, salen disparados del agua, dejando un rastro de gotas por donde pasan. Se lanzan sobre Dante con tal ímpetu que casi lo derriban, pero él los recibe con brazos abiertos, riendo mientras su ropa se empapa. Los besa y abraza como si llevara años sin verlos, aunque solo han pasado un par de semanas. Los entrenadores, comprensivos, dan un receso de 15 minutos.
—¡Ven para que veas lo que hacemos! —Leonardo tira del brazo de su padre con entusiasmo.
—¡Sí, papá, ven! No te vayas, mira cómo me lanzo al agua —Nicolás se aferra a su otra mano como si temiera que fuera a desaparecer.
Nos dejamos guiar por su energía desbordante hasta el área de los entrenadores. Rafael está ahí, su postura rígida y su mirada seria delatan un cambio en su actitud. Hay algo diferente en la forma en que me mira ahora – una mezcla de confusión y ¿decepción? Quizás asume que Dante y yo seguimos juntos; no sería el primero en malinterpretar nuestra dinámica post-divorcio.
—Dante, te presento a los entrenadores: Juan Carlos, Alex y Rafael.
Dante estrecha la mano de cada uno con ese apretón firme y seguro que lo caracteriza. Cuando llega a Rafael, un cosquilleo nervioso me recorre la espalda.
—Mucho gusto. Soy Dante Salá, papá de Leonardo y Nicolás… como pudieron darse cuenta —bromea, arrancando sonrisas cómplices de todos. Los gritos entusiastas de los niños prácticamente lo anunciaron a todo el gimnasio.
Juan Carlos rompe el hielo compartiendo los avances de los niños. Rafael, inusualmente callado, observa la escena con ojos analíticos hasta que Juan le cede la palabra. Como si hubiera activado un interruptor, su voz grave llena el espacio mientras detalla técnicas y objetivos con una pasión que contradice su inicial reserva. Los 15 minutos vuelan y nos retiramos a las gradas cercanas para continuar observando el entrenamiento.
—¿Cuántos días estarás en Playa?
—Me voy el lunes para Cozumel —su voz tiene un tinte de tristeza que conozco bien—. Me gusta mucho mi trabajo, pero estar lejos de los niños me jode, Mari. Perderme todo esto me está doliendo mucho.
<<Me parte el alma verlo así>>
—Lo sé. Solo hay que pensar que es temporal. Y si te da tranquilidad, ya viste que están bien, tranquilos, y la natación les ayuda mucho.
—Por lo que dicen los entrenadores, son muy buenos.
—Son increíbles. Me sorprende su resistencia y habilidad. No paran.
—¿A quién se parecerán? —me lanza una mirada juguetona mezclada con reproche—. ¿De verdad no te cansas? No puedo creer que tengas energía para todo lo que haces en el día y todavía rematar con una rutina así. Que por cierto… —sus ojos recorren mi figura con descaro— debo reconocer que te ha dejado buenos beneficios.
<<Aquí vamos con sus piropos de albañil>>
—Debo reconocer que ese ejercicio te ha puesto muy buena. Se te ven buenas nalgas, Chaparra.
—Serás imbécil —suelto entre risas, conociendo su estilo particular de halagar.
—De verdad. Te lo digo como piropo. Ya me conoces.
—Ah pues, en ese caso, gracias.
—Las que te adornan, Chiquita —me guiña un ojo y suelto una carcajada.
Se reclina apoyando los codos en las rodillas y el cuello de su camisa se desliza, revelando el nacimiento de una marca morada. Mis ojos se agrandan al notarla.
<<¡Ajá! ¡Te caché cabrón!>>
—¡Hey! ¿Qué tienes en el cuello? —le bajo el resto del cuello de la camisa, exponiendo tremendo chupetón.
—No tengo nada. Déjame en paz —se retuerce intentando liberarse de mi agarre.
—¡Claro que tienes! Y es un tremendo chupetón. ¡Carajo, Salá! De perdida le hubieras robado tantito maquillaje para atenuarlo. Pareces nuevo —muevo la cabeza fingiendo desaprobación.
Su nerviosismo repentino y el cambio en su expresión me alertan de que algo le preocupa.
Nos quedamos en silencio unos momentos. Su nerviosismo es palpable mientras calibra mi reacción.
<<Algo me dice que esto es serio>>
—Oye… está bien. No te enojes. Si no quieres platicarme, lo respeto.
—Es que no sé cómo manejarlo —su voz tiene un tono de vulnerabilidad que rara vez le escucho.
<<Esta no es una aventurilla cualquiera>>
—¿Con los niños?
—Con los niños y contigo.
—A ver, mírame —le tomo suavemente la barbilla para que me vea a los ojos—. Conmigo no hay problema. Por tu reacción me doy cuenta de que no es una amiguita de ocasión sino alguien especial, y si te hace feliz y te da tranquilidad, por mí está bien. Solo te pido una cosa: si va a convivir con mis hijos, que les dé su lugar, los respete, los quiera y cuide. De lo demás te encargas tú. En cuanto a los niños, preséntala primero como tu amiga, que no sientan que alguien les está robando a su papá. Ellos harán el resto.
Dante me mira como si de repente me hubiera salido un tercer ojo. Parpadea varias veces, procesando mis palabras.
<<¿Qué? ¿Esperaba que le armara un drama telenovelero?>>
—Habla. No te quedes callado que me estás poniendo de los nervios.
—Es que… pensé que tu reacción iba a ser muy diferente. Pensé que te molestarías.
—¡No manches! ¿Pensaste que te haría una escenita de celos o algo así?
—Pues más o menos.
—¡Ay, cálmate! La única razón por la que te haría una escenita es si mis hijos se ven afectados por algo entre ustedes, y te aseguro que sería una bronca épica. De lo contrario, ¿por qué habría de hacerlo?
—Te aseguro que no permitiré algo así. Me conoces —su voz recupera la firmeza habitual.
—Exacto, y por eso estoy tranquila.
<<Ahora sí, viene lo bueno del interrogatorio>>
—Bueno, y… ¿Cuándo se las vas a presentar?
—Hoy la van a conocer. Vino conmigo.
—¡No jodas que la dejaste sola en tu carro! —intento levantarme de un salto.
—No, cálmate. La dejé en mi departamento, nos esperará ahí. Como dices, se las presentaré como mi compañera de trabajo, que sí es, y dejaré que las cosas fluyan. Tiempo al tiempo.
—Tu compañera de trabajo ¿eh? —lo codeo juguetonamente—. Platícame cómo pasó.
—No te voy a platicar eso. No inventes.
—¿Por qué no? ¿Qué tiene?
—¿Porque eres mi exesposa? —me mira como si fuera obvio—. Es un poco incómodo hablar de esto contigo.
—Ay, pues qué fresa —arrugo la nariz con fastidio—. Bueno, por lo menos dime cómo se llama, ¿o eso también te incomoda?
—Se llama Anel —su rostro se ilumina con una sonrisa que dice más que mil palabras.
<<Uyy, este ya cayó redondito>>
—¿Algún día me la vas a presentar?
—Sí. Pero en este viaje no. Es muy pronto y por favor, ya no insistas. Dame tiempo de procesarlo, no quiero regarla.
—Está bien. No insisto más.
Me quedo en silencio, observando a los niños en el agua mientras ignoro deliberadamente a Rafael, que nos lanza miradas furtivas intentando descifrar nuestra dinámica.
<<¿Qué tanto nos ves, guapo?>>
—Gracias por entenderme —la voz de Dante está cargada de sinceridad.
—No tienes nada que agradecer. Te quiero y me gusta verte feliz.
Al terminar el entrenamiento, nos dirigimos a los vestidores. Dante se encarga de Leo y Nico mientras yo superviso a Andrés. Nos despedimos de lejos de los entrenadores, pero al llegar al estacionamiento nos topamos con Marcela, quien saluda a Dante con su característico entusiasmo explosivo. Sus risas resuenan por todo el lugar, atrayendo miradas curiosas. Entre pláticas y despedidas, pasa casi una hora antes de que cada quien tome su rumbo: los niños con Dante, Marce y Andrés en su coche, y yo sola en el mío, por fin libre para subir el volumen de la música hasta que los altavoces vibren.
<<¡Por fin! Yo, mi música y nadie más>>
A la mañana siguiente, el aroma de mi café recién hecho se mezcla con el tintineo de un mensaje entrante. Es Armando.
> Armando> Buenos días, preciosa
> Armando> Tengo dos opciones para el fin de semana:
> Armando> 1. Viernes: Cena en la apertura de un restaurant de cortes finos en la 5ta Av.
> Armando> 2. Sábado: Cena en un restaurant en el hotel Secrets Moxché
> Armando> La que tú decidas, está perfecta.
<<¿Será buena idea salir con él?>>
Dejo que el café me ayude a pensar. La del viernes suena mejor – con Dante cuidando a los niños, el sábado podría ser mi noche de vino y series pendientes. Y el domingo… hace tiempo que no veo a mi hermana, podríamos ir a un club de playa.
<<Ya es hora de darme un tiempo para mí>>
> María> ¡Hola, buenos días!
> María> El viernes está perfecto.
> María> ¿A qué hora te veo?
Su respuesta llega casi inmediatamente.
> Armando> ¿Gustas que pase por ti?
<<Ni madres. Necesito tener el control de mi salida>>
> María> Prefiero que nos veamos en el lugar.
> María> ¿Te parece bien a las 7 pm?
> Armando> Me parece muy bien
> María> Hasta mañana, entonces.
> Armando> Besos.
Como dice Marce, es solo una cena de amigos. Aunque tendré que dejarle claro que no busco nada más.
Me aseguro de coordinar con Dante para que se quede con los niños desde el viernes post-entrenamiento hasta el domingo en la noche. Necesito estos días para recargar baterías.
El viernes, en el entrenamiento, Marce y yo nos escabullimos al baño de mujeres. El eco de nuestros pasos rebota en los azulejos mientras le cuento sobre la cita y la libero de sus deberes como niñera honoraria. Sus ojos se agrandan cuando le platico sobre la nueva novia de Dante.
<<Por fin tengo un fin de semana para mí>>
—¿Dónde me dijiste que está el restaurante? —pregunta Marce con su característica memoria de pez.
—En la 5ta con 42. Ya investigué la temática y está bastante mono. Al parecer, es la apertura.
—Deberías ponerte ese vestido negro entallado con escote cuadrado y espalda descubierta. Ya tiene mucho que no lo luces.
—Sí, justo pensaba en ese.
—Te escuchas de lo más animada —su sarcasmo gotea en cada palabra.
—La verdad no tengo muchas ganas de ir.
—¡Ay yaaaa! ¡Anímate! Solo es una cena. Sal, diviértete, ponte guapa y levanta el ánimo.
—Ok.
<<¿Por qué siento que viene un interrogatorio?>>
Marce me estudia en silencio, casi puedo escuchar los engranajes de su cerebro trabajando.
—¿De verdad no te prende ni tantito?
—Hasta ahorita no.
—¿Nada de nada? ¿Ni un beso se te antoja darle?
—Te voy a decir qué se me antoja, y mucho —suspiro profundamente—. Se me antoja quedarme en mi casa, darme un baño muy largo, ponerme la ropa indispensable, tirarme en mi sofá con una copa de vino tinto súper frío, de esos dulcecitos afrutados que me encantan, viendo películas o leyendo… Ese plan sí que se me antoja.
—Tú y tu soledad. —suspira resignada
—Ya me conoces.
<<Y mi paz mental>>
—¿Sabes por qué no me llama la atención?
—¿Por qué?
—Porque no me provoca, porque es demasiado condescendiente, es… es… —busco las palabras correctas— es muy caballero.
<<Como Rafael…que ¡NO! ¡Ni lo menciones!>>
—Estás jodida, amiga. Uno porque se pasa de caballero y el otro porque se pasa de animal. En mi pueblo te dirían: Ningún chile te embona.
—¡Exacto! Si alguno de los dos tuviera ese punto medio ¡Pffff! Me volaría la cabeza. Estaría de puta madre.
Salimos del baño sin notar que alguien más estaba ahí. El pasillo está vacío, pero el eco de nuestra conversación rebota en los azulejos, llegando hasta donde Rafael espera pacientemente, absorbiendo cada palabra como información valiosa para futuros encuentros.
El lobo escuchando a Caperucita…

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