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5 La reunión con el director

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Maria

El lunes llegamos a la entrada del colegio a las 6:50. Por fin una entrada digna sin parecer que venimos huyendo de la policía. Me despido de mis hijos con mi ritual diario de besos y abrazos, como si los estuviera mandando a una expedición al Everest en lugar de a sus salones. Los veo encaminarse a sus respectivas salitas mientras espero a que Marce termine su propia sesión de mimos con el pequeño Andrés.

—¿Checaste la hora? Falta como una eternidad para la reunión con el director —reviso mi celular por enésima vez.

—No importa, Perris. Vamos por un café aquí cerca —me dice Marce con ese tonito de “yo todo lo soluciono con cafeína”.

—Va pues.

Nos subimos a su coche y justo cuando estamos por salir del estacionamiento, como si el universo conspirara en mi contra, ahí está: la maldita camioneta que últimamente protagoniza mis pesadillas. Mi cara debe ser un poema porque Marce suelta una risita.

—¿Qué pasó, amiga? ¿No le mandas su besito de buenos días? —me dice con ese tono burlón que me hace querer aventarle el celular a la cabeza.

—Es más fácil que le pinte dedo al imbécil ese —Marce se carcajea como hiena mientras yo sigo con mi berrinche—. ¿Puedes creer mi suerte? ¡DIARIO! Si no es a la salida, ahora también a la entrada.

<<¿Qué sigue? ¿Encontrármelo en el súper? ¿En el gimnasio? ¿En mis pesadillas?>>.

—Por cierto, ¿qué te dijeron de tu carro?

—Lo mismo de siempre: “En quince días está listo, señora”. Y esos pinches quince días son como el horizonte, entre más avanzo más se alejan —bufo exasperada.

—Ya, nena, relájate. Vamos por tu cafecito mañanero para endulzarte el día —me dice mientras estaciona frente a la cafetería.

Entramos y pedimos lo de siempre: para mí un café con leche, mi salvación diaria. Mientras esperamos nuestro pedido, siento esa sensación inequívoca de ser observada.

<<¿Tengo algo en la cara? ¿Se me corrió el rímel?>>.

Alzo la vista y me encuentro con la mirada de dos especímenes masculinos maduros que, la verdad sea dicha, están como el buen vino.

<<Mmmm no están mal… nada mal>>.

Les calculo unos 45-50 años, con ese tipo de canitas estratégicamente distribuidas que gritan “ejecutivo sexy”, cabello abundante y bien peinado.

<<Uyyy… que tentaciones…>>

—¿Ya te diste cuenta que esos dos no dejan de comerte con los ojos? —me dice Marce con ese tonito de casamentera profesional que tanto le encanta usar conmigo. Como si no tuviera suficiente con ser madre soltera, ahora también soy el plato principal del menú.

—Sí, como que de repente sentí que ya no traía calzones y no sabía por qué —le digo mientras intento disimular una sonrisa.

—Y cómo no, mi reina, si hoy te luciste. Por cierto —me escanea de arriba a abajo como si fuera detector de rayos X—, ¿a qué se debe que vengas tan perris? Si tú a esta hora siempre andas en modo mamá fit con tus leggins y tenis inseparables. ¿O qué? ¿Ya te dio por querer conseguir beca del 100% para los niños? —me suelta con una sonrisa maliciosa y me guiña el ojo.

<<Será pendeja>>.

La verdad es que tiene razón. Hoy cambié mi uniforme de “mamá corriendo contra el reloj” por un palazzo short blanco con estampado de flores que, sin ser vulgarmente ajustado, le hace justicia a las curvas que tanto trabajo me ha costado conseguir.

<<Benditas sean las rutinas del infierno de Juan Carlos>>.

Las últimas semanas de entrenamiento están dando frutos, sobre todo en mis piernas que ahora lucen más torneadas y en mi retaguardia que parece haber recordado que la gravedad no es su único destino.

Los tenis los mandé a descansar por unas sandalias con tacón cuadrado y plataforma que gritan “profesional pero sexy”, y mi melena de rizos rebeldes la domé en un recogido estratégicamente despeinado. O sea, me tardé media hora para que parezca que me levanté así de fabulosa. El maquillaje, como siempre, minimalista: solo delineador para resaltar mis ojos color café, rímel en mis pestañas ya de por sí privilegiadas, y un toque de gloss en los labios.

<<Fresh and clean, baby>>.

—No seas mensa —le digo a Marce mientras reviso mi gloss en el reflejo de mi celular—. ¿Ya se te olvidó que tengo el desayuno con el dueño de los condominios? Voy a negociar los precios finales de los servicios para los próximos tres meses.

—¡Ahhh, cierto! El madurito buenorro que quiere ser tu Sugar Daddy —suelta una carcajada que hace que varios volteen a vernos. <<Esta vieja desayunó payaso, no hay otra explicación>>—. Ya me acordé.

—Sí está bueno, no lo niego, pero no. Es un cliente importante y no quiero dramas.

<<Aunque con esas canitas en la barba… No, María, concéntrate.>>

Gracias al cielo, nos entregan nuestros cafés justo a tiempo para huir con dignidad, aunque no sin antes intercambiar unas miraditas coquetas con los silver fox.

<<A ver si con esto me alcanza de vitamina “hombre” para lo que resta del mes>>.

Regresamos al colegio con el tiempo justo, faltan 10 minutos para la junta.

La señora Paty, asistente del director y guardiana oficial de su agenda, nos escolta a la sala de juntas donde ya están las otras dos “mamis”. ¡Yuju! El comité de víboras ya está sesionando. Son un par de arpías que me caen como patada al hígado, pero hay que mantener la diplomacia por el bien común.

<<Respira, María, cuenta hasta diez>>.

Marce, toda una profesional del networking tóxico, despliega su encanto marca registrada y va a saludarlas con besito en la mejilla incluido. ¿Cómo le hace para que se vea tan natural?. Yo, por mi parte, me limito a un “Buenos días, chicas” más seco que el desierto de Sonora y me refugio en mi café salvador.

La sala es impresionante, tengo que admitirlo. Es un espacio amplio presidido por una mesa rectangular con capacidad para diez personas, flanqueada por tres sillones dobles que gritan “siéntate aquí y no querrás levantarte jamás”.

<<Me pregunto si podré robarme uno para mi oficina>>.

Lo que de verdad me cautiva es la pared completa de ventanales que ofrece una vista privilegiada del área deportiva y los jardines del colegio. Es como un oasis de verde en medio de tanto drama matutino.

Me acerco a los ventanales para apreciar mejor el paisaje, dándole la espalda a la puerta como toda una estratega social. Si no las veo, no existen, ¿no?. Cinco minutos después, el sonido de la puerta abriéndose y un repentino jaleo me anuncian la llegada del director con su séquito deportivo y… ¿Y qué más? ¿Por qué siento que esto se va a poner interesante?.

<<¡Carajo! No puede ser>>

—Buenos días, señoritas —saluda Manuel, el director, con ese tonito de “la vida es bella”.

—Buenos días —responde el coro de su séquito deportivo: Juan Carlos, su entrenador auxiliar; Alex y…<<puta madre>>… el imbécil de la camioneta. Sí, así lo bauticé porque no me acuerdo de su nombre y, francamente, este le queda como anillo al dedo.

Al girarme para saludar, mi sonrisa profesional se congela y se va transformando en una mueca que grita “¡No me chingues¡” cuando nuestras miradas chocan.

<<Respira, María, que no note que te afecta>>.

Pero mi traicionero cerebro decide hacer un escaneo completo del tipo: pantalón de vestir gris Oxford que le cae en las caderas como si Giorgio Armani lo hubiera diseñado específicamente para él, camisa negra que se abraza a ese torso y espalda en forma de triángulo invertido como si le hubieran pagado por hacerlo. ¿Y esos antebrazos? ¿Desde cuándo remangar una camisa es tan sexy? Se nota que el gym es su segundo hogar, y vaya que hace la tarea.

Recupero mi sonrisa más falsa que billete de tres pesos y busco refugio en mi café como si contuviera todas las respuestas del universo. Pero antes de esconderme tras mi vaso térmico salvador, alcanzo a captar cómo sus ojos me dan un repaso veloz y discreto.

<<¿Acaso él…? No, no, córtale María>>.

Un escalofrío me recorre la espalda y no sé si es de coraje o de otra cosa que me niego a nombrar.

La verdad sea dicha —y que conste que esto solo lo admito en mi fuero interno—, mi parte racional lo detesta con todas sus fuerzas. Sigue atorada en modo “este wey me chocó el carro” y me recuerda cada cinco minutos que por su culpa ando rodando en un carro prestado mientras mi pobre Marchito languidece en el taller sin fecha de salida.<<Y todavía tiene el descaro de verse así de… NO, MARÍA, NO>>. Para colmo, es más presumido que pavorreal en temporada de apareamiento y sus desplantes… ¡Ugh! Es como si deliberadamente quisiera sacarme de mis casillas. Y lo peor es que lo está logrando, el muy cabrón.

Tampoco seré hipócrita. Mi parte animal, esa que evalúa al sexo opuesto como ejemplares masculinos, no puede negar lo evidente: el tipo está como quiere. Esos ojos oscuros, resaltados por una barba de candado tan perfectamente recortada que parece dibujada a mano, con ese gesto perpetuamente serio que le da un aire de “chico malo “, y esa voz profunda, grave que resuena desde lo más profundo de su ser, y ni hablemos de esa espalda que parece el muro de Berlín o su altura de basquetbolista profesional.

<<Vale, vale, es un ejemplar digno de admirar>>.

Pero aquí es donde mi cerebro y mis hormonas se agarran a madrazos, y últimamente la lógica gana por nocaut. Así que mi veredicto final es: que se joda el guaperas este y que lo aguante su madre, porque yo no.

<<Por muy bueno que esté>>.

—¡Buenos días a todooos! —la voz de Suemy, más dulce que un churro bañado en azúcar, casi me hace escupir el café.

<<¿Neta? ¿Tan temprano y ya con ese tonito?>>

—Por favor, tomen asiento —indica el director, colocándose al frente como maestro de ceremonias.

Y como si el universo estuviera conspirando contra mi paz mental, el señor “ahora soy directivo” se rezaga esperando a que nos sentemos, todo caballeroso él, para terminar plantándose justo frente a mí.

<<Ay que pinche casualidad>>.

Priscila y Suemy, las reinas del comité de “mamás perfectas”, ocupan los primeros lugares como si estuvieran en primera fila de concierto. Marce y yo nos sentamos después, quedando yo atrapada entre mi mejor amiga y Suemy, la arpía mayor.

—Antes que nada, gracias por estar aquí con tan poca antelación. Hay tres temas urgentes que… —comienza el director.

—No se preocupe, director. Nosotras entendemos —lo interrumpe Suemy, pasándose los dedos por su melena platinada.

—Gracias, señoritas… Como les decía —retoma el director—, el primer punto es presentarles al licenciado Rafael Córdoba, nuevo miembro del consejo y director titular del área deportiva.

<<Ah, mira… hasta eso tiene bonito nombre el imbécil>>.

—Se incorporó hace dos semanas y trabajará de cerca con todos nuestros equipos, incluido el de natación.

Me acomodo en mi posición habitual de concentración: codos sobre la mesa, café estratégicamente colocado a la altura de mi boca como escudo anti-pendejadas. Pero hay un pequeño problema: tengo a escasos centímetros a Rafael y su loción, que debería ser ilegal a estas horas de la mañana, me está nublando el juicio.

<<¿Quién huele así de bien un lunes a las 7 de la mañana? ¡Quién, carajo, Quién!>>.

Mantengo mi mirada fija en el director como si fuera la cosa más interesante del mundo, pero no puedo evitar notar cómo el señor tentación nos escanea una por una con esos ojos que parecen rayos X.

<<Concéntrate, María, concéntrate>>.

Me atrincheró detrás de mi vaso de café, manteniendo mi postura de estudiante aplicada con los codos sobre la mesa. Pero tener a Rafael a centímetros de distancia no ayuda, sobre todo porque su loción debería venir con advertencia de “Peligro: Altamente Inflamable”.

<<¿Quién le dio permiso de oler así?>>.

Intento mantener mi mirada fija en el director mientras el imbécil nos escanea una por una como si fuéramos el menú del día.

—¿Tienen alguna duda? —pregunta Manuel.

—¿Nos podría repetir su nombre, por favor? —interviene Priscila con una vocecita que parece sacada de caricatura Disney.

<<Ay, ya empezamos con el desfile de talentos>>.

—Claro que sí, con gusto —responde Rafael con una sonrisita que deliberadamente es para coquetear—. Me llamo Rafael Córdoba y estoy a sus órdenes. Y me gustaría conocer el nombre de cada una, ya que estaremos trabajando muy de cerca como equipo.

—Por supuesto… ¿Cómo nos dirigimos hacia usted? ¿Como licenciado, Coach, Señor Rafael o Rafa? —Priscila suelta una risita que pretende ser casual pero suena más a urgencia hormonal que a otra cosa —. No sé, no quiero equivocarme.

<<¿Neta?>>.

—Pueden llamarme Coach o Rafael, como prefieran —su mirada hace un recorrido turístico por cada una de nosotras, deteniéndose un microsegundo más en mí. Suemy, con la sutileza de un elefante en cristalería, gira su cabeza tan rápido para verme que casi se disloca el cuello.

<<¿Se puede ser más obvio? Sí, ella puede… no la subestimo>>.

—Bueno, comienzo yo —Priscila toma la delantera como si fuera casting de telenovela—. Mi nombre es Priscila Álvarez y soy mamita de Sebastián. Siempre estoy presente en los entrenamientos, por si algo se ofrece.

Si eso no es una aventada de calzón a la cara del Coach, yo no se que es.

<<Y ahí va la primer tanga volando>>.

Me escondo aún más tras mi vaso cuando Rafael se levanta para estrecharle la mano. ¡Ay no, ¿también tendremos que hacer el numerito del saludo? ¡Mátenme! Sabrá Dios que grosería me vaya a hacer cuando me toque mi turno.

—Yo me llamo Suemy Valencia —continúa la rubia platinada—, soy mami de Ethan y también asisto a todos los entrenamientos.

<<¡Y ahí va el brasier!>>.

—Mucho gusto, Suemy. Me agrada ver que fomentan la disciplina en sus hijos —responde Rafael con ese tono profesional que hace que las dos casi dejen un charco en sus sillas.

No puede hacerle un desplante a la rubia, por lo que atraviesa la mesa, para estrecharle la mano. La tipa se retuerce como lombriz con sal.

<<Ridícula…>>

Y ahí viene, como si estuviera coreografiado: se planta frente a mí, apoyando las manos en la mesa con la gracia de un depredador. No mentiré, la postura que adopta lo hace ver un poco intimidante.

Lejos de achicarme, le sostengo la mirada mientras mantengo mi vaso de café en alto, como un escudo entre los dos.

—Soy María Ortega y mis hijos son Nicolás y Leonardo Salá —suelto sin más adornos. Todo mundo sabe que soy más constante que el recibo de la luz.

—¿Tú también asistes a todos los entrenamientos? —me pregunta sin romper el contacto visual. ¿Es un interrogatorio o estamos en un concurso de miradas?

—Procuro hacerlo —mantengo el tono profesional—. Cuando tengo algo urgente, Marcela se queda en mi lugar, y viceversa. Somos de absoluta confianza una con la otra. En cuanto a mis hijos, solo faltan por enfermedad, de lo contrario, su asistencia está garantizada.

Nos quedamos en silencio, sosteniendo una batalla de miradas que podría incendiar el edificio. El aire está tan tenso que hasta los grillos dejaron de cantar para ver qué pasa.

—En ese caso… —su tono es terciopelo peligroso — mucho gusto, María —extiende su mano para un apretón que resulta más fuerte de lo necesario.

<<¿Jugando rudo, cabroncito?>>.

Le respondo con la misma intensidad, aunque me deja hormigueando la mano. Mantiene sus ojos clavados en los míos, consciente del público expectante que espera ver en qué momento nos aventamos los cafés a la cara.

—Yo soy Marcela Vázquez —interviene mi salvadora—, mamá de Andrés Guiott y, como ya dijo María, la asistencia de nuestros hijos y supervisión está garantizada, ya sea por mí o por ella.

<<Bendita sea mi amiga y su diplomacia>>.

—Mucho gusto, Marcela —le regala una sonrisa genuina que me hace hervir la sangre—. Será un placer trabajar en equipo con todas ustedes—<<Sí, claro, ya veremos qué tan placentero>>—. Bueno, continuemos con la junta. Manuel, por favor, una disculpa por la interrupción.

El Rafael se acomoda en su silla, recargando los codos en la mesa y entrelazando los dedos bajo su barbilla como si estuviera posando para la portada de “Ejecutivos Guapos Magazine”.

<<¡Ya, María! ¡No mames!… Lo ODIAS… acuérdate>>.

Nuestras miradas se cruzan por un segundo y siento un revoloteo en el estómago que ahogo rápidamente con un sorbo de café. Finjo poner atención al director, pero su maldita loción me tiene secuestradas las neuronas.

<<¡Ahhhh maldita sea! ¿Por qué tienes que oler tan rico?>>.

—El segundo y tercer tema —continúa Manuel— es sobre el torneo que se realizará dentro de dos fines de semana, de miércoles a sábado, en Mérida, Yucatán. Es un torneo pequeño pero estratégico, ya que asistirán los colegios más competitivos. Nos servirá como reconocimiento de terreno para el torneo regional y después el nacional.

—Es muy pronto —interrumpe Priscila con ese tono de “¿cómo voy a arreglarme el pelo en tan poco tiempo?”.

—Sí, tiene toda la razón —interviene Rafael, y su voz grave me eriza hasta el último pelo de la nuca—. Por eso solicitamos esta reunión urgente, para informarles las condiciones y que puedan tomar la decisión en familia sobre su asistencia.

—El colegio cubrirá el hospedaje desde el miércoles, día de llegada a Mérida, hasta el domingo cuando regresemos a Playa del Carmen —agrega Manuel, mientras yo calculo mentalmente cuántos días de trabajo tendré que malabarear.

—También nos haremos cargo de la transportación completa: ida y vuelta a la ciudad, y los traslados entre la villa y el lugar del evento —aclara Rafael.

<<¿Villa? ¿Todos juntos? ¿En el mismo espacio que este cabrón por tres días? ¡No jodas!>>.

—Sabemos que es precipitado y puede complicar permisos laborales —por fin habla Juan Carlos, que hasta ahora parecía estatua decorativa—, pero es crucial mencionar que ningún menor puede viajar sin supervisión adulta. Necesitamos su confirmación a más tardar el viernes, cuando cierra el registro y debemos definir el número de cabañas a reservar.

Intercambio una mirada con Marce, de esas que llevamos perfeccionando en meses de amistad. Un microgesto de su parte y ya sé que estamos en la misma página.

—Por mi parte, confirmo la asistencia de Andrés —dice Marcela—. Puedo gestionar todo a distancia sin problema.

—Igual yo. Confirmo por Nicolás y Leonardo —agrego, intentando sonar profesional.

—¡Nosotras también confirmamos! Ni modo de quedarnos atrás, ¿verdad? —canturrea Suemy como si acabaran de anunciar un viaje a Disney. ¿Cómo crees que las señoras van a quedar mal?

—¡Perfecto! Entonces manos a la obra. Hoy mismo realizamos el registro y confirmamos tres cabañas…

—¿Disculpe… dijo tres? —interrumpe Priscila, con cara de estar resolviendo ecuaciones cuánticas.

—Sí —responde Rafael con paciencia de santo—. Cada cabaña tiene dos recámaras con dos camas individuales, excepto una más amplia que tiene una matrimonial y una individual. Esa será para María, ya que viene con dos pequeños y suponemos compartirá con Marcela. —¿Por qué siento que esto ya lo tenía planeado? —. Los entrenadores ocuparemos una cabaña y el resto del equipo las otras.

Ante el gesto de Priscila, que parece haber mordido un limón, Rafael agrega: —No se preocupe, las cabañas son bastante cómodas y limpias. Yo mismo lo superviso todo.

—Ah, bueno, si es así… —responde ella, derritiéndose como helado en verano.

<<¿Neta? ¿Tan fácil la convenció?>>.

—Excelente que tengamos las confirmaciones. Podemos empezar a trabajar en la estrategia desde hoy —agrega Juan Carlos, más animado que conductor de programa infantil.

—Bueno, pues si no hay más que decir… —Manuel intenta cerrar la reunión, pero Rafael levanta la mano como niño en clase.

—Yo quisiera tocar un cuarto tema —<<Ay no, ay no, ay no. ¿Qué va a soltar este cabrón?>>—. A partir de hoy me incorporo en activo al equipo de entrenadores de natación, así que nos veremos seguido, en cada entrenamiento.

<<¡PUTA MADRE!…. ¡ME LLEVA LA CHINGADA!>>

Mi cara debe ser un poema de García Lorca, de esos bien trágicos. Intento disimular mi mueca de “¿es neta?”, pero mis ojos gritan todas las groserías que mi boca contiene. Marce, la traidora, disimula una sonrisa que me dice que sabía algo y no me advirtió.

<<Ya ajustaremos cuentas, pinche mejor amiga >>.

—¡Ay, que bueno, Coach! —chillan al unísono la gordibuena y la morenaza empistolada, dando palmaditas como quinceañeras en concierto de BTS. Si las sillas fueran de plástico, el efecto ventosa sería épico con lo mojadas que quedaron con la noticia.

Y como si le hubieran dado un micrófono imaginario y estuviéramos en la final de Miss Universo, Suemy se arranca:

—Me alegra muchísimo la noticia, y a nombre del equipo de mamitas de natación —<<¿Perdón?… ¿A nombre de quién…?>>—,le damos la más calurosa bienvenida. Le aseguro que será un placer tenerlo entre nosotras. —¡Pinche vieja nalga pronta! Si lo acaba de conocer y ya se le está arrastrando—. ¿Verdad, chicas?

—¡Claro que sí, Rafa! —Priscila brinca como si le hubieran picado las nalgas con un alfiler.

<<¿Ya hasta le dice Rafa? Pinches confianzas…>>.

Marce merece un Oscar por su autocontrol. Juro que nunca la había visto contenerse tanto.

—Sí, claro —logra articular mi amiga sin soltar la carcajada.

Yo me limito a levantar las cejas mientras le doy un trago largo a mi café. Todo mi veneno está concentrado en la punta de la lengua y un solo comentario podría desatar el apocalipsis. Mejor me quedo calladita, así me veo más bonita.

La incomodidad en la sala es tan densa que se puede respirar, pero nadie sufre más que Rafael, que parece estar buscando la salida de emergencia más cercana.

<<¿¡Qué bueno! ¡Que se joda!?>>.

No puedo evitar disfrutar su cara de pena ajena mal disfrazada mientras lo miro con una sonrisita burlona.

—Les agradezco mucho la calurosa acogida al equipo —dice Rafael, intentando mantener la compostura—. Me integraré rápidamente con la ayuda de todas ustedes.

—¿Alguien más tiene algo que agregar? —pregunta Manuel con una sonrisita burlona que le dedica a su amigo. Todos negamos como buenos niños—. Bueno, pues entonces, que tengan todos un buen día.

Nos levantamos todos de nuestros asientos, con la intensión de salir de la sala. Se me escapa una sonrisa maliciosa que ya no puedo contener.

<<Compórtate, María, compórtate>>.

Bajo la mirada intentando disimular, pero cuando la levanto, ahí están esos ojazos negros taladrándome con una promesa de venganza.

<<Vale, esta me la vas a cobrar después, pero por ahora… ¡qué delicia!>>.

Los caballeros nos ceden el paso como si estuviéramos en el Titanic. Dejo que las arpías se adelanten; prefiero mantener distancia de seguridad antes que contaminarme de tanta feromona suelta. Marce me alcanza rápidamente.

—Ah-cogida es la que le quieren dar esas dos al tal Rafa —susurra tan bajito que solo yo debería escucharla. Intento contener la risa, sin percatarme que ciertos ojos negros nos observan como halcón.

—”Será un placer tenerlo entre… nuestras piernas…” —imito la voz de Suemy con un falsete digno de telenovela.

Las risas nos ganan y salimos disparadas al pasillo mientras busco frenéticamente un baño.

—Me urge ir al baño —anuncio con la dignidad que me queda.

Nos dirigimos al fondo del pasillo, pero Juan Carlos intercepta a Marce. Me adelanto sola, solo para descubrir que los baños de visitas están cerrados por limpieza.

<<¡Ayyyy noooo!>>.

Me informan que los únicos disponibles están cerca del teatro, dos plantas arriba.

<<¿Quién diseñó este edificio? ¿Alguien que no mea?>>.

Me encamino a paso veloz, porque esto ya es código rojo.

El área está más desierta que centro comercial en lunes por la mañana. Solo un par de prefectos y maestros hacen sus rondas, como guardias de prisión aburridos. ¿Por qué de repente esto parece el inicio de una película de terror?

Entro al baño, hago lo que tengo que hacer, y al lavarme las manos el lavabo decide darme un mini shower no solicitado. Mis tacones resuenan en el pasillo vacío como si estuviera en la mansión de Drácula.

Y entonces, como si el universo quisiera confirmar mis temores cinematográficos, al salir del pasillo me encuentro de frente con Rafael. El brinco que pego podría calificar para las Olimpiadas. Mi mano vuela a mi pecho como señora en telenovela.

<<¡Hijo de su p…! ¿Qué hace aquí?>>.

—¡Carajo! —el susurro se me escapa como una plegaria ahogada, con el corazón retumbando contra las costillas

—¿Te asusté? —su voz grave, como terciopelo oscuro, vibra en el aire entre nosotros.

<<¿Por qué está tan cerca? ¿Y por qué no me molesta tanto como debería?>>.

—Sí… mucho —logro articular, con la espalda pegada a la pared. El frío del concreto traspasa mi blusa.

—Lo siento, no era mi intención. — su voz es grave, tranquila.

—¿Y entonces cuál es tu intención? —intento sonar firme pero mi voz me traiciona—. Según yo, estaba sola en esta área. De hecho, deberían poner más supervisión. Cualquier alumno se puede perder en estos pasillos. — O cualquier mamá puede ser acorralada por un coach demasiado guapo para su propio bien.

—Sí, estoy de acuerdo contigo —su sonrisa ladeada me provoca un cosquilleo en el estómago—. Pero para lo que vine a decirte, me conviene que estemos solos.

—¿Y qué quieres decirme que no pudiste decir en la reunión? mi corazón late tan fuerte que estoy segura puede escucharlo hasta el de seguridad en la entrada.

—No te gustó escuchar que nos veremos más seguido, ¿cierto? — ¿Por qué me gusta su voz?

—No. La verdad es que me desagradas mucho —miento descaradamente mientras mi cuerpo traidor reacciona a su cercanía—, y saber que te voy a ver varios días a la semana no me hace precisamente feliz.

<<Mentirosa, mentirosa, te está creciendo la nariz ¡PINOCHA!>>.

Su sonrisa maliciosa hace que me tiemblen las rodillas. Da un paso más hacia mí, y su aroma – una mezcla de loción cara y algo puramente masculino – me envuelve como una trampa sensorial. ¿Quién le dio permiso de ser tan alto? ¿Tan imponente? ¿De oler así de rico? ¿QUIÉN?.

—Tengo curiosidad de saber cómo te vas a dirigir a mí en público. La palabra imbécil está descartada, de una vez te aviso. — su voz tiene un filo de autoridad que, en lugar de intimidarme, me enciende algo en el vientre.

—Tengo otras opciones, no te preocupes. Mi léxico es muy variado —le devuelvo una sonrisa que pretende ser desafiante, pero me sale más coqueta de lo que quisiera.

No me toca, pero no hace falta. Su presencia me envuelve como una corriente eléctrica. Se inclina ligeramente, y tengo que levantar la cabeza para mantener el contacto visual. El muy cabrón sabe exactamente lo que hace: su postura, su altura, su maldita loción; todo está calculado para tentarme como el demonio que ahora mismo se me imagina que es.

<<¡Dios! ¿Por qué esto me está excitando tanto? ¿Y por qué no puedo dejar de mirarlo?>>.

—Te sugiero que en público te dirijas a mí como Rafael o Coach. Sería lo políticamente correcto… —hace una pausa y se inclina hacia mi oído. Su aliento cálido me provoca un escalofrío que me recorre desde la nuca hasta los dedos de los pies cuando susurra—: Pero en privado, puedes decirme como más se te antoje en el momento, y ahí sí puedes incluir la palabra imbécil, si es lo que deseas.

<<¡Santa Madre…! ¿Alguien más siente que la temperatura subió como veinte grados? ¿No? ¿Solo yo?… Ok>>.

Me tiemblan las piernas como si estuviera parada sobre un temblor grado 8, y mi respiración se vuelve tan errática que podría estar hiperventilando. Su sonrisa de depredador satisfecho me dice que nota cada una de mis reacciones. <<¡Cabrón!>>. Da un paso atrás y, contra toda lógica y sentido común, mi cuerpo traidor decide acortar la distancia. Me estiro como gata en celo, acercándome tanto que puedo distinguir las pestañas en sus ojos oscuros, y le suelto con una sonrisa que destila veneno dulce:

—En tu caso, limítate a dirigirte a mí solo por mi nombre: María. Se acabó eso de llamarme “loca” en público. ¿Quedó claro? —mi voz sale como un susurro amenazante o al menos así trato de que suene y no como el ronroneo que mi pecho está a punto de soltar.

—Entiendo que en privado sí puedo llamarte así — se humedece los labios con un movimiento lento y deliberado de su lengua, mientras su voz desciende a un registro tan bajo que hace vibrar algo primitivo en mi interior.

<<¡Demonio! No hagas eso…. imbécil>>.

—¿Y quién te dijo que alguna vez nos encontraríamos en privado? — contraataco, luchando contra el impulso de seguir el movimiento de su lengua con mis ojos—. Si lo que buscas es satisfacer una de tus fantasías tirándote a alguna de las “mamitas” de tus alumnos, tienes dos opciones: una rubia y una morena que pegaron de brinquitos en la junta. Y créeme, entre tus opciones no estoy yo, así que no pierdas tu tiempo, guapo. —¿Por qué cada palabra que digo suena más a invitación que a rechazo?—. Así que… no me quites más mi tiempo.

Me alejo contoneando las caderas más de lo necesario pero de forma involuntaria, sintiendo su mirada quemarme la espalda como láser. <<¡Virgen Santa, que no me alcance!>>. Pero mi demonio interior suplica: <<¡Ven por mí!>>. Mi mente traidora ya fantasea con sus manos acorralándome contra la pared…

<<¡NO MAMES, MARÍA! ¡DEJA DE PENSAR PENDEJADAS!>>.

Al llegar a la salida, giro sobre mis talones para dar el golpe de gracia. Sacando mi mejor imitación de Suemy – toda pestañas batientes y dedos juguetones:

—Nos vemos en el entrenamiento, Cooouuuch… —arrastro la palabra como si fuera caramelo.

Sigue plantado en el mismo lugar, manos en los bolsillos, pero la evidencia de su excitación presiona contra la tela de su pantalón, delatándolo.

<<¡Ja! ¡A alguien le van a doler los huevos al rato!>>.

—¡Loca! —su voz ronca me persigue mientras doblo la esquina, y una sonrisa de satisfacción se me escapa sin poder evitarlo.

Llego con Marce, que sigue platicando con Juan Carlos en el jardín. La sonrisita cómplice de Juan Carlos me dice todo: el muy cabrón sabía lo que su amigo planeaba. Por eso entretuvo a Marce.

—¿Todo bien? —pregunta mi amiga al ver mi cara de “acabo de ver un fantasma sexy”.

—Sí, todo bien —miento mientras Juan Carlos sonríe como gato Cheshire—. Bueno, ya me voy. Se me hace tarde.

Me despido con beso y abrazo, y huyo a mi coche como alma que lleva el diablo. No porque vaya tarde, sino porque necesito poner kilómetros de distancia entre ese hombre y yo. ¿Cómo puede gustarme tanto alguien que no soporto? ¿Y por qué su maldita loción se me quedó impregnada en la memoria?

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.
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