
Más Allá del Juego



7 ¿Voy o no voy?
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Maria
Llego a mi local como torbellino desatado. <<¡Uy! Ya pasa de la 1 pm>>. El desayuno con Armando se prolongó más de lo esperado, aunque no me quejo, pero ahora tengo que hacer malabares con el tiempo para coordinar que todo salga al pie de la letra con el nuevo cliente.
—¡Hola chicos, buen día! —entro casi derrapando.
—¡Úuuuuy! A alguien se le pegaron las cobijas, ¿eh? —me recibe Laura con su clásica sonrisa de “yo sé algo que tú no sabes que yo sé”.
—Ojalá eso hubiera sido —si supieras, Laura, si supieras—. Vengo de una reunión con el nuevo cliente y necesito que mañana estemos más que listos.
—No te preocupes, jefa. Ya nos hemos prevenido para tener todo el trabajo listo —me responde Ale con esa eficiencia que me hace adorarlos. Por esto los valoro tanto, nunca me fallan estos cabrones.
—¡Mil gracias, chicos! Ahora solo me falta ponerme de acuerdo con Claudia…
—¡Aquí estoy! ¿Para qué soy buena? —aparece la aludida como invocada por arte de magia.
—¡Ven! Te doy de una vez la dirección donde tienes que estar mañana a las 10 am. Y ya sabes, mejor 10 minutos antes que un segundo después — como dice mi mamá: “el que es puntual es rey”.
—No te preocupes, ya lo tengo todo programado en ruta —me responde Claudia con la seguridad de piloto aviador.
<<¡Por eso los amo!>>
Es gracias a esta comunicación tan fluida y al buen rollo que tenemos entre todos que hemos crecido más rápido que las deudas de mis tarjetas. Durante la siguiente media hora solo cierro el pico para tomar agua; el resto del tiempo lo ocupo dando instrucciones como general en guerra, asegurándome que todo quede más claro que el agua.
—Bueno, Lau, te dejo porque tengo que ir por los niños. Seguimos en contacto por mensaje o llamada.
—Tú vete tranquila. Yo me encargo —Laura es mi salvavidas personal cuando se trata de coordinar el trabajo. Gracias a ella puedo ser mamá sin que todo se vaya al caño.
Salgo disparada a mi coche para llegar a tiempo por mis enanos. El resto de la tarde transcurre con aparente normalidad, APARENTE siendo la palabra clave. Los lunes, miércoles y viernes siempre son puntuales para el entrenamiento, solo que hoy traigo un nerviosismo que ni el café de la mañana me provocó, sabiendo que voy a ver a Rafael.
<<Y más después del encuentro mañanero… ¡Ya, María! ¡Compórtate!>>
Al entrar a la alberca techada, ahí están los tres entrenadores. El nuevo Coach está de espaldas a la entrada, y yo, como la señora decente que soy… <<¡Ajá!>>, aprovecho para darle un repaso digno de evaluación olímpica: piernas de roble, trasero que parece esculpido por Miguel Ángel, cadera estrecha y una espalda tan ancha que debería tener permiso especial de tránsito.
<<¿Cómo se sentirá arañarla? …. ¡YAAA MARIA!>>
Rafael no nota mi presencia hasta que mis hijos llegan corriendo a su lado, más puestos que árbol de navidad para zambullirse en el agua. Agito mi mano para saludar, y para que no se note que estaba haciendo inventario de sus atributos, y me retiro a nuestro lugar de siempre para entrenar. Marce llega dos minutos después, puntual como siempre.
En las gradas, el club de “mamitas chismosas” —como las bautizó Marcela— están más atentas que halcón en cacería. Los tres ejemplares masculinos en sus bermudas de baño y playeras de algodón, que nomás están estorbando, la verdad, son el centro de todas las miradas. Las señoras están a la expectativa, lamiéndose los bigotes como gatas frente a un pescado fresco, esperando el momento en que las playeras desaparezcan.
<<Tampoco las juzgo, yo ando igual o peor>>
Apenas llega Marce, Juan Carlos aparece como por arte de magia para saludarla y ponernos la rutina del día. Desvío la mirada hacia el nuevo entrenador ¡Maldita sea mi debilidad por los hombres espaldones! y el moreno guapo se da cuenta.
<<¡Trágame tierra! >>.
—No es tan malo como parece —me guiña un ojo Juan Carlos con ese aire de buen amigo que trae últimamente.
—Yo lo dudo, la verdad — a menos que “malo” sea sinónimo de sexy y mamón, entonces sí.
—Si lo que te preocupa son tus hijos, créeme, él tiene mucha más experiencia entrenando niños que Alex y yo. Puedes estar tranquila —su tono me intriga más de lo que me gustaría admitir.
—¿En serio? — Lo dudo, da verdad
—Así es —sonríe con ese aire de hermano orgulloso que me hace dudar de todo lo que creía saber.
—¿Por qué lo dices?
—¿Por qué mejor no se lo preguntas a él directamente? —duda como quien sabe algo jugoso pero prometió no contarlo—. ¿Quién mejor que él para platicarte de su propia experiencia?
—¿¡Cómo crees!? Si al darle los buenos días me arriesgo a que me responda una de sus linduras o me gruña como perro de vecindad, ya me imagino lo que va a pasar si me acerco a un metro de él para que me platique cosas personales —capaz que me muerde, y no de la forma divertida—. ¡No! Queda descartado. Mejor esa información se la pido al director, ya que tú no me la quieres dar —le lanzo una mirada de reproche nivel suegra ofendida.
—No me mires así, Mari. Es solo que… me gustaría que tú y él hicieran las paces. De verdad, no es mala persona…
—¿Ah no? ¿Y entonces qué le pasa conmigo que se porta como un imbécil? — le pregunto aún con la ofensa instalada en mi cara y tono de voz.
Marce suelta una carcajada que retumba en toda la alberca, y Juan Carlos no puede evitar sonreírse, dándose por vencido en su intento de pactar la paz mundial entre nosotros.
—Te dije que no sería tan sencillo —le dice mi amiga, experta en casos perdidos como el mío.
—Está bien. Te voy a dejar tranquila por hoy, pero sería bueno que ambos bajaran la guardia… —baja la mirada como quien está a punto de soltar una verdad incómoda—. Es curioso ver cómo ambos se comportan igual el uno con el otro, pero con otras personas son totalmente distintos. Son amables.
Me quedo callada porque, aunque me arda, tiene razón. Con nadie reacciono a la defensiva como con Rafael… pero es que también el wey no me la pone fácil. ¿O será que los dos nos la estamos complicando más de la cuenta?
—Lo voy a pensar, pero no esperes que me quede callada si tu amigo viene al ataque —le digo con una sonrisa de bandera blanca a medias.
—¡Hecho! —se despide y se va con el resto del equipo, mientras el club de “zarigüeyas” en las gradas (Suemy, Priscila y su séquito de gordibuenas que trajeron de público) nos taladran con la mirada.
Apenas el moreno se pierde de vista, Marce se lanza al ataque como reportera de chismes.
—¿Cómo te fue en tu desayuno con el buenorro madurito? — mi amiga, tan sutil como siempre.
—Estuvo bien. Ya confirmamos los servicios, empezamos a trabajar mañana.
—¡Felicidades, flaca! Tenía la seguridad de que así iba a ser.
—Gracias, nena.
—¿Y qué?… ¿Qué más pasó? ¡Cuéntame! —Ya sabía yo que no se iba a conformar con el reporte ejecutivo.
Comenzamos los estiramientos y a calentar un poco, como si el chisme no fuera a cambiarle la temperatura a todo.
—Me invitó a cenar el sábado que viene.
—¡¿QUÉ?! —casi se disloca el cuello de lo rápido que voltea—. ¿Y qué le dijiste?… Seguro que sí, ¿verdad?
—Le dije que le confirmaba en la semana.
—¡Ay no mames, María! —Marce se detiene como si hubiera visto un fantasma, poniendo sus brazos en jarras modo mamá regañona.
—¡Sí, wey! No estoy segura. Es un cliente importante y no quiero cagarla y que nuestro trato se vaya a la chingada por algo que no salga bien.
—¿Y cómo sabes que no va a salir bien? Si ni lo conoces todavía, es más, ¡ni siquiera le das la oportunidad al hombre!
—Además, no está Dante y no tengo con quien dejar a los peques —¡Bingo! La excusa perfecta.
—¿Y yo estoy pintada o qué? Se quedan conmigo. Ahora me toca a mí hacerla de nani.
Me quedo callada y sigo con mi calentamiento, pero Marce, que me lee más fácil que instructivo de Maruchan, achina sus ojos y los clava en mí como si fuera detector de mentiras.
—Ni madres, esto tiene que ver con algo más. Así que explícame por qué estás rechazando una cita con un hombre guapo, madurito y agradable, porque tú misma me dijiste que te cae bien. Entonces no le veo la bronca. ¡Explícate!
<<Carajo… ya me agarró>>.
Tomo aire como quien se prepara para confesar un pecado gordo, lista para soltarle la verdadera razón por la que dudo en aceptar la invitación.
—Mira… Armando me gusta. Sí. No lo voy a negar, tiene todo lo que muchas mujeres pueden pedir de entrada. Es guapo, inteligente, tiene una plática interesante, es caballeroso y hasta sexy, pero…
—¿Pero qué? —Marce comienza a perder los papeles como señora en fila del supermercado.
—¡Pero no me prende! ¿¡Ya!? —¡Uff! Ya lo dije—. Siento que le falta esa parte… animal que es la que me puede. Te explico; en la tarde que nos despedimos se acercó a darme un beso, muy cerquita de la boca, y me agarró de la cintura para pegarme más a él… y nada. Ni una chispa. Ni un cortocircuito. ¡Nada!
—Es la primera vez que tienen interacción en persona, también tú no chingues.
—Sí pero, me conozco, y sé que si no hubo ese clic en ese momento, será muy difícil que lo haya después.
—Estás cabrona, amiga —Marce se voltea resignada y sigue con su calentamiento.
—Además… hay otra cosa —suelto después de un silencio incómodo.
—¡Lo sabía! Ya suéltalo que me estoy desesperando.
—Pasó algo con Rafael en la mañana…
—¡No mames…! —Marce se lleva las manos a la boca y abre sus ojos cafés como platos.
Le cuento con lujo de detalle nuestro encuentro, explicándole todas las sensaciones encontradas que sentí. Y haciendo hincapié en que me puse como quinceañera hormonal sin que hubiera ni un roce entre los dos.
—Ya te entendí —Marce se queda pensativa un momento—. Pues tienes un pequeño pedito, amiga.
—¿Cuál?
—A ti te gusta Rafael y tu modo de repelerlo es portándote mamona.
—¡Me porto mamona con él porque es insoportable conmigo! Tampoco pienses que me voy a desvivir en sonrisitas y agarraditas de cabello cuando él es un jodido prepotente. ¡Ni madres! Estará muy guapo y lo que quieras, pero que lo aguante su madre.
Marce se parte de la risa como si le hubiera contado el mejor chiste del mundo. Mueve la cabeza resignada y por fin zanjamos la plática para concentrarnos en la rutina.
—Está bien flaca. Ya no voy a tocar el tema porque está más que claro que el pleito lo traes más casado que matrimonio arreglado con el guaperas. En cuanto a tu cita, el sábado paso por Nicolás y Leonardo a las 6 para que tú estés lista para irte con el buenorro ese.
—Pero ya te dije que no estoy segura…
—Prueba. No va a pasar nada con que salgas una noche a cenar con un amigo. Tampoco es a huevo que termines empiernada con él. Solo relájate por un momento y diviértete.
Tal vez tiene razón. Tiene tanto tiempo que no salgo a cenar con amigos que ya ni me acuerdo cómo se agarra el tenedor. Viéndolo así, no suena tan mal el plan… aunque mi cabeza siga pensando en cierto entrenador insoportable.

© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.

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