
Más Allá del Juego



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Maria
¿Alguna vez has conocido a una mujer con un humor tan ácido que te hace escupir el café y una risa tan escandalosa que la escuchan hasta en Cuba? Bueno… así es Marcela, mi partner in crime e inseparable desde hace poco menos de un año.
Nos conocimos el primer día de escuela de nuestros hijos, ambas llegando como alma que lleva el diablo a la entrada del colegio. Coincidimos barriéndonos justo a tiempo para que no nos cerraran la puerta en la cara, porque si hay algo que compartimos, además del divorcio, es que nos revienta madrugar. Para nosotras, eso simplemente “No es de Dios”.
Somos criaturas nocturnas. Podemos quedarnos platicando hasta que el sol amenaza con asomarse, pero levantarnos a las 5 am para preparar a nuestros hijos y llegar antes de las 7 am es una tortura que solo logra hacer nuestro humor más ácido.
Al igual que yo, Marce es divorciada. Hace dos años mandó a la chingada a su “adorado” esposo, después de que el muy cabrón se dedicara a ponerle tremendos cuernotes que la tenían rayando las marquesinas de Playa del Carmen a su paso desde antes de la boda. Dos años de noviazgo y ocho de matrimonio terminaron en un divorcio de infierno que el señor no supera. No es raro que aparezca a las tres de la mañana, con una botella de whisky encima, gritando como si fuera media tarde que aún la ama.
<<Como si las pendejadas se curaran con alcohol y serenatas improvisadas>>
Su hijo Andrés y mi Leo van en la misma sala de primer año de primaria. Tienen 6 añitos y, junto con mi Nico de 4 años, comparten una obsesión casi enfermiza por la natación. En serio, estos chamacos son como tiburones: pueden pasar horas en la alberca sin arrugarse. Son tan buenos que hasta llamaron la atención de su maestro de natación, quien decidió entrenarlos con otros dos compañeritos para torneos externos.
<<Como si no tuviéramos suficientes cosas que hacer, de por sí>>
Estas actividades extra nos han unido más. No nos perdemos ni un solo entrenamiento, tres veces por semana. Al principio, matábamos el tiempo echándonos “una botanita” mientras veíamos a nuestros hijos ir y venir en la alberca. Pero ¿saben qué pasa cuando te atascas de papitas, churros y refrescos tres veces por semana durante dos horas? Pues que esas “botanitas” se manifestaron mágicamente en nuestras cinturas, caderas y traseros.
Afortunadamente, la naturaleza se portó buena onda y nos bendijo con un metabolismo que parece maquiladora trabajando horas extra. Hasta ahora nos ha permitido mantener un peso decente, aunque lo traigamos en chinga con cuanta botanita se nos atraviesa.
<<Y eso sin contar nuestras reuniones de “Un vinito y ya”, donde terminamos pidiendo pizza a las 10 pm>>
Así que tomamos una decisión histórica, de esas que cambiarían el rumbo de la humanidad —o al menos el tamaño de nuestros traseros—: si ya estábamos ahí sentadas sin hacer nada más que tragar, mejor aprovechábamos el tiempo para hacer ejercicio. Total, ¿qué tan difícil podía ser?
Al principio lo hicimos como Dios nos dio a entender —o sea, de la chingada—. Pero cuando nuestros intentos patéticos de ejercicio se volvieron más evidentes, uno de los entrenadores se apiadó de nuestras almas pecadoras de la gula y nos ayudó con una rutina decente. Se lo agradecimos en el alma, porque estábamos a nada de terminar con la espalda más torcida que gancho de ropa.
Si me preguntan, estoy segurísima de que el entrenador se acercó más por Marcela que por caridad cristiana. Y ¿cómo no? Mi amiga es de esas mujeres que cuando entran a un lugar, todos voltean a verla. No solo es guapa —que lo es y mucho—, sino que tiene unos ojazos cafés que brillan con malicia cuando se ríe, y una sonrisa que le ocupa la mitad de la cara.
<<A veces me pregunto si no le duelen las mejillas de tanto reírse>>
Pero lo que realmente hace única a Marce es su personalidad. Es tan extrovertida que podría hacer amigos hasta en un velorio, y tan noble que hasta los perros callejeros la adoptan como su humana. En serio, es como la Madre Teresa, pero con mejor sentido del humor y un vocabulario más… exótico.
Eso sí, cuando alguien no le pasa, no hay poder humano que la haga cambiar de opinión. Es más cortante que navaja de rasurar, y cuando suelta su frase lapidaria, ya sabes que es caso perdido:
—Amiga… ese espécimen tiene algo que no me pasa.
Y ahí muere todo. Lo más cabrón es que su instinto rara vez falla. De cien personas que ha catalogado como “especies non gratas”, solo se ha equivocado con dos o tres. Por eso, cuando mi amiga detecta algo raro en alguien, yo le hago caso. Es como tener un detector de pendejos personal, pero más efectivo y con mejor sentido del humor
El primer día que uno de los entrenadores se acercó a “ayudarnos”, me di cuenta de que no podía apartar la mirada de las piernas y trasero de Marcela. Bueno, con esas mallas de yoga era lógico que distrajera hasta a los santos.
—Buenas tardes, señoritas —nos sobresaltó una voz ronca y muy grave.
—Coach, buenas tardes —me apresuré a responder, viendo que mi amiga se había quedado pasmada y CALLADA, solo contemplando al hermoso ejemplar de 1.85 (fácil) frente a nosotras. Moreno claro, corte militar y con músculos marcados deliciosamente con ese estilo que solo los nadadores profesionales tienen el honor de portar. Fácilmente podía pasar por stripper.
—Disculpen que las moleste, pero me he percatado que desde hace días llevan a cabo una rutina de ejercicio y me gustaría hacerles unas observaciones, si no les incomoda. Soy coach de entrenamiento funcional y me gustaría ayudarlas a mejorarla.
El Coach, que hasta ese momento no recordaba su nombre, se dirigía hacia Marcela, pero ella sencillamente no respondía, estaba como idiota viéndolo fijamente. El pobre alternaba su mirada entre la cara de Marcela y la mía con la duda instalada de “¿Qué le pasa a esta vieja?”
Me mordía la mejilla por dentro para no soltar la carcajada.
—Para nada es molestia, Coach. Al contrario, una ayudadita nos vendría muy bien —traté de sonar profesional mientras Marce seguía en modo estatua—. La verdad es que lo que estamos haciendo es producto de muchos tutoriales de YouTube, ya sabe, de esos que prometen un cuerpo de Kim Kardashian en dos semanas, pero nada se compara a una asesoría real.
Y Marce… bueno, Marce seguía ahí, con la cara de idiota que ni su madre la reconocería.
—¿Les parece bien si en la próxima práctica nos vemos quince minutos antes para explicarles la rutina del día? —propuso el Coach, todavía desconcertado por el mutismo de mi amiga.
<<¡Ya, por favor! ¡Por dignidad! ¡Reacciona Marcela!>>
Mi autocontrol ya estaba pidiendo vacaciones, así que no pude evitar que se me escapara una sonrisa maliciosa mientras miraba a la estatua viviente a mi lado.
—¡Nos parece excelente! ¿Verdad, MARCELA? —recalqué su nombre como quien le tira un salvavidas a alguien que se está ahogando.
Por fin, como si le hubieran dado corriente, mi amiga reaccionó. Pero… estamos hablando de Marce y su nula capacidad para filtrar pensamientos cuando está nerviosa. Lo que salió de su boca fue…peculiar (digámoslo así)
—¡Sí, me gusta! … Y… ¿cuánto cobras?
<<¡Puta madre, Marce! ¿Neta? ¿NETA?>>
La pregunta queda flotando en el aire como si le estuviera preguntando la tarifa a un stripper. Me limito a alternar la mirada entre mi amiga y el Coach, mientras el nivel de pena ajena sube más rápido que el color rojo en la cara de mi amiga.
Dicen que cuando estás en arenas movedizas, es mejor no moverte para no hundirte más. Pero claro, Marcela es la única persona que ante una situación incómoda, en lugar de callarse, decide sacar una pala y seguir cavando.
La cara del entrenador era un poema de pura diversión contenida. Se estaba aguantando la risa como quien aguanta un estornudo en misa, pero sin duda estaba disfrutando el momento. Lo que me encantó fue la filosofía con la que lo tomó.
—Mis servicios son gratuitos para algunas de las mamás de los chicos que entreno.
<<Pffta… que oferton… Y nomás por saber… ¿Qué incluyen los servicios?>>
Y ahí va mi amiga, decidida a cavar más profundo su tumba social:
—Disculpe, no quise que la pregunta sonara como si estuviera cotizando sus servicios… pero… pero… —Marce estaba más roja que jitomate en temporada. Ya hasta me estaba preocupando que le fuera a dar un derrame.
—No te preocupes, entendí perfectamente la pregunta —fue un microsegundo, pero la malicia en los ojos del entrenador brilló como foco de antro—. Descuida, no doy cotizaciones en entrenamientos de mis alumnos y prefiero que me tutees.
¡BOOM! con la respuesta. La tensión sexual en el ambiente era tan densa que casi se podía cortar con cuchillo. Ya me estaba poniendo algo incómoda porque ahí había algo más que ganas de hacer ejercicio, y sabía que podía alejarme discretamente y dejar que el Coach salvara la situación de la manera más creativa posible. Pero mi morbo y mis ganas de fastidiar a Marce después con este momento pudieron más que mi sentido común.
—Bueno chicas, me despido. Las veo pasado mañana a las 4:45 aquí y no olviden traer ropa deportiva —puntualizó, dándole un repaso tan descarado al cuerpo de Marcela que hasta a mí me dio calor—. Por cierto, mi nombre es Juan Carlos, por si lo habían olvidado.
—Yo soy María Ortega y, como ya sabes, ella es Marcela —estiré mi mano para estrechar la suya. Tiene manos grandes y el apretón es firme.
<<Mmm… me gusta para mi amiga. Con esas manos seguro sabe dar buenos mas… ¡CONTRÓLATE MARÍA!>>
—Tú eres mamá de Leonardo y Nicolás. Y Andrés es tu hijo, ¿cierto? —se dirigió a Marce, quien para este punto se había convertido en uno de esos muñequitos que la gente pega en el tablero del carro, asintiendo como péndulo descompuesto.
—Muchas gracias, Juan Carlos, nos vemos el viernes —lo despedí, notando la diversión en sus ojos y la malicia de una broma pesada en los míos. En ese momento se dio la vuelta y se fue, dejando a Marce más caliente que estufa.
Me giré lentamente para ver a mi amiga, que parecía querer que la tierra se la tragara ahí mismo. Nunca la había visto tan alterada y nerviosa. Creo que hasta estaba enojada, lo cual la hacía verse más chistosa.
—¡Cállate wey! No me digas nada. La cagué, de verdad la CAGUÉ —fue lo único que alcanzó a decir antes de empinarse la botella de agua como si fuera tequila en la hora del despecho.
Ya no puedo más con la risa contenida. Necesitaba desahogarme con urgencia, pero no era momento de estirar más la liga. Ya habrá tiempo para burlarme de su momentazo con el Coach. Después de todo, ¿para qué están las mejores amigas si no es para joderte con tus momentos más incómodos por el resto de tu vida?
En eso nuestros hijos salen de la alberca, chorreando agua como fuente de parque y con un hambre de tiranosaurio rex. Los llevamos a las regaderas entre quejas de “¡Tengo hambre!”.
Ya en el estacionamiento, cuando estamos a punto de despedirnos, no puedo resistirme. La detengo con la pregunta más seria del día:
—Oye, Marcela… y… ¿Cuánto cobras?
<<¡A la mierda el autocontrol!>>
Fue como si hubiera presionado un botón. Las dos explotamos en carcajadas tan sonoras que hasta los pájaros salieron volando. Terminamos dobladas de la risa, con el estómago adolorido y lágrimas en los ojos. Nuestros hijos nos miraban como si nos hubiera dado un ataque de locura, pero terminaron contagiándose de nuestras risas sin saber ni por qué. La gente que pasaba nos veía como si fuéramos un espectáculo de circo, y nuestras carcajadas resonaban tan fuerte que seguramente hasta el Coach las escuchó desde el gimnasio.
Después de quince minutos de risa incontrolable y varios intentos fallidos de recuperar la compostura, por fin logramos calmarnos lo suficiente para despedirnos e irnos a casa.
Es por momentos como estos que Marce y yo somos inseparables. Porque solo una verdadera amiga puede convertir el momento más vergonzoso de tu vida en el más divertido, y porque solo con tu mejor amiga puedes reírte como pendeja en medio de un estacionamiento sin que te importe un carajo lo que piense la gente.


© 2024 Lula Silva. Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por derechos de autor.

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